“Yo prefiero la realización de algo real a la mitificación de un sueño. ¿Qué es arte? ¿La Mona Lisa? A mí no me dice nada. Por eso me considero más un artesano que un artista”. Así se autopercibía, con una lucidez demoledora, Charly García en una entrevista de diciembre de 1983. Quizá no era consciente de lo que hizo o no tenía demasiadas expectativas sobre su desenlace, pero un mes antes, el 5 de noviembre, había puesto a la venta el disco que reinventó su estética sonora y le dio además la bienvenida al rock argentino a la modernidad. A 40 años de su lanzamiento, Clics modernos aún sigue saboreando la contemporaneidad, al mismo tiempo que crece su estatus de obra maestra en la historia de la cultura pop. No sólo a nivel local sino en todo el mundo. Y no se trata de una hipérbole: es un álbum tan rupturista que terminó convirtiéndose en la banda de sonido del inicio de la democracia en la Argentina, y, por ende, de una nueva era.
El domingo 26 de diciembre de 1982, Charly presentó Yendo de la cama al living en el estadio Ferrocarril Oeste. Su imponente puesta en escena, a cargo de Renata Schussheim, incluyó la destrucción de una reproducción a escala recitalera de la capital porteña durante el tema “No bombardeen Buenos Aires”. El primer disco solista del icono fue recibido tímidamente, lo que no era de extrañar: cada vez que daba por finalizada una etapa con cualquiera de sus proyectos grupales, surgía una especie de animadversión para con lo que estaba por hacer. “Me aburrí de los grupos. Cuando ya tenés todo un pasado, cada vez te resulta más difícil compartir tus puntos de vista del mundo y de la música”, le había contado a la revista Expreso Imaginario en noviembre de ese año. “Lo que estoy buscando es estar más libre para poder moverme en cualquier dirección. Sin hacerme responsable por cosas de otros ni tampoco tener que cortarle el mambo a nadie”.
Este debut había sido publicado junto a la banda de sonido de la película Pubis angelical, dirigida por Raúl de la Torre. Si bien el soundtrack fue grabado primero, mientras Seru Giran preparaba su despedida en el estadio Obras Sanitarias, ambos trabajos siguen manteniendo la impronta art rock y jazz fusión del supergrupo que estaba por disolverse. Sin embargo, aparte de la instintiva necesidad del artista de ponerse a prueba, hubo dos puntos que conectaron a este disco doble con su secuela. Uno de ellos es The Clash, por más que parezca delirante. Si en Yendo de la cama al living, específicamente en el tema “No bombardeen Buenos Aires”, se hace alusión a su disco Sandinista!, en 1982 la legendaria banda inglesa de punk lanzó el álbum Combat Rock. Entre sus ingenieros de sonido estuvo Joe Blaney, figura fundamental en la confección de Clics modernos.
El otro ítem que aúna a ambas producciones es el hartazgo del artista por su relación con la Argentina. Que no era un tema nuevo. En el ejemplar 77 de la revista Pelo, lanzado en 1976, apareció una nota titulada “No soy un loquito”, en la que confesaba su fastidio por la imagen banalizada que existía sobre él. Y destacaba: “Creo que no todos entienden lo que yo hago y hay muchos que se manejan con pautas muy pueriles. Se me acercan no porque soy músico sino porque se identifican con que sea una especie de ‘triunfador’ […] Yo laburo, y tengo las mismas vivencias y angustias cotidianas que cualquier tipo”.
De regreso a 1982. El show deYendo de la cama al living fue transmitido en diferido por televisión. Tanto la actuación de Mercedes Sosa como canciones del calibre de “Viernes 3 AM” y el estreno en vivo de “Los dinosaurios”, al igual que algunas alocuciones de García, padecieron la censura: por más que ya estuviera en retroceso después de la guerra de Malvinas, todavía eran tiempos de dictadura. Entonces Charly, tras la crítica de una lectora en la revista Humor, salió a responder: “Vi el programa y morí. Me pareció horrible. Por ahí tendría que haber levantado todo, pero no podía”.
