En todo el país parece imposible eludir conversaciones acerca del triste presente que vive la república. Nos esforzamos por ser cautos, prudentes, evitamos todo alarmismo, pero sabemos que es inútil: porque cuando duele la Patria no cabe otra opción que esforzarse por levantar el ánimo y escudarse en la familia, las amistades profundas que cada quien tiene, y, en algunos casos, en la literatura, la música y las artes en general.
Al menos este columnista se empeña en escribir y leer, refugiado en la vieja artimaña de no hablar de la propia vida para que la pasión se concentre en la materia a la que le debe todo: la literatura.
Lo que conduce no solamente a escribir nuevos libros, sino y mejor a leer. En tropel y tanto autores consagrados como Samantha Schweblin o Antonio Di Benedetto, o bien hallazgos como el formoseño Humberto Haupt, los chaqueños Claudia Masín y Juan Basterra, e incluso notables de otras latitudes, como el italiano Dino Viani, la cubana Karla Suárez o el argentino-estadounidense Hernán Díaz.
Todo intento escritural y toda lectura –ensayo, cuento, nueva novela o algún poema inesperado– puede cambiar destinos. Es para levantar el ánimo –enseña la vida– que se piensa, se sueña y se escribe. Y se lee. Por eso casi siempre estamos humanamente sumidos en proyectos, sueños, propósitos cuyos títulos no cabe enumerar pero nos mantienen ocupados, activos y soñando. Porque vivir es urgente, como estableció Fernando Pessoa.
Así, pues, cada quien lucha con sus fantasmas privados y también los colectivos: el amor es uno de ellos, y también la amistad, el trabajo, los propósitos que nos impulsan. Hasta que algo, alguien, rompe la lógica de la vida comunitaria, como sucedió antenoche, cuando todo el país pudo ver –debió ver– el infame ataque al locutor y presentador de tele, el Sr. Duggan, de C5N, agredido ante su familia en un restorán de Tigre por un fanático, enfermo de antiperonismo.
Un tipo cuya cara de loco furioso, y sus ojos de alucinado, lo mostraban como ejemplar típico de las clases medias antidemocráticas, intolerantes y furiosamente antiperonistas. Uno de esos tipos que vienen siendo azuzados por los dos candidatos presidenciales de la intemperancia, la sinrazón y el resentimiento. Esos dos seres malignos, dígase, enfermos de rencor porque todavía no entienden –aunque anhelen presidir este país desconcertado– que la violencia y todo lo malo de la Argentina no empezó en los años de plomo, los 70, sino mucho antes, en junio de 1955, cuando desde el aire decenas de aviones de las Fuerzas Armadas bombardearon la Ciudad de Buenos Aires en vuelos rasantes y se cargaron 400 muertos en pleno mediodía.
No entienden, no pueden ni quieren entender estos tarados que en la Argentina el inicio de la violencia se cifra en esos 400 compatriotas asesinados aquel invierno del 55 de la manera más cobarde. Y por eso lo de antenoche fue gravísimo: porque mostró que cualquiera sea el resultado del proceso electoral que se avecina, igualmente estaremos en el horno si este país queda en manos de esta gente.
Y ojo que en estas palabras no hay pesimismo, sino un puro y simple realismo, mixturado con el viejo arte de contar los porotos. Y es por eso que más allá de la matemática preelectoral este episodio debe leerse como preludio de lo que, acaso asombrosamente, no se está teniendo en cuenta en esta república. Porque aunque en el próximo turno electoral, el 22 de octubre, el Sr. Massa reciba la mayor cantidad de votos, no corresponderá festejar nada. Por la sencilla y elemental razón de que es abrumadora la posibilidad de que las dos fuerzas de la insensatez, el rencor racista, el cipayismo y la malignidad desatadas, se unan y arrastren consigo a la pobre inocencia de la gente.
Que además está cansada, harta de engaños y frustraciones, como bien lo saben el gritón despeinado y la ex guerrillera cuyos mensajes proselitistas son de puro odio macizo y promesas de venganza de clase (la alta y la media, dígase claro).
Así en el ballottage de noviembre, pegoteados que no unidos y en brutal arrasamiento, parece cantado que se harán con la República para completar la entrega que inició el negativamente inolvidable Sr. Menem.
Ése es el gran peligro y esta columna se sorprende porque es un espejo en el que casi nadie se ve. Ni se menciona, a pesar de que el problema matemático de nuestra democracia está exactamente ahí: en dos candidatos que es más que obvio que se van a unir. Y entregarán así a la Argentina, acelerando el proceso de liquidación que viene socavando la paz, la convivencia y la producción. Ese dúo va a entregar soberanía como quien ofrece chicles envenenados en un estadio futbolero.
“Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir”. Quién lo sabe, hoy, cuando lo que sí se sabe y se ve es que el sistema de mentiras periodísticas juega cada vez más a pleno y siempre a ganador. Generando falsedades y resentimiento para entregar de una vez las Islas Malvinas, cambiar la sangre criolla por gringos o qataríes, y abusar de propaganda disolvente como ya es obvio. Tanto que este columnista aceptará finalmente votar al Sr. Massa, más por pánico a esa dupla maldita que por convicción programática.
Parece obvio que el gritón despeinado y la ex montonera se van a unir. Por eso la impunidad con que se preparan para entregar las Islas Malvinas a Inglaterra. Que es un hecho y lo están confesando mientras siguen promoviendo que vengan extranjeros, de Qatar o de la República Mongo, para que compren nuestro territorio y nuestras riquezas. Figuritas fáciles de un país de cipayos, dan asco su desprecio a la Historia, su indignidad y falta de respeto a todo lo bueno que hicieron la Democracia y nuestro Pueblo durante años: educación laica, obligatoria y gratuita. Universidades públicas gratuitas. Salud Pública de calidad y también gratuita.
Con este dúo vamos a ser menos que una Colonia. Hasta que alguna generación despierte y no soporte más el dolor de la pérdida del río Paraná, y del litio y el petróleo y el oro y todas las riquezas, los infinitos bienes naturales que atesora nuestro territorio en toda su vasta geografía, incluyendo por supuesto una plataforma marina capaz de alimentar gratuitamente a los hoy 30 millones de hambrientos que caminan, fantasmales, la geografía del arrasamiento.
Estos dos van a partir el país en pedazos. Quizás por eso ya empezaron a trabajarle la cabeza a las Fuerzas Armadas que tanto costó democratizar. He ahí las dos damas de lata, que no de hierro: una le lavaba el culo al dictador Videla y ahora promete “paridades” y revancha; la otra manda cartas a miles de uniformados, prometiendo “salida justa” para los represores condenados y hoy en prisión. Las dos damas de lata fomentan el odio, y sobre todo odian las ideas democráticas y a los organismos de derechos humanos, que son la gloriosa resultante de la peor tragedia que vivió el pueblo argentino.
Esta columna considera que en el cobarde y alucinado ataque al Sr. Duggan todo lo que se sostiene aquí estuvo presente.