Final de fiesta para la Competencia Internacional del 38° Festival de Cine de Mar del Plata, cuyo palmarés será anunciado el sábado 11 por la noche en la tradicional ceremonia de entrega de premios Astor en el Teatro Auditorium. Mientras el jurado delibera, los tres últimos títulos presentados en concurso se proyectan en el enorme recinto del teatro municipal adyacente a la famosa rambla y los aún más famosos lobos marinos de cemento. Se trata de un trío de largometrajes de orígenes diversos –Alemania, Corea del Sur y Argentina– que recorren los caminos de la auto ficción, el documental de creación y la reflexión sobre los cambios en las ciudades y las personas a lo largo del tiempo. 

Esta última definición le cabe como anillo al dedo a Mimang, ópera prima del coreano Kim Tae-yang, rodada en locaciones de la ciudad de Seúl a lo largo de un período de cuatro años. La influencia del cine de Hong Sang-soo se evidencia en varios momentos de la narración (o, mejor aún, narraciones), en particular a la hora de articular los cruces casuales o convenidos entre los personajes, aunque el estilo de Kim es menos desmelenado y ambiciona construir un retrato de la gran ciudad a partir de algunas de sus moléculas vivientes.

Dividida en tres bloques que avanzan cronológicamente, con dos grandes elipsis temporales, Mimang comienza con el encuentro entre dos veinteañeros –un joven y una chica– mientras ambos se dirigen a diferentes lugares de reunión. El tiempo de espera de las respectivas citas habilita la conversación y, con ella, surgen los recuerdos y la exploración de los deseos y algunas frustraciones. Ella se dedica a dictar charlas sobre cine y el inminente cierre del Seoul Cinema, un espacio tradicional dedicado al cine arte en el distrito de Jongno que cerró sus puertas definitivamente en 2021, luego de más de cuarenta años de actividad, le da un marco real a la historia de ficción. 

Los dos bloques que le siguen describen el reencuentro de uno o más personajes en diversas circunstancias, la amistad y la posibilidad del romance rondando en los gestos e intercambios, aunque el último de ellos introduce un elemento elegíaco que permea las miradas, al tiempo que la melancolía dictada por el paso del tiempo parece comenzar a formar parte de su existencia. La estatua del almirante Yi y su condición de diestro o zurdo recorre los tres relatos, tótem inalterable, testigo estático de los movimientos y mutaciones de las criaturas que recorren las calles debajo de su severa y señera mirada.

“De una forma u otra, y nos guste o no, la mayoría de las películas son un autorretrato. Esta lo es, aunque de un modo mucho más radical. Los personajes de Arthur y Diana están inspirados en mi hermano y en mí, quienes también interpretamos a nuestros alter egos en la pantalla. La película, sin embargo, es una obra de ficción, y los acontecimientos y otros personajes son principalmente inventados”. Las palabras de la directora Sara Summa –de familia italiana pero nacida en Francia e instalada desde hace tiempo en Berlín– resumen a la perfección las intenciones de su segundo largometraje, Arthur & Diana

Una suerte de road movie familiar en la cual dos hermanos y el pequeño hijo de la protagonista parten desde Alemania en un viaje que los lleva por rutas francesas e italianas con varias paradas familiares y dos destinos oficiales: la inspección técnica del auto que los conduce, herencia del padre fallecido, y el entierro de un miembro lejano de la familia. Lo de “oficial” tiene su contrapartida en la misión secreta del veinteañero Arthur, la búsqueda de una pequeña estatua de un búho dorado enterrada en la campiña francesa, que cientos de personas han tratado de encontrar desde hace décadas (el dato es real y puede buscarse fácilmente en sitios web especializados).

Arthur y Diana, de Sara Summa.

Diana, casada y madre de un niño de poco más de dos años (su hijo en la vida real), comienza a discutir con su hermano incluso antes de salir a la ruta, en pleno caos del tránsito berlinés. El pase de facturas será constante entre ambos, a quienes se les sumará más tarde la madre, en una manifestación verbal que el prejuicio liga de manera inevitable a la genética italiana, pero es evidente que el amor entre ambos existe y es fuerte. En el camino los acompaña durante un trecho una joven griega de familia croata (las múltiples nacionalidades son moneda común y el film está hablado en francés, alemán e italiano) y los encuentros y despedidas van marcando las diversas estaciones del periplo, todo registrado en formato de 16mm y cámaras digitales de la era pre-HD. El de Summa es un retrato amable sobre los anhelos y angustias de la existencia contemporánea y el personaje central, Diana, es un manojo de contradicciones que la realizadora-actriz construye con nerviosismo e intensidad por momentos algo exasperante. Comedia dramática de neto corte independiente, aunque con ambiciones de universalidad, Arthur & Diana es uno de los títulos más frescos de la competencia marplatense.

De un tono mucho más serio, el primer largometraje como realizadora de la montajista argentina Laura Basombrío fue rodado en un pequeño poblado salteño, Tolar Grande, de apenas 120 habitantes. Basombrío cuenta en la carta de intenciones, reproducida en el catálogo del festival, que lo que comenzó como una posible ficción terminó transformándose en un retrato documental. Pero Las almas no es un documental clásico y en sus poco menos de 80 minutos conviven la descripción de usos y costumbres sociales, el relato en primera persona de la violencia de género y la construcción cinematográfica visualmente virtuosa de los preparativos y celebraciones del “Día de las almas”. “¿Cómo será cuando estás muerto?”, se pregunta Estela Quispe, cuya voz en off va guiando los diversos capítulos que integran el film. Las imágenes de la ruta de noche, iluminadas por las luces de los micros y camiones, con las estrellas y la propia cámara de la directora como únicos testigos, señalan hacia un universo absolutamente diferente al de la vida en la ciudad.

Las almas, de Laura Basombrío.

Las actividades cotidianas bajo el árido sol andino –tender la ropa, cuidar de las ovejas, preparar la ofrenda gastronómica para las almas– se entrelazan con los recuerdos de Quispe de un papá golpeador y del padre ausente de su hija, aunque por momentos las reflexiones adquieren alturas filosóficas, místicas. Con un trabajo de fotografía y mezcla de sonido realmente notable, Las almas se presenta como una travesía expresionista, alucinada, a un paraje aislado y endogámico, en el cual el diálogo entre los vivos y los muertos parece acompañar a sus habitantes durante los días y sus noches. Un cierre potente, que impregna las pupilas y oídos, para una competencia internacional con varios títulos destacables.

* Las almas se exhibe el viernes 10 a las 19 en Teatro Auditorium y el sábado 11 a las 16.10 en Paseo Aldrey 4.



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