Oficialmente, la campaña rumbo a los comicios presidenciales comenzó el sábado. Pero en la calle, si es por eso, el clima sigue tan frío como respecto de las Primarias. No es porque les falte temperatura a declaraciones y gestos de candidatos y referentes varios. Al contrario.

Sergio Massa anunció unas cuantas medidas que, al margen de si parecen insuficientes o un gran esfuerzo frente al golpazo de la devaluación, no estuvieron coordinadas. La suma fija (bonos, en rigor) despertó rebelión en la granja. Para variar, fue comunicada pésimamente y se entendió más nada que poco acerca de quiénes adherían, en dónde, con cuáles sustentos de qué descargas impositivas. Se desconcertaron gobernadores e intendentes.

La (por ahora ex) Comandante Pato agregó a Carlos Melconian para que se lleve la marca en materia económica, mucho más por ser un hábil declarante que en función de su idoneidad técnica. El programa que presentaron es un recitado de generalidades: reducción del déficit fiscal, equilibrio macro, criterios “más modernos” en torno al interés general, “managment profesional”, “acuerdos federales” y sarasas por el estilo. Ni una palabra sobre el ahorque del FMI, para no abundar. Claramente, Melconian es la pretensión mediática de una imagen de “seriedad” frente a los desatinos de Bullrich cada vez que habla de economía. Y ante las alucinaciones de Javier Milei. El orden puede ser ése o el inverso, tanto en los nombres como sobre quién patina más alto.

Los dichos publicados -y los que circulan en off- ratifican el desconcierto. No hace falta recurrir al candidato radical de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, quien dijo que de última votará a Milei porque no hay nada peor que los kirchneristas. El gobernador peronista de la provincia, Omar Perotti, advirtió que hará lo mismo si Massa queda afuera del ballottage.

El resto radica en interminables conjeturas electorales, que comprenden diálogos reservadamente depresivos entre tropas oficiales y cambiemitas. Por ejemplo, qué hacer para que Bullrich no se caiga por completo y Milei, como se entusiasma el prócer Luis Barrionuevo, no gane “en primera vuelta y sin chicotes”.

El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, a cargo del investigador y académico Alfredo Serrano Mancilla, fue la única consultora que, antes de las Primarias, previno sobre la permanencia del escenario de tres tercios. Es decir: el sostenimiento de Milei en una expectativa muy favorable, cuando todos los pronósticos lo ubicaban en un lejano tercer puesto. Más aún, cabe recordar al mismo Milei manifestando que se sentiría conforme si orillaba o apenas traspasaba el 20 por ciento de los sufragios.

Celag proyectó ahora las chances de Massa en primera vuelta, basadas en recuperar votantes del Frente de Todos, 2019, que acaban de no concurrir a las PASO para apoyar a Unión por la Patria.

Incluso suponiendo que Massa conservará en su totalidad el porcentaje de Juan Grabois, necesitaría reconquistar 2,5 millones de votos para obtener cerca del 36 por ciento e ingresar con cierta seguridad al ballottage.

No es especulación, sino un dato numérico específico que ancla en los cálculos del oficialismo.

Su centro de gravedad pasa por la recuperación de gente enojada, apática, sobre todo en el conurbano bonaerense que juega un papel decisivo y donde Axel Kicillof, el candidato justificadamente más preciado del peronismo, perdió 1,7 millones de votos respecto de las PASO 2019.

Sí son números en el aire, a un mes y medio vista y sin contar la influencia de una escena económica complicadísima, enroscarse con los votos de Larreta, en blanco, de las porciones de izquierda, de sellos que no alcanzaron el piso, que podrían ir a Massa.

Lo que las urnas demostraron o avisaron está ahí para tomar nota, y no a fines de removerse las heridas.

Pareciera, con toda lógica emocional por parte del peronismo, del progresismo y de sus alrededores, que no termina de asimilarse la probabilidad concreta de algo que suena a distópico: Milei presidente.

