Hay un tipo de gaviota que tiene una marquita roja en el pico para que sus polluelos puedan picotear y recibir la comida de la mamá. ¿Pero sabés que descubrieron los psicólogos de los animales? Que cuando les ofrecían una aguja de tejer de madera con su punta pintada de rojo, esos mismos polluelos picoteaban más y elegían la aguja de tejer en lugar de a su mamá.
Eso es un supraestímulo: un estímulo que es inevitable, irresistible. Y del que no solo son presa los animales. Sucede con los humanos también: todo aquello que sea exagerado atrae nuestra atención. ¿Qué hace la pornografía? Hace público lo privado, y muestra enormes pechos y miembros.
Lo mismo sucede con la comida. ¿Qué harías si tenés delante tuyo la posibilidad de elegir entre una hamburguesa de tres panes y una ensalada verde?
Seguro vas a la hamburguesa porque actúa como un súper o supraestímulo, que funciona secuestrando sistemas naturales que desarrollamos los humanos para sobrevivir.
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La nutricionista Mónica Katz te cuenta cómo combatir los excesos a la hora de alimentarnos.
Somos “monos completadores”: en tiempos remotos, hace millones de años, la comida era escasa y necesitábamos comer lo que había disponible, todo, para cuando no hubiera. Pero hoy no necesitamos una hamburguesa triple y, sin embargo, entre elegir una que entre en nuestra boca sin mayor esfuerzo, elegimos la gigante.
Vivimos en épocas de porn food o pornografía alimentaria. Sin duda, las calorías contenidas en platos o envases gigantes han contribuido con la epidemia de obesidad.
La distorsión del volumen de las porciones es universal. Se verifica en los supermercados, restaurantes, en nuestras casas, los platos, tazas y vasos que usamos.
Esa tendencia fue aumentando con el correr de los años: por ejemplo, en la edición 2006 de la revista norteamericana Joy of Cooking, el tamaño de las porciones de recetas sugeridas para entradas aumentó el 42% respecto de la primera edición, en 1931.
Si la gente pudiera detenerse luego de comer dos galletitas, no aquejaría al mundo esta epidemia de obesidad. Estamos programados para terminar el paquete entero y desde hace más o menos 40 años las porciones ofrecidas por el mercado han visto aumentos pantagruélicos..
Hasta no hace demasiado tiempo, la medicina creía que solo las personas con obesidad subestimaban las porciones, y que por eso comían en exceso. Hoy se sabe que, aunque el fenómeno es más pronunciado en ellas, la distorsión del volumen de lo que comemos nos afecta a todos (salvo a personas con algunas patologías, como la anorexia nerviosa).
Estamos en una pandemia de obesidad y nadie regula las porciones. Todos tratan de venderte grande. Los restaurantes que sirven porciones gigantescas y las empresas que venden inmensos paquetes están consolidando nuestra inclinación natural a terminar lo que empezamos, aunque las porciones pertenezcan al país de Gulliver.
¿Qué podemos hacer?
No se trata de vivir sin supraestímulos. Seguro va a seguir existiendo el osito de peluche que no es igual a nuestra mascota real, o la estrella K-pop siempre perfecta.
Pero sin duda no necesitamos baldes de pochoclo en el cine, hamburguesas de cinco panes en el restaurante de comida rápida.
Llegará el momento en que los gobiernos regulen las porciones. Mientras tanto, acordate que sos libre: si no podés resistir a esa hamburguesa enorme, no entres al local que la vende. Si no podés resistir al paquete gigante de galletitas, no pases por la góndola.
Los humanos, a diferencia de los animales, tenemos la posibilidad de ser libres. Y no te olvides: somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.
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