Tiempo después, la periodista Claudia Acuña le preguntó a Charly lo que al parecer nadie se había atrevido a preguntarle: ¿por qué nunca se fue de la Argentina? “No sé por qué”, declaró. “Siempre me fue bien, y en momentos terribles para el país yo estaba en un micro con cinco delirantes para ir a tocar lo que me gustaba. Ir a otro lugar y empezar a hacer relaciones públicas para que te conozcan son cosas que no me gustan porque soy un vago. Aparte, me preocupa la gente, pienso que tiene que ver conmigo. Si mis temas tienen éxito es porque hay mucha gente que piensa como yo. Necesito a Buenos Aires, necesito tener mi casa, necesito tener un lugar”. Salvo por sus escapadas a Brasil, primero para darle forma al debut de Seru Giran, en 1978, y luego para visitar a la familia de Zoca, su inseparable pareja hasta 1989 (la conoció mientras hacían ese disco del cuarteto), el cantante nunca había tomado demasiada distancia de su ciudad natal. Pero siempre hay tiempo para la revancha.
“Llegué a Nueva York hace dos meses (era su primera vez allí, tras venir de hacer tres Obras Sanitarias en fila en marzo del ’83). Vine a comprar nuevos instrumentos. Estuve diez días y me fui a Los Angeles, donde están Pino, Pedro Aznar, Gustavo Santaolalla y otros músicos argentinos trabajando desde hace algún tiempo. Ahí me picó el bichito de quedarme a vivir una temporada en Estados Unidos”, le compartió el ex Sui Generis al periodista Gustavo Sierra en una especie de monólogo publicado por la revista Semana el 18 de agosto de 1983, titulado “New Charly”. “Me moviliza el afán de participar, de integrarme a los movimientos artísticos de Nueva York. No por la vía de las grabadoras sino tocando en pubs y esas cosas. Vine a empezar de nuevo. Quería aislarme de lo que en Buenos Aires, me estaba asfixiando. Porque los músicos que tienen algún suceso, como me pasó a mí, tienen dos opciones: o seguir a toda máquina, o cortarla y tratar de cambiar. Yo decidí cambiar”.
“Nueva York no fue al azar”, confirma Daniel Grinbank, mánager de Charly en aquella época, en su autobiografía Te amo, te odio, dame más. “En la ciudad contaba con la ayuda de mi amigo Pirín, radicado desde el ’74. El se encargó de la coordinación y de la logística”. La decisión de que el artista grabara en la Gran Manzana se tomó después de que Carlos Narea, mánager de Miguel Ríos (leyenda del rock español) y el conductor radial Mariscal Romero (en ese entonces también era productor discográfico) asistieran a la presentación del disco Vasos y besos, de Los Abuelos de la Nada (Charly les había producido su primer álbum). Ambos coincidieron en que en la Argentina había talento pero las producciones discográficas eran de un nivel muy bajo en comparación a la de los estándares de España, que ya exportaba su música a Latinoamérica. Y al luego creador de la FM Rock & Pop le pareció que su representado era el candidato idóneo para encarnar esa novel cruzada.
El verano en la megalópolis estadounidense es famoso por su calor incendiario. Y pudo comprobarlo García una vez que se instaló en un loft en el Greenwich Village, barrio conocido por haber sido base de operaciones de la contracultura local. Eso sí, antes pasó por varios inmuebles, entre ellos el Gramercy Park Hotel, que albergó a David Bowie, The Clash, Bob Dylan, al periodista Hunter S. Thompson y a la escritora trans australiana McKenzie Wark. Así pudo saborear ese mito neoyorquino del hotel como espacio para la creación de comunidades artísticas. De hecho, hay una canción dedicada a ese lugar en el EP Tango, especie de apéndice de Clics modernos firmado por Charly y Pedro Aznar. “No concibo vivir en Nueva York de otra manera”, le afirmó el músico a Semana. A la revista también le detalló que uno de los ventanales de su loft daba hacia la calle Waverley, donde instaló dos sintetizadores nuevos que había comprado.
El dato geográfico no es menor: a muy pocas cuadras de ahí se encuentra Electric Lady Studios. Desde que Jimi Hendrix lo fundó en 1970, se transformó en uno de los estudios de grabación emblemáticos de la ciudad (años más tarde ahí se hicieron discos de Daft Punk, Taylor Swift y Bad Bunny). En los años ’80, Alan Selby era su dueño y manager. En el libro No digas nada, Charly le recrea a Sergio Marchi,: “Estaba casi al lado de Electric Lady, el estudio que hizo Jimi Hendrix y que está decorado como él quiso. Fuimos con mi amigo Pirín y yo quise bloquearlo por un mes. ‘¿Tu papá es millonario o qué?’, dijo el tipo (en ese entonces la hora costaba 250 dólares), y Pirín sacó un fajo de billetes y le preguntó: ‘¿Querés o no querés el dinero?’. Inmediatamente nos trajeron café y me presentaron una lista de los ingenieros de la casa; un montón de nombres y, casi al final, estaba el de Joe Blaney”.