Eso no era imaginable en ninguna pesadilla hasta hace muy poco, aunque los signos de deterioro en las fuerzas políticas tradicionales fueran evidentes.

Nada semeja hacer mella en lo estrafalario del sujeto. Es al revés, y aun cuando resulte obvio que va dando marcha atrás con sus declamaciones más extremas e impracticables.

Milei podrá subir la apuesta remarcando que los socialistas son excrementos humanos, y sumar que las industrias tienen derecho a contaminar todos los ríos que se les antojen. Pero esas atrocidades declarativas son las que no le van ni le vienen a sus electores obnubilados con, diríase, la travesura de acabar con la casta. Los grandes actores económicos, quienes lo tienen como segunda opción detrás de Bullrich, no reparan en ese tipo de locuras siniestras. Atienden su racionalidad en otros asuntos.

La dolarización mudó a que, en una de ésas, no podrá llevarse a cabo en el próximo período presidencial (Ramiro Marra dixit). Y meterle mano a las Leliqs o a la plata del sistema previsional, para constituir un fondo de garantías renovado que en el delirium tremens “libertario” precipitaría miles de millones de dólares de inversores externos, ya fue descartado explícitamente por el propio Milei.

Ese “emprolijamiento” del candidato, Teorema de Baglini mediante, consiste en acomodarse con el establishment del que hoy requiere contención y cuadros.

Nada indica que sus votantes, reales y potenciales, anotarán que el rupturista antisistémico, enfrentado a la casta, dispuesto a todo, va mutando hacia la moderación.

La “gente”, hasta que ¿nuevas? elecciones pudieran exhibir lo contrario, no escucha ni ve que el tipo ya se adapta a las circunstancias de ser ganador. Y que transará con lo que le sea necesario.

Se oye y se mira, en su núcleo duro ya consolidado y de ahí para arriba, que no importa si está loco porque los cuerdos no sirven para nada.

Cobraremos y gastaremos en dólares alegremente. De la noche a la mañana se eliminarán decenas o centenares de miles de empleos públicos. Habrá Educación y Salud para quienes puedan pagarlas a través de vouchers, en que la corrupción estatal no podrá inmiscuirse porque habrá desaparecido. Los científicos que valgan la pena se arreglarán con el sector privado. Y se acabó.

Ese paquete, repetido hasta el cansancio por los asombrados frente al peligro inminente, será todo lo delirante que se quiera. Pero personifica una idea de futuro revelada como eficaz.

¿Cuál ideario se le asoma competitivo? Ninguno, salvo confundir la aptitud electoral -conseguida por el peronismo al borde de que la fórmula anterior lo sumergiera en el precipicio- con un imaginario positivo.

Seriamente, en lo que toca al oficialismo, nadie podría estar en contra de las medidas que anunció Massa. Está fuera de duda que la intención es amortiguar el impacto devaluatorio. Y nadie, tampoco, dudaría de sus patas cortas. Muy cortas. Massa acciona. Toma la delantera y esta vez primereó en fijación de agenda, aunque haya sido desprolijo. Va a sedes del establishment y les contesta, los provoca, los chucea sabiendo quiénes son. Pone la cara en soledad, porque hasta aquí carece de acompañamiento alguno desde la estructura de UxP. Eso, cabe repetir, debe quedar aparte de toda evaluación ideológica sobre su persona. Pero es igual de objetivo que no vende futuro.

Como lo subrayó el consultor Raúl Timerman, citando un viejo slogan norteamericano, si no hay promesas no hay campaña.

Si todavía alcanzara (y en caso adverso también), le urge a Unión por la Patria encontrar un discurso que supere la amenaza acechante. No es cuestión de reemplazar, sino de agregar.

No sirve, centralmente, la exclusividad de lo que representa Milei. Y los cambiemitas.

El tema es convencer acerca de qué representará votar a los propios.



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