La vida se pasa mientras se desea. No cabe duda de que en el centro de toda pasión palpitan los sueños. Pero en ocasiones los sueños no nos esperan. No pudo ser. Boca se dejó la “séptima” en un partido previsible, adivinable. Lo salió a esperar a un Fluminense que lo fue a buscar apelando a la posesión y al buen trato del balón. El equipo carioca careció de profundad, pero le bastó para dominar la primera parte e irse al descanso con sensación de superioridad, y con ventaja en el marcador. 

La segunda parte fue otra cosa. Con todo a su favor el conjunto brasileño “decidió” perderse, extraviarse, desaparecer, en un repliegue de carácter emocional para el análisis. Disfunciones del alma que hablan de una cierta inmadurez colectiva que Boca aprovechó con empuje, con trabajo, con sufrimiento, y con la zurda de un “San” Advíncula –por cierto, posicionalmente diestro– que se sube al cielo goleador por cuarta vez, poniendo de manifiesto algunas de las limitaciones ofensivas de su equipo. 

A partir ahí, el conjunto xeneize construyó un “nosotros” más atrevido, más ambicioso, llegando, por momentos, a insinuar que se podía llevar el partido. No pudo ser para Boca; sí para Fluminense, que logró la primera Copa Libertadores de su historia.

Los sueños tanto personales, como colectivos, forman parte inevitable de ese universo ritual y simbólico que nos ayuda a componer la realidad. Para el hincha “xeneize” el sábado fue uno de esos días que tienen el color de la desolación y del quebranto. Con intenso sabor amargo en la boca. La derrota se filtra, perfora, supura. El origen de ese dolor está en todas partes. Esa tristeza donde todos los dolores del mundo duelen como propios.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.



Fuente-Página/12