En la novela “El amor es un monstruo de Dios”, Luciana De Luca indaga en esas formas que puede tomar el amor cuando se asume la intensidad del encuentro con el otro desde la vulnerabilidad y el peligro al vivir esa experiencia transformadora que, para la autora, nos constituye como sobrevivientes, ya que a pesar de los vínculos difíciles no perdemos la confianza en la posibilidad del amor.
La protagonista de la segunda novela de De Luca (Buenos Aires, 1978) se propone romper con el linaje familiar, y la invasión de moscas que ocasiona la huelga de sepultureros del pueblo funciona como punto de partida de una situación sofocante que ella sabrá atravesar para proyectar su objetivo.
“Yo quise que en mí se secara la cadena. Yo era una ventana sin paisaje. Una ventana que no iba a dar a ninguna hija. Yo quería ser el fin de todo esto. Yo fui una hija y quise ser la última mosca de este linaje“, dice esta mujer que De Luca construyó como protagonista fuerte que acciona con contundencia para mirar su linaje familiar y animarse a rechazarlo.
Autora de libros para niños como “Ratón de Biblioteca” o “Ansiosa”, del libro de relatos “Las fiestas no son para los niños” y de la novela “Otras cosas por las que llorar”, De Luca conversó con Télam en un bar de Núñez sobre su proyecto de escritura y la etapa de creación de esta historia que se inició en pandemia y que publicó el sello Tusquets.
-Télam: Tu primera novela tuvo mucha repercusión. ¿Cómo fue encarar la segunda?
-Luciana De Luca: Sentía una presión, propia sobre todo, después de la primera. Creo que los puntos en común tienen que ver con un territorio personal de referencias más que con algo que se termina viendo. Para mí es la misma manzana vista desde otro lado, con los ojos puestos en otra familia, en la casa de al lado. Entiendo que quizás desde afuera no se ve o es distinto pero está el río, lo ominoso y pesado del clima, está sensación medio torva de gente observando y muy dispuesta a juzgar al otro.
-Esta protagonista que logra romper con una cadena familiar, tal como se lo propone, produce ese corte animándose a un nuevo peligro.
Tiene que ver con una manera de ver la vida o de pensar que hay un encadenamiento de desgracias que vamos atravesando desde el nacimiento hasta la muerte, de lutos, duelos y decisiones que tenemos que tomar e implican renuncias. Me gustaba pensar eso de que es una persona que hace su pequeña rebelión decidiendo no tener hijos porque no quiere perpetuar la podredumbre familiar. La única forma que tiene de rebelarse es no tener hijos y cerrar simbólicamente así la serie familiar.
-Pero también me refiero a lo que plantea la novela sobre el amor. Estamos ante muchos discursos que dicen que hay que evitar el sufrimiento, que el amor no tiene que doler y esta ficción va por otro lado: el enamoramiento implica espera, es algo de lo que no se puede escapar y además es muy costoso.
-Sí y que se extiende a una cosa media de enfermedad. Todos queremos un amor sano y que cumpla con los parámetros de lo que es la salud pero la realidad es que las relaciones amorosas entre personas son dañadas, igual que las personas estamos más o menos dañadas. Todos podemos dar el amor que podemos dar, haremos trabajo, haremos terapia, tomaremos medicaciones pero los padres quieren como quieren los padres y nosotros tenemos que vivir con eso. Las parejas son lo que hay, no lo que uno quería o se imaginó. Me interesa mucho la idea de la supervivencia al amor real, a esos amores reales, a esos vínculos difíciles, y cómo no perdemos la confianza en el amor, en lo que hay debajo de todo eso, a pesar de haber sido sobrevivientes de todos esos vínculos que son difíciles, que nunca son lo hermoso que se supone.
-La madre y la hija funcionan como oposición a esta idea del amor. La hija dice que su madre decidió que el amor era demasiado gasto y abandonó a sus hijos adentro de su propia casa. ¿Cómo se fueron convirtiendo en opuestas?
-Bueno ella tiene que construir una vida con ese desamor. Me interesaba pensar cómo una desarrolla herramientas ante el desamor. La falta de afecto, de cuidado, de la mirada, nos deja más solos que nada entonces es pensar una historia de supervivencia.
-¿Cómo fue la idea del título con una definición del amor?
-Yo no soy una persona religiosa y pensaba que si el amor es monstruoso también es algo que fue creado por Dios entonces cuando se dice ¿cómo permite que haya guerras o que exista un amor monstruoso que hiere, lastima? Y me imaginaba una especie de corral con un montón de criaturas, entre ellas una criatura monstruosa que puede ser el amor. No soy una hater del amor, estoy enamorada. Duelar la relación con los padres, sobrevivir al amor de la familia y a los vínculos internos de la familia también es un tema. El amor es una criatura difícil de mirar a la cara, a veces es muy amable y a veces es muy horrorosa. Es como si cada uno le viera la cara a un amor distinto. El amor es el amor filial, el del padre o este amor arrebatador que tiene con este hombre que conoce.
-¿Qué lecturas te ayudaron durante la novela?
-Leo mucho en general y también para escribir. Si tengo que pensar en el marco de referencia de esta novela está el cuento de Flannery O’Connor “La buena gente de campo”. Me gusta mucho la idea de la confianza y la traición y ese camino sinuoso que hay en esa ficción. También leí mucho a Shirley Jackson todo este último tiempo. Y una novela espectacular como “Río de las congojas”, de Libertad Demitrópulos, agradezco haber ido a la primaria para aprender a leer, para llegar a leer este libro. También Mercè Rodoreda, la catalana, a la que llegué a través de otra autora que me encanta, que es Irene Solà. Son todas autoras que juegan con la narrativa de una manera muy libre.
-También en la novela está el tema de los trabajadores y la huelga con un paro como punto de partida. ¿Influyó la pandemia en tomar ese punto de partida o el proceso de escritura fue posterior?
-Empecé a escribir en pandemia. Estaba este clima del trabajador como elemento de movimiento social. Mirá lo que puede pasar cuando hay un grupo de trabajadores que para y, en contraposición, esta familia terrateniente que decide que, como son los dueños, digitan un poco todo. Son los que pueden tomar decisiones, claro, pero siempre hay uno que cree que puede hasta que viene otro y le pone el pie y a lo mejor era más chiquito, pero puso el pie y no pudo avanzar más.
-¿Cómo funcionan como lectores con tu marido, Santiago Craig, siendo los dos escritores?
-Es muy buen lector, esa función es difícil, pero me ayudó, me templó. Siempre fui muy chúcara con la escritura. Era muy difícil leerme porque yo me enojaba mucho. Eso hace ya hace años. Hace 22 años que estamos juntos, así que pasamos muchas cosas. Desde el día que nos conocimos, que teníamos un libro del mismo autor -Martín Amis- enseguida nos empezamos a mandar lo que escribíamos. Estuvo bueno porque hicimos ese camino juntos. Nos leemos un montón, nos editamos un montón, nos corregimos siempre, somos nuestros primeros lectores y creo que es muy valioso además.