Promediando la tercera edición del Festival de Cine de Córdoba (FeCC), que se realiza en esta provincia hasta el próximo domingo, a las películas proyectadas junto con las charlas, talleres y clases magistrales que ya convocaron a una buena cantidad de público, el jueves se le sumaron los cortos y largometrajes que forman parte de la flamante competencia que se inauguró este año.
“El after del mundo”, de Florentina González, inauguró la Competencia Argentina de Cortometrajes en el mítico Cineclub Municipal Hugo del Carril, reducto por excelencia de la cinefilia cordobesa, con una historia sobre la amistad en un futuro distópico en donde la humanidad desapareció y Fluor, un espectro con una mochila de delivery a cuestas, obsesionado por fumar y por conseguir wifi para bajar música -la banda del corto es de Juana Molina-, se encuentra y entabla relación con Carlix, otro fantasma, que pasa sus horas rearmando el esqueleto de una ballena.
Luego se proyectó “El Santo”, de Agustín Carbonere, que ganó como Mejor Director en el último Bafici y ahora es parte de la Competencia Oficial de largos en el FeCC.
La película está centrada en Rubén (Roberto Suárez), un aparentemente infalible curandero, que salva la vida de un niño (Benjamín Mateos), por lo que su madre (Elisa Carricajo), decide ayudar a que el protagonista suba un escalón más en popularidad, hasta que llega a tener su propio templo y un programa de televisión.
Suerte de radiografía de lo que seguramente muchos espectadores imaginan que es ese mundo, “El Santo” habla de los fanatismos, la desesperación y la sociedad mediática y agrega el odio que se va generando en torno al personaje y en su propia psiquis, que lo convierte en un déspota sujeto a todo tipo de caprichos.
Una buena ópera prima que a medida que va desarrollando su historia se hace cada vez más densa.
El segundo programa doble de la competencia de cortos y largos se presentó también en el Hugo del Carril cuando caía la tarde: “Un lugar a dónde ir”, de Agustina Arioni, y “Moto”, de Gastón Sahajdacny.
En primer lugar se vio “Un lugar a dónde ir”, un corto extraordinario, también con un protagonista que trabaja en un delivery, que muestra las condiciones de trabajo, con las apps como un yugo omnipresente que determina el cansancio de Marcos (Ernesto D’Agostino), que duda en ser parte de un sindicato de repartidores, mientras divaga a bordo de su bicicleta sobre su vida.
Con animación, imágenes de videos caseros y voces en off, el gran fuera de campo de la explotación se despliega sin fisuras en apenas 15 minutos.
A continuación se vio “Moto”, que tiene la virtud de poner en discusión lo obvio que por obra de la repetición parece haberse convertido en una realidad aceptada sin cuestionamientos, entonces con solo algunos planos y escenas, que incluso no son decisivas en el relato, pone las cosas nuevamente en su lugar; esto es, la cotidianidad de la ciudad de Córdoba -que podría ser cualquier otra gran urbe-, en donde muchos a bordo de sus autos y de una posición más o menos acomodada viven sus vidas en contraste feroz con los vendedores ambulantes como Mariano, que carecen de casi todo.
Ese panorama complementa a una historia que se desarrolla entre el centro y la periferia cordobesa, en donde una vez más el contraste y la desigualdad se notan mientras Mariano la recorre con su moto; solo con eso.
El cruce se extiende a la amistad entre Mariano y su mundo y Constanza y el suyo que, se adivina, es de clase media y que la cámara también da cuenta a través de los recorridos de la chica en bicicleta por otros barrios.
No hay violencia explícita en la película, no están los llamados “motochorros”. Por el contrario, hay ternura, también humor y curiosidad, pero sin embargo están los medios, que descargan una y otra vez las tragedias policiales, criminalizando la pobreza sin reflexión sobre las causas y el evidente desbalance social como un eco omnipresente e ineludible.
“Moto” es una película luminosa, una ópera prima que desde su humanidad, no necesita enfatizar nada, cuenta lo que debe y se atiene a un discurso inteligente y a la vez poético sobre la falta de oportunidades.
Más allá de las proyecciones, los diversos encuentros organizados por el FeCC sin duda marcan el termómetro del certamen, con mucha participación del público en las diferentes actividades, como el Taller Cine en Comunidad, una iniciativa dependiente del Programa Cine Inclusión del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) que busca acercar al cine a la comunidad.
“Se trata de realizar un cortometraje con una jornada de guión en donde se decide entre todos qué se va a contar, otra de rodaje y la tercera de edición y proyección del trabajo”, cuenta a Télam el coordinador del Taller, Damián Laplace, en medio del trajín de la filmación en pleno centro cordobés, que involucra a 20 personas que se anotaron previamente para trabajar con el equipo de profesionales del Incaa.
“Los participantes tienen alguna experiencia o ninguna, hay estudiantes y gente mayor, pero entre todos los que se anotaron repartimos los roles para cubrir las áreas de trabajo que se necesitan para hacer una película”, detalla Laplace, satisfecho con la convocatoria.
El jueves también hubo un “Diálogo abierto con Sebastián De Caro”, que casi llenó la sala del Centro Cultural Córdoba para escuchar al director de “20.000 besos” y “Matrimillas”. Igual convocatoria logró el encuentro con Albertina Carri (“Los rubios”, “Cuatreros”, “Las hijas del fuego”) en una charla titulada “Cine, libros, pornografía y democracia”.
La jornada culminó con la Clase Maestra de Juan Pablo Zaramella (“Viaje a Marte”, “En la ópera”, “El hombre más chiquito del mundo”, “Luminaris”), uno de los maestros de la animación argentina y latinoamericana, que justamente, con “Luminaris”, ganó 327 premios y se convirtió en el corto de animación más premiado en todo el mundo.