Hay quienes hoy en día pretenden llevar al Diego a la rastra para el baldío de la historia como si fueran aquella rubia del control antidoping en el mundial 94.
Pero la memoria, esa apedreada con motosierra cultural en estos tiempos, por fortuna no desapareció de nuestras existencias y puede emerger el 10 victorioso entre las letrinas relucientes de los millonarios cartoneros cobardes que medran sobre los corazones en los que latirá para siempre. La flor en el pantano, yuyo verde en la grieta.
Hoy vivo muy cerca de donde la magia se tradujo en un truco incunable y sin fronteras. Y así escribí unos años atrás en “Batata negra”, relato que encabeza el libro homónimo:
“…vuelvo, resuelto como palpitante, desandando el magnetismo de la calle Bauness hasta cruzar Chorroarín.
Del otro lado del complejo, sigue pasando el trencito aquel. ¿Cuánta gente habrá transitado en él; curiosos, desganados y volviendo de sus tareas, viendo jugar desde sus ventanillas cuando la formación aún no aceleraba a tantos pibes por aquellos años en la canchita de “Las Malvinas”? ¿Quién iba a imaginar que entre ellos estaba nada menos que el 10? Me invade mientras avanzo, el recuerdo que dispara el olor a levadura de “Calsa”…”
Como no me traiciona la memoria, sigo manteniendo la vista en un sobretodo ocre de mi viejo que olía a colonia y cigarrillos negros. La canción de Sabú de la chica enamorada. Y a menudo hoy día transito estas veredas eternamente desparejas de Bauness que nos unieron caminando.
“…Él venía del otro lado del Riachuelo, esa riñonera de mierda de Buenos Aires. Yo de unas pocas cuadras nomás. A mi viejo le preocupaban mis rodillas huesudas. Don Diego -observaba mi viejo- siempre iba con un saco con los codos rotos. Le daba pena, tanto como no poderme comprar a mí unos buenos botines, ni siquiera zapatillas de las de marca. En esos tiempos la patria era rabia y el Ché no era un tatuaje.
Las rodillas de Diego estaban peor que las mías…”.
Fijate. Nunca nos pusieron de rodillas ni cuando quedaron gastadas como las viejas zapatillas.
Alguna vez en los años que siguieron, me sentí lejos de todo lo que hizo en la vida fuera del verde césped. Las veredas de todos estos andares nos pusieron los cordones muy anchos, pero las esquinas nos alumbraron el alma con la misma energía de pelear por el amor y la igualdad.
No hace mucho, en una reunión amistosa y probando unos buenos vinos en una vinoteca de la avenida De Los Incas, estaba presente César, de “La Casa de D10s”. Sabiendo yo de antemano que sería de la partida le llevé mi libro “Batata negra”, justo el último que me quedaba y exclamó:
-Uy, Batata negra, este jugó en los cebollitas también… (era justo que hubiera agregado “Pero no llegó” jeje)
-Sí claro, ese era yo!
Ahora no viene al caso por qué, en esos años no nos llamábamos por apellidos en general y yo era “El zurdito” al principio, pero al final me quedó ese otro apelativo tan complejo y contundente. Esta situación sirve para expresarme con cierta autoridad por haber estado tan cerca en una parte del camino inicial, formativo del más grande de la historia del fútbol, de cuando no llevaba la mochila cultural de lo deportivo que excedió como nunca de peso y probablemente se lo llevó a otros caminos antes de lo que le tocaba, surcando el alto cielo más cercano a la presencia de su ausencia como un llamado de atención estelar del barrilete cósmico. Comprendí que ese Maradona creciendo no hizo más que defender y a su modo pelear por el Diego propio como por millones de Diegos. Fue un acto de sacrificio vital y doloroso.
A veces me pasa que pienso “¿Qué va a decir el Diego ahora?”, y ahí caigo en que no puede ser.
Ocurrió hace poco que en una callecita de Zaragoza, mientras unos pibes jugaban a la pelota, escuché a uno gritar con agrande y asombro:
“¡Mirad! ¡Hice una de Maradona!”
De allí su parte mística, un santo en deidad justificada. El agradecimiento popular no cedió a la presión del poder real en el mundo entero y la mano de Ese Dios que sigue siendo un pulgar en el ojo de la tormenta de los necios y que ninguna rubia se lo lleva a ninguna parte. Hoy está con nosotros para siempre en la mesa mal que les pese.
Somos familia, Dalma y Gianina incluídas.
Aquí tu pariente, Batata Negra.
Besos de esquina y abrazos de cancha.