Uno de los actores más versátiles que tienen el cine y el teatro argentino es, sin duda, Carlos Portaluppi. Por eso es tan requerido tanto para el escenario como para la gran pantalla. Así lo demuestra el dato que indica que el jueves 21 estrena No va más, el diablo no juega a los dados; sigue en cartel Chau Buenos Aires, donde forma parte del elenco, y está por concluir un año exitoso de la obra Votemos en el Metropolitan, que volverá a estar nuevamente el 10 de enero de 2024. En No va más, Portaluppi interpreta a Pancho, quien junto a Eduardo deciden llevar a cabo, en un acto desesperado, un secuestro a un supuesto empresario. Por su rescate, obtendrían una gran suma de dinero que los salvaría de sus difíciles circunstancias personales. Para su sorpresa, el hombre secuestrado los llevará a lugares insospechados de sus emociones haciéndoles vivir horas de violencia, especulaciones, miserias, diálogos de vida y amores. Cada uno se adentrará en la magnitud y diversidad del comportamiento humano, mientras atraviesan una situación extrema. El director del film es Alex Tossenberger.
Por otro lado, en Chau Buenos Aires, ambientada en diciembre de 2001, el tango es el gran protagonista. Algunos de los más famosos, como “Pasional”, “Desencuentro”, “Cambalache” y “Honrar la Vida”, se entrelazan en la trama de manera natural y reflejan lo que viven los personajes del film. Estos tangos grabados especialmente para la película por músicos talentosos de Buenos Aires, e interpretados en la ficción por Julio Färber (Diego Cremonesi), en el bandoneón; Carlos Acosta (Carlos Portaluppi), en el piano; Atilio Fernández (Manuel Vicente), en el violín; Tito Godoy (Rafael Spregelburd), en el contrabajo, y con la voz del famoso cantor caído en el olvido, Ricardo Tortorella (Mario Alarcón), encapsulan la esencia del tango y su profunda importancia en la vida de los personajes. La película no solo narra la historia de una familia en tiempos difíciles, sino que es también una declaración de amor al tango y a Buenos Aires.
En la pieza teatral Votemos, siete ¿civilizados? vecinos se reúnen para tratar una de las tantas tribulaciones del edificio: el cambio del bendito ascensor. Sin embargo, y fuera de la agenda del día, la comunidad es también informada sobre la inminente llegada de un nuevo inquilino, el cual adolece de un aparente problema de salud mental. Pronto, el ascensor pasa al olvido para que la asamblea se transforme en un debate existencial sobre los límites de la convivencia consorcial y la tolerancia grupal e individual hacia lo diferente. Basada en el cortometraje español nominado a los Premios Oscar y Goya en 2022, Votemos trata sobre la salud mental, pero va más allá. Con mucho humor y agudeza, coloca a los espectadores ante un espejo donde sus miedos, estereotipos y contradicciones ya no podrán esconderse. Y donde la aparente tolerancia será puesta a prueba: si el espectador supiera que una persona con problemas de salud mental fuera a ser su próximo vecino y pudiera evitarlo con tan solo levantar su mano en una reunión de consorcio… ¿qué haría?
En relación a la película No va más, Portaluppi recuerda que cuando Alex Tossenberger lo convocó le comentó de este proyecto que tenía con Julio Ordano, “una persona que he admirado muchísimo”. Según relata, “tenían la idea de llevarla a cabo juntos, pero Julio falleció y esta película se convirtió en un homenaje para él”. “Es una historia que surge como una idea casi teatral. De hecho, es una locación donde sucede todo. Son tres personajes nada más. El teatro es un mundo que yo conozco mucho porque me he formado allí. Si bien no es teatro lo que hicimos, tiene un origen, un gen que tiene que ver con lo teatral”, explica Portaluppi.
-¿Cómo fue ponerte en la piel de ese secuestrador tan particular?
