Cuando ya parecía que la vida rockera de los Rolling Stones era más tema para una seria investigación científica que para la crítica musical, un nuevo disco de canciones propias vuelve a invertir el orden de las inquietudes: Hackney diamonds es un gran álbum de rock, independientemente de la edad y de los pergaminos de los integrantes de la banda británica. Es un disco que vale por sí mismo aquí y ahora, despojado de toda indulgencia, aunque su escucha implique, necesariamente, un recorrido por 60 años de música y mística stone. 

Cualquier aproximación al imaginario de los Rolling obliga a la suspensión de lo verosímil. Una vez superada esa instancia (antes de la cual uno puede caer en la cuenta, por ejemplo, de que Mick Jagger tiene 13 años más que Patricia Bullrich) se puede empezar a hablar de la banda sin detenerse en el asombro antropológico. Hackney diamonds confirma, por si hacia falta, que los Rolling Stones son puro ADN. Una instrucción genética con códigos inmutables. En términos pragmáticos podría agregarse que el grupo británico es una marca inmune a todo. Inclusive al paso del tiempo. Las arrugas de la vida no alteran el producto artístico. 

Cabía esperar –de cualquier otro artista rockero de esa generación o aún más joven- canciones ligeramente melancólicas, un tono crepuscular, una poética reflexiva, de balance final. Pero Hackney es todo lo contrario: un disco atravesado por una energía apabullante, dotado de frescura, dinamismo y rebeldía. “Sí, si fuera un perro, sí, me patearías / Pasaría la noche aullando por tu casa / Pero no estoy atado, sí, bueno, no estoy atado / Crees que soy tu perra, estoy cogiendo con tu cerebro”, escupe Jagger como si estuviera cantando a los veinte años en un pub de los suburbios de Londres. Es el tema “Bite My Head Off”, uno de los mejores del álbum, con Paul McCartney tocando el bajo como invitado.

No hay en este trabajo –el primero con canciones originales desde A Bigger Bang, de 2005– esa clase de sabiduría irónica con la que muchas bandas veteranas justifican su permanencia en los escenarios. Los Stones hacen de cuenta que están sacando un nuevo disco después de…Sticky Fingers. El video que acompañó el lanzamiento de “Angry” (protagonizado por Sydney Sweeney, actriz de Euphoria) fue sintomático en ese sentido: nada de madurez políticamente correcta, todo Rolling Stones en plan fiesta y rock and roll. Un imaginario completado, por suerte, con una canción demoledora, basada en un riff memorable y una estructura rítmica que reconoce el encantador tufillo a “Start me up”. 

Las evocaciones de otros tiempos son permamentes y funcionan menos como acusación de “autorrobo” que como confirmación de una identidad. Uno de los puntos más altos del disco, “Sweet Sounds of Heaven”, admite la comparación con “You can’t always get what you want”, pero también es digno deudor de “I got the blues”. Aun con estas referencias, cobra autonomía como “tema nuevo” y futuro clásico, enriquecido con el aporte de Lady Gaga y Stevie Wonder

Elton John es otro de los invitados de altísimo perfil, aunque se reserva intervenciones en decoroso segundo plano. Toca el piano en “Get close” y participa también de “Live By The Sword”, acaso la canción más apta para piantar un lagrimón en los fans: no solo colaboró Bill Wyman sino que es uno de los temas que llegó a grabar Charlie Watts (el otro es “Mess it up”, un tema livianito con un estribillo pegadizo). El vacío dejado por el baterista es imposible de llenar, pero Steve Jordan disimula el asunto con solvencia. Su estilo es menos sutil que el de Watts pero se ajusta bien a la tendencia rocanrolera del disco, sin alterar el groove histórico de la banda. 

Hay más: “Dreamy Skies”, un country blues que parece un out-take de Exile On Main Street, con Ron Wood luciéndose en la guitarra slide y Jagger en la armónica. Y el fantasma de Muddy Waters que desciende sobre el final para que la exquisita “Rolling Stone Blues” nos recuerde a todos de dónde viene la banda. 

Merece también una línea el productor Andrew Watt, porque el sonido general del disco, urgente y directo, concuerda con la frase que utilizó Jagger para definir su aporte: “nos dio una patada en el culo”. Como si les hubiera dicho, simplemente: “sean Rolling Stones”. Y los Rolling Stones lo fueron, sin culpas ni vergüenza. Una máquina rockera fría e implacable que -paradójicamente- sigue siendo capaz de emocionar. 



Fuente Pagina12