Tierralta, en el Caribe colombiano, para Miguel Borja es su lugar en el mundo. Ahí nació y regresa cada año para ayudar a su comunidad humilde y laboriosa. Bastión de los paramilitares en el apogeo del conflicto armado, todavía cuenta a sus víctimas. En la familia del goleador de River hay dos. Sus hermanos mayores continúan desaparecidos. Miguel es el menor de todos.
La historia casi no se conoce en la Argentina y muy poco en el club. Pero el jugador la difundió hace un par de años en un informe del programa Se dice de mí, de Caracol Televisión, donde quedaron registrados su testimonio y el de su mamá, Nicolasa Hernández Smith. El caso es parecido al de Juanfer Quintero. Su padre, Jaime Enrique, también fue secuestrado el 1° de marzo de 1995 cuando iba camino a alistarse en el ejército. Nunca más volvió.
“Mi hermano mayor al que no tuve la oportunidad de conocerlo, desapareció por el tema del conflicto. Tuve otro hermano que alcancé a conocer, Samir, por parte de mi papá y también fue desaparecido. Fueron golpes muy duros para nuestra familia”, cuenta Borja a cámara en su Colombia natal.
La madre se balancea en una silla mecedora, viste la camiseta del Junior de Barranquilla –el club del que es hincha Migue – y explica su drama: “La desaparición de mi hijo siempre la llevo pensando en él. Para ver qué fue lo que le pasó y no hayo respuesta. Nada… Sé que se perdió hace muchos años, desapareció y nada se ha sabido de él. Fue un golpe muy duro”.
Cómo la describen, parece una tragedia argentina. Aunque Colombia tiene registros pavorosos que se extienden por su largo período de guerra civil. Las estadísticas recopiladas entre 1958 y 2022 por el Observatorio de Memoria y Conflicto señalan que hubo 80.725 desapariciones forzadas. Para otras organizaciones de la sociedad civil, podrían ser más. En el programa de Caracol TV, Borja relata cómo vivió su familia la situación de sus hermanos: “Fueron momentos difíciles y no tener los cuerpos, que nunca llegaron, para por lo menos decir: se enterraron y todo queda tranquilo. Pero no, no aparecieron. Simplemente fue eso”. De fondo se ve la imagen en blanco y negro de uno de ellos que tiene un notable parecido con el goleador.
La familia vivió durante la infancia de Miguel con los pocos ingresos que generaban Nicolasa y José. Ella vendía empanadas y él billetes de lotería o juntaba maderas. “Yo trabajaba en las plazas vendiendo fritos. A eso me dediqué toda la vida, mientras críe a mis hijos. A Miguel yo lo cuidaba mientras trabajaba y él se entretenía jugando con bolitas de trapo”, contó una vez su mamá en una entrevista con El Heraldo de Barranquilla. En esas experiencias de vida se curtieron los Borja, que son muy unidos.
En cada partido en la Selección Colombia o en River, su familia numerosa se junta a verlo por TV. Son ocho los hermanos: Luis Enrique, Berlides, Walter, Antonio, Luis Eduardo, Jairo Alonso, Marco y el propio Miguel Ángel. En Tierralta hay paisanos de Borja que lucen con orgullo la camiseta del club de Núñez.
Es el crédito local, el benefactor que mantiene una fundación que preside desde 2014 y que lleva su nombre. De esa manera ayuda a los hijos de vecinos en condición más vulnerable. En 2022 recibió a más de un centenar de pibes de 8 a 13 años. Los vistió, les facilitó transporte y además asistencia psicológica. Hace un par de años organizó en su pueblo un partido para recaudar alimentos al que se sumó Juan Guillermo Cuadrado, una de las figuras del seleccionado cafetero.
“El hambre me llevó a superarme. Les hacía mandados y les limpiaba los patios a los vecinos para ganarme un dinero para ir al colegio. Eso nunca se olvida”, dijo Borja en abril de 2020.
Tierralta es un municipio del departamento Córdoba donde cualquier vida corre peligro. A mediados de los ’90, las autoproclamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el grupo paramilitar que cometió masacres masivas de campesinos, nació en esa región. Su líder, Carlos Castaño, ex pistolero del Cártel de Medellín, era el señor feudal del territorio donde manejaba a su antojo a las autoridades.
Hoy, ya sin esos