-Que no suene raro: no fue una tarea difícil, fue muy sencillo todo porque el guión está muy bien escrito, está muy claro a nivel acciones, tiene una línea de crecimiento en la acción que está todo dicho ahí. Es simplemente dejarse llevar por lo que va sucediendo. Lo otro que lo hizo fácil fueron los compañeros de elenco, Marcos Montes y Carlitos Kaspar, actores con los que ya he trabajado antes y nos conocemos mucho. Particularmente con Marcos, que es con quien hacemos ese dúo de personas que toman esa acción de secuestro. Con Marcos tenemos muchas obras de teatro juntos, también hemos hecho cine. Nos conocemos y sabemos claramente lo que está pensando el otro. Una vez hicimos una obra de teatro en la cual yo no lo veía porque estaba todo el tiempo de espaldas a él. Y los ensayos también fueron así: ni él me veía a mí ni yo lo veía a él. Entonces, hay una conexión muy fuerte, muy profunda entre los dos. Eso facilitó muchísimo la construcción y el desarrollo de las escenas en cada día de rodaje. Con Carlitos también hemos hecho la ficción Hombres de honor para Pol-ka y tenemos mucha afinidad, mucho entendimiento. Todo sumó para el desarrollo y para el buen clima de trabajo.
-Los secuestradores siempre juegan con el miedo de las víctimas y sus familiares, son manipuladores. ¿Crees que en este caso se invierten los roles? Porque los delincuentes parecen más preocupados que el secuestrado…
-Sí, lo que pasa es que hay una característica, se da como vuelta la cosa en el plano de la acción de la historia porque esta es una persona que parece tener cierto dominio sobre la psicología de estos personajes y hace que eso no les resulte una tarea tan sencilla llevar a cabo su cometido. Es un tipo que los termina manipulando psicológicamente. Ahí está la complejidad y lo atrapante de esta trama. Es un thriller casi psicológico.
-¿Crees que Samuel, el secuestrado, funciona un poco como espejo donde se reflejan las miserias de esos dos hombres?
-Sí, pasa un poco por ahí. En realidad, el mismo Samuel es quien les pone el espejo enfrente. Los hace ver e incluso llegan a confrontar entre ellos dos ante la mirada y la exposición en la cual los ubica Samuel. Ahí es donde los manipula psicológicamente, porque los pone frente a frente a los dos, que son amigos de toda la vida y, de golpe, se ven expuestos ante lo que les va haciendo ver de acuerdo a cómo están atravesando sus vidas en ese momento ellos dos. Es claramente una manipulación.
-Por estos días también se te puede ver en Chau Buenos Aires. ¿Qué significa el tango en tu vida?
-Yo soy oriundo de la provincia de Corrientes, o sea que me crié más bien con el folklore. Pero mi padre había nacido acá y yo siempre lo escuchaba silbar algún que otro tango allá en Corrientes. Está la melodía de escuchar en el recuerdo el silbido de alguna canción de mi padre. Pero más profundamente se me metió cuando me tocó hacer unos años atrás un docuficción sobre la vida de Homero Manzi. Ahí sí estuve investigando más acerca del tema, y metiéndome en la milonga y estudiando un poco de esa generación que hizo la revolución cultural en la Argentina en los ’40. Fueron pasando por Discépolo, Troilo, Manzi y por el lado de la literatura, Borges. Son todos los que formaron la revolución cultural en la Argentina. En ese momento, cuando actué de Manzi, me tocó hacer una escena que tenía que ver con el homenaje que le hicieron Manzi y Pichuco a Discépolo por el momento que estaba atravesando Discépolo, que estaba siendo bastante maltratado a partir de su apoyo al peronismo en aquel momento. Y construyen el tango “Discepolín”. Interpretando a Manzi, me tocó hacer la escena donde ellos dos componen a través de una línea telefónica. Manzi está internado en una clínica y le lee a Pichuco lo que escribe. Y Pichuco lo escucha y le dice “Dame un rato”. Al rato, Pichuco lo llama por teléfono y le hace escuchar lo que compone con el bandoneón. Y así crean “Discepolín”. Y después curiosamente me tocó hacer de Pichuco en la serie Historia clínica. Y tuve que hacer la misma escena desde Pichuco.