Con excepción de Pedro Aznar, Clics modernos fue grabado por músicos sesionistas estadounidenses. “Pedro tocó las partes de bajo que yo había tocado”, le reveló el músico a Alfredo Rosso y Luis Albornoz en un mano a mano tras la salida del disco. “Al saxofonista, Doug Norwine (hoy toca el saxo de Lisa Simpson en la serie), no le di indicación. Le dije: ‘Tocá hasta que revientes y lo más loco que puedas’. La única persona del long play que más o menos hizo lo que quiso fue (el guitarrista) Larry Carlton. Además, es un tipo súper fenómeno. Cuando le comenté que me gustaba más lo que tocó en los discos de Steely Dan y Joni Mitchell (también se puso al servicio de Michael Jackson y Quincy Jones) que en los que suyos, me contestó: ‘Steely Dan y Joni Mitchell componían todo en sus discos’. El baterista (Casey Scheuerrell) tocó todos los golpes que yo quería, porque se los programé en una batería electrónica. Quería meter cosas, pero yo tenía otras construidas en mi cabeza”.
Sin embargo, Charly reemplazó casi por completo el rol del baterista. Si en Yendo de la cama al living había probado junto al batero Willy Iturri la caja de ritmos Roland TR-707, en la secuela se enganchó con la Roland TR-808, a partir de la sugerencia de Blaney. “Ya estaba haciendo muchas sesiones con cajas de ritmos antes de Clics modernos”, advirtió el coproductor e ingeniero de sonido del disco en una nota con el periodista Mauro Bruno Kunath. “Alrededor de fines de 1982, todos empezaron a usar cajas de ritmos en lugar de bateristas. En su mayoría, era el tambor Linn, que suena más real. Los Roland 808 que se usaron para Clics modernos se escuchan generalmente en las canciones más new wave y techno del disco. Ya se habían hecho cosas con el Roland, como ‘Sexual Healing’, de Marvin Gaye, o ‘I Can’t Go For That’, de Hall & Oates. Pero Charly lo usó de manera diferente y traté principalmente de que sonara más orgánico”.
Grinbank destaca en su libro que en esa época su manejado ya se había “abierto musicalmente al post punk y la new wave”, lo que reflejan la mayoría de las nueve canciones que componen ese repertorio. “Al mismo tiempo, tuvo un quiebre grande: tomó conciencia de que en la Argentina era el mejor, pero en Nueva York se avivó de que el mundo no tenía idea de quién carajos era”. Justamente la distancia le ayudó a reflexionar mejor sobre la Argentina y el ser argentino. A pesar de que se había llevado demos de ocho temas, grabados en los Estudios del Jardín, en Nueva York terminó de componer las letras. El segundo disco solista de García es un brillante análisis de la sociedad argentina de la época, contada (o más bien cantada) en forma de crónica. Este trabajo lo consagra como el gran cronista del rock argentino. Nunca antes había publicado canciones tan descarnadas, condimentadas con sátira e ironía, en las que contara las cosas por su nombre y apellido.
Si “Bancate ese defecto” versa sobre no hacerse cargo de los defectos de la sociedad (lo que puede abrir más puertas que cerrarlas) y “Pecado mortal” describe la violencia policial que se vivía en aquellos años, “Transas” habla de la culpa. “Venimos de una generación de culposos y culpables”, le espetó a Rosso y Albornoz. “El tema lo que dice es que me vendí a Fiorucci (esa marca y Lycra esponsorearon el show de Ferro del ’82). ¿Y qué pasa con eso? Crear es elegir, y a veces necesitás apoyo financiero para elegir hacer una ciudad y destruirla. Por eso hice una Buenos Aires de cartón y la destruí en Ferro”. De “Huellas en el mar” aclaró: “Las huellas en el mar no existen, pero sí dos segundos en el tiempo. Todo pasa muy rápido. ¿Por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá? Ese acá es un lugar en el que no tenemos que darle explicaciones a nadie. Decidir es algo peligroso en este país. El instinto de supervivencia es falso, es acomodarse a los regímenes”.
