Carolina Pavlovsky, hija de Eduardo “Tato” Pavlovsky, es psicóloga, psicodramatista y ahora directora de teatro. Por primera vez dirige una obra, Paso dedos, quizás una de las más resonantes escrita por su propio padre, que narra el vínculo de un torturador y su víctima.
Los actores Andrea Martínez y Alejandro Robles interpretan a ambos personajes unidos por el síndrome de Estocolmo, que pasan continuamente de una relación de amantes a enemigos que se quieren destruir el uno al otro. “La obra trata sobre este síndrome con todo lo que implica la pasión y el odio, el encuentro en medio del dolor y la resistencia de ella, que es lo que incluso lo enamora a él”, detalla Carolina.
Como en El señor Galindez o Potestad, otras de las obras de “Tato”, Paso de dos explora en las subjetividades de personas que fueron partícipes/cómplices de delitos de lesa humanidad. Aunque sin desconocer que por esos hechos horrorosos deben ser juzgados, hay un interés por indagar en la “estética de la ambigüedad”. Es decir, en las complejidades y oscuridades, que son inherentes a todos los sujetos.
En esta versión, Carolina cuenta que “la puesta pertenece a una obra de estados, no tanto de acción y movimiento”. Y que los hechos de la obra bien podrían suceder en cualquier lugar, porque el escenario es atemporal. “Paso de dos puede estar contextualizada en la Primera o Segunda Guerra Mundial, en cualquier lugar donde haya habido un campo de concentración, o donde haya un torturador y una víctima”, expresa.
-¿Cómo trabajaste con la adaptación de la obra?
-Es un texto bastante complejo, con monólogos cruzados. En la adaptación yo tuve que sacar algunas frases que eran muy difíciles de estudiar y puse acciones. Es una obra que se ha hecho muy poco, tanto en la Argentina como en el mundo. Y en general, cuando se ha hecho, siempre el papel de ella está desdoblado: hay una que hace el cuerpo inerte y otra que dice el texto. Y en esta versión yo no quise que fuese así. Además, el teatro de “Tato” es un teatro de estados, no es uno representativo, salvo las primeras obras como el El señor Galindez, por ejemplo, que es una puesta más naturalista, pero esta ya no. Uno va viendo estados de los cuerpos, anímicos y emocionales que van modificándose de una escena a otra por el texto mismo.
-¿Qué rol ocupa la danza en la puesta?
-Estudié danza muchos años, entonces aproveché mis conocimientos para poner coreografías que implicaran violencia y un encuentro amoroso también. La impronta que yo le puse es que la historia se cuente a través de los cuerpos. Además, me di cuenta de cuánto me aportó a mí el mundo del psicodrama. Haber trabajado tanto con el juego me ayudó a entender cómo interpreta un actor y a ponerme en su lugar. No usé las herramientas básicas del psicodrama, pero sí me di cuenta de la importancia de que los actores se animen a jugar, que no le tengan miedo al error, que se saquen de la cabeza toda la crítica, que se animen a experimentar.
-¿De qué manera aparecen representados los roles de cada uno de los personajes?
-Si bien el torturador es torturador hasta el final y la víctima es víctima hasta el final, hay un momento en el que intercambian roles porque la víctima lo asfixia a él. Cuando él le dice “nombrame, quiero que el mundo sepa lo que te hice, no quiero ser un ser olvidado anónimo” (porque además fuera de ese mundo no hay nada para él y lo más intenso que le pasó en su vida fue ese encuentro con su víctima), ella responde “no, no te voy a nombrar, vas a quedar encerrado en mi silencio siempre”. Como una venganza al revés: en vez de denunciarlo, condenarlo al olvido. Y a los actores les dije que no trataran de construir una totalidad porque en cada escena les van a pasar cosas distintas, el torturador en algún momento va a sentirse humillado y ella en un momento va pasar de sentir terror a empoderarse en ciertos momentos. En esta obra ella gana un poco la guerra porque no va a nombrarlo, va a condenarlo al olvido.
Paso de dos puede verse todos los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960).