Desde Río de Janeiro

La mejor sensación, al regresar a Brasilia, es reencontrarse con Lula en el Palacio del Planalto, de donde nunca debió irse. La sensación de que las cosas han vuelto a su sitio, con Lula de vuelta en el poder.

En primer lugar, el acceso al Palacio del Planalto vuelve a estar abierto al público. La gente hace los trámites necesarios y es enviada a ingresar al Palacio Presidencial, como casa del pueblo, desde donde regresa Lula para gobernar para el pueblo brasileño.

Ni siquiera se puede imaginar en qué se había transformado todo eso con un gobierno ilegítimo, que tomó el poder, mediante un golpe mediático-legal, que arrojó a Brasil a los peores años de su historia en este siglo. Sólo porque se deshizo de todo eso, las elecciones democráticas en Brasil valieron la pena.

Las amplias avenidas de Brasilia recuperaron su aire democrático, el país volvió a tener un gobierno elegido por el pueblo, para gobernar para el pueblo. La belleza de la ciudad vuelve a deslumbrar, mostrando la atmósfera original para la que fue construida.

Afortunadamente, nos deshicimos tanto de la dictadura militar que ocupó por la fuerza el Estado brasileño durante más de dos décadas, como de los gobiernos autoritarios que, durante 7 años, volvieron a ocupar el gobierno, rompiendo una vez más con la democracia. Brasilia no fue hecha para ser gobernada de esta manera, no fue hecha para ser militarizada, para separar la hermosa capital brasileña de su gente y del país.

Cuando terminó la dictadura militar y el último dictador, el general João Figueiredo, iba a entregar la presidencia a Tancredo Neves, elegido por el Colegio Electoral, compré un pasaje y fui a Brasilia, para ver el traspaso del gobierno al primer presidente civil. De repente, para sorpresa de todos, el día anterior se anunció que Tancredo había enfermado y no asumiría el cargo.

De todos modos fui al Congreso para ver cómo el gobierno entregaba el poder. Sin embargo, aprovechando esta circunstancia, Figueiredo no acudió al acto. Y tomó juramento José Sarney, vicepresidente electo. No podría haber una transición más conservadora, ni una combinación más de lo viejo y lo nuevo.

Todos salimos frustrados de aquella absurda ceremonia que marcaría plenamente el carácter de esa transición, que agotaría el impulso democrático y prepararía la elección de Fernando Collor y, con él, la llegada del neoliberalismo a Brasil.

Esta vez pude presenciar el lanzamiento del PPA (Plan Participativo Plurianual), diseñado para dar forma concreta al alma de un gobierno que lucha contra las desigualdades en el país más desigual del continente más desigual del mundo. Un plan que se elaboró ​​a partir de la consulta realizada por dos de sus ministros más importantes (Marcio Macedo y Simone Tebet), que circularon por 27 estados de Brasil escuchando a la gente qué tipo de país quieren para el país.

Pero lo más emocionante para mí fue poder reencontrarme con Lula, otra vez en el Palacio del Planalto. Redescubrir la Brasilia democrática, con un presidente elegido por el pueblo, gobernando para el pueblo.



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