Al igual que “Huellas sobre el mar”, (titulada originalmente “Plateado sobre plateado”, SADAIC rebautizó “Pecado mortal” (le puso “Nos siguen pegando abajo”) y “Transas (la llamó ‘Dos cero uno”). “No soy un extraño” sí conservó su nombre original. “El protagonista primero dice: ‘No hay que pescar dos peces con la misma red’, y después dice vamos a tomar un trago”, ilustra. “Es una forma de aceptar algo nuevo” (en su libro Charly Queer, Facu Soto afirma que el tema fue uno los primeros del rock argentino en hablar abiertamente de la homosexualidad). Lo que capturan estas canciones son instantes”. Ese rasgo lo recoge a la perfección “Los dinosaurios”, devenido en himno de la época. “Imaginé que me levantaba un día y desaparecía un reloj. O cosas chiquitas”, reconoció el músico a Felipe Piña. “Por la mitad, empecé a hacer referencia a que ‘un amigo está en cana’, ‘desaparece el mundo’, ‘puede desaparecer todo el mundo’ y ahí cambió. No era una canción política y terminó siéndolo”.
A los 31 años, Paul McCartney estableció un antes y un después de The Beatles al lanzar Band on the Run, su primer discazo solista. En la época de Clics Modernos, Charly tenía la misma edad y estaba por generar un punto de inflexión con su pasado grupal. Pero aún ese puñado de canciones juntas no tenía nombre. Una tarde, el músico y compositor salió junto a Uberto Sagramoso, fotógrafo argentino que vivía exiliado en Manhattan (antes había trabajado con Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Seru Giran), para hacer fotos para la tapa y el arte interno. El grafiti era una cultura incipiente en esa ciudad, y Charly quería un poco de esa frescura. Al principi, la idea era sacarse una foto con el título tentativo, Nuevos trapos (Marchi asegura en su libro que otra opción que se barajó fue Piano bar), escrito en aerosol en una pared. Caminaron unas cuadras más y vieron tres grafitis. Charly se sentó al lado de uno de ellos, que decía “Modern Clix”.
Modern Clix era el nombre de una banda neoyorquina a lo Talking Heads. El artista iba a llamar así al disco, pero Blaney le sugirió que se dejara de tanto anglicismo. Charly, que se había cortado el pelo y apelado a las máquinas de ritmo (“No me dejan salir” contiene el primer sample que se conozca de James Brown), pensó en el clic de la cámara de fotos como introducción a la posmodernidad. Mientras lo mezclaban en Unique, Laurie Anderson grababa en otro estudio Mister Heartbreak. Hasta llegaron a cenar juntos cuando trabajaban en “Ojos de videotape”. Inspirado en David Bowie, a quien vio vestido de blanco en el show de Let’s Dance en Nueva York, Charly presentó Clics modernos en el Luna Park en diciembre de 1983. En principio, el trabajo fue denostado casi por unanimidad por la crítica musical de la época, según recuerda Roque Di Pietro en su libro Esta noche toca Charly. Sin embargo, 40 años más tarde, sus 34 minutos de duración todavía están cerca de la revolución.
En Nueva York
Con esquina propia
En el libro Te amo, te odio, dame más, Daniel Grinbank opina que Charly merecía tener mayor reconocimiento (en la época en la que salió Clics modernos): “Una injusticia […] Pero eran otros tiempos […] Era imposible que un radio difundiera rock en español”. Sin embargo, a propósito de los 40 años del lanzamiento de su segundo disco solista, el icono será homenajeado por la ciudad de Nueva York. El lunes 6 de noviembre, a las 11 de la mañana (hora local) se llevará a cabo una ceremonia en la esquina inmortalizada por el fotógrafo argentino Uberto Sagramoso para la tapa del álbum (ubicada en el cruce de las calles Walker Street y Cortlandt Alley, próximas a Chinatown). La esquina pasará a llamarse Charly García Corner. Aunque el lugar ya no se ve igual, porque actualmente funciona allí un hotel, se colocará una placa alusiva al músico. El responsable de esta movida, que cuenta con el apoyo del Consulado del país en la Gran Manzana, es Mariano García, actor argentino establecido en esa ciudad.