-¿Y cómo recordás aquellos tiempos de diciembre de 2001 en que transcurre la historia de Chau Buenos Aires?
-En aquel momento, estaba filmando El sodero de mi vida, una producción de Pol-ka. Estábamos en un galpón en el barrio de Chacarita. Estábamos ahí encerradísimos y, de golpe, salimos y el país estaba incendiado. Me encontró en esa situación.
-¿Crees que la Argentina puede llegar a volver a vivir una situación similar?
-No, esperemos que no. No se me cruza por la cabeza en lo más mínimo el deseo de que eso vuelva a suceder. Sabemos que estamos en una situación compleja, donde los fantasmas vuelven a aparecer, pero esperemos que no. Creo que la situación es diferente y esperemos no llegar a eso otras vez, por favor.
–Ahora también estás en la serie Mordisquito, que arrancó en la TV Pública, donde componés a Raúl Apold, reconocido por su labor en la Subsecretaría de Prensa y Difusión durante la primera y segunda presidencia de Juan Perón. ¿Cómo fue encarnar a un personaje así?
-La invitación a ser parte de este elenco, encabezado por Daniel Casablanca, que hace una hermosa construcción de Enrique Santos Discépolo, fue realmente un placer. Y valoro, aprecio y reafirmo la necesidad de sostener la ficción nacional en la TV Pública y en nuestra industria cinematográfica. Son partes de nuestra historia que son necesarias de ser contadas, de rescatarlas de nuestra memoria y traer al presente para que la gente vea un poquito cómo se vivieron esos momentos. Es de un gran valor y un gran aporte para nuestra cultura. Como así también la importancia que tiene el Instituto Nacional de Cinematografía para nosotros, que nos permite hacer las películas que hacemos, sabiendo la llegada y la repercusión que tienen nuestras películas en diversos festivales del mundo. Sin ir más allá, lo que sucedió con Argentina, 1985, película de la cual también tengo el orgullo de haber sido parte, fue la última película nacional en ser nominada al Oscar y fue hecha íntegramente acá. Así que es un orgullo para mí haber sido parte de una ficción que tiene que ver con nuestra identidad.
-La serie se estrenó justo en un momento crucial, días después de las elecciones presidenciales…
-Sí, justamente en las elecciones. La serie cuenta un poquito la previa que hace cuando Raúl Apold convoca a Enrique Santos Discépolo con el fin de apoyar la fórmula Juan Perón – Eva Perón. Y de ahí surge un poco esta cosa de que Apold es como el inventor del peronismo, el que inventó todos los eslóganes en la campaña política allá en los ’50. En su momento, tuvo una gran repercusión el personaje Enrique Santos Discépolo porque confrontó y, en cierta medida, fue como un preanuncio de esta famosa grieta que tanto persiste en la Argentina. Él tuvo una llegada y un alcance masivo a nivel popular, pero también se encontró con una oposición muy rotunda, muy fuerte de parte quienes estaban en contra del Justicialismo en su momento. Eso lo llevó a entrar en un estado profundo de crisis porque se encontró siendo marginado por muchos colegas, artistas, productores… Le costó la salud. Es parte también de nuestra idiosincracia que persiste también en estos días.
-Hicieron más de 200 funciones de Votemos este año y vuelve el 10 de enero. ¿Cómo surgió la idea?
-Está inspirada en un cortometraje del director español Santiago Requejo. El corto estuvo seleccionado para los Premios Goya y el año pasado ganó acá el Bafici, y a partir de ahí, el productor Adrián Suar le pidió al director la extensión de la obra y trasladarla a una pieza teatral. El corto es simplemente la primera escena. La obra es desde la primera escena hasta el final de toda esta historia. Es un texto que fue y vino mientras íbamos ensayando, se iba modificando a partir de cosas que hacíamos y que iba proponiendo Adrián. La gente siente cierta empatía con algunos de los personajes y una clara oposición con el resto de los personajes que confrontan a esa situación.
-¿La definirías como una obra sobre el rechazo al diferente?
-Absolutamente. El rechazo y esta cosa del dedo acusador que uno tiene de poner el problema en el otro sin ver un poquito hacia dentro, lo que pasa con uno mismo, porque a esa persona uno la acusa porque tiene un diagnóstico de algún padecimiento mental. Pero te puedo asegurar que si todos nos analizamos, algún diagnóstico vamos a tener.
-¿Cómo ves a la sociedad en relación a las personas con padecimientos psíquicos? ¿La pandemia acentuó los prejuicios sociales, como los que suelen verse en un vecindario?
-Se está empezando a hablar un poco de eso. Y estamos empezando a pensar y a reflexionar un poquito al respecto. Muchas veces no nos damos cuenta. A partir del reflexionar y que se hagan presentes estos temas, es cuando empezamos a enterarnos lo que sucede y cómo lo vive aquel que padece un trastorno mental, cómo lo sufre. Y es cuando tenemos la necesidad de intentar modificar nosotros. Para mí fue un gran crecimiento esta obra porque en cada ensayo que teníamos cada día era volver a mi casa y pensar en todo lo que había sucedido en el ensayo y las cosas que sacábamos, las cosas que decíamos, las que estaban escritas y cómo nos llegaban. Me hizo pensar, me hizo reflexionar mucho en qué le pasa al otro. Y es necesario que seamos reflexivos a eso y que seamos mejores personas, empáticos y humanos.
Primeros pasos
Adiós a la arquitectura
En su Mercedes natal, Corrientes, Carlos Portaluppi deseaba hacer de San Martín, Belgrano y Sarmiento en los actos escolares. “De niño soñaba con subirme al escenario y no me tocaba nunca. Un dia se enteró una profesora mía del secundario, era profe de francés, y me invitó a ser parte de un elenco que armó con alumnos del colegio. Hicimos Nuestros hijos, de Florencio Sánchez”. El actor dice que fue la primera vez que se subió a un escenario. “A partir de ahí encontré un camino, un mundo nuevo. Estoy eternamente agradecido a esa profesora”.
-¿Cómo fue que la actuación le ganó la pulseada a la arquitectura?
-Cursé hasta 4º año de Arquitectura en la Universidad de La Plata hasta que decidí venir a estudiar con Lito Cruz en Buenos Aires. Hacía las dos cosas en paralelo. Cuando hice el pase de la Universidad de La Plata a la UBA, hubo varias materias que no me las reconocían acá, a pesar de que eran las mismas cátedras con las que había aprobado allá. Cosas así que tuve que afrontar, volver a cursar las materias que ya tenía aprobadas. Eso me pinchó un poco, pero a su vez, cuando descubrí lo que me pasaba con cada clase que estaba teniendo con Lito y empecé a frecuentar el teatro, a moverme y a trabajar en todos los sótanos que había en ese momento en la ciudad haciendo teatro, me fue ganando. Yo sabía claramente lo que quería hacer, simplemente no me animaba a dar el paso. Pero sabía que lo mío tenía que ver con esto de contar la historia. Fue así que empecé a actuar, hasta que un día en uno de esos sótanos, habían salido de Pol-ka a buscar gente nueva en los teatros independientes y estaba presente la madre de una chica que hacía producción en Pol-ka. Como ella no podía ir, la mandó a la madre y al finalizar la función, la madre estaba esperándome en la calle y me dijo que le había gustado el trabajo que yo había hecho, que era Calígula. Me comentó que iban a hacer una prueba de cámara a la semama siguiente en Pol-ka, y si me interesaba ir, y le dije que con todo gusto. Fui y ahí empezó todo. Se me abrieron un montón de puertas porque empecé a hacer Vulnerables.
-¿La bisagra en cuanto a popularidad fue el farmacéutico Elvio Dominici de Vulnerables?
-Sí, claramente tiene que ver con eso porque fue una serie de una calidad altísima con una producción, una dirección, un equipo técnico y artístico impecables. Y cada martes, la gran mayoría del público se detenía a ver esa ficción por la calidad con la que se contaba esa historia. Claramente, fue el paso a crecer un poquito más en el oficio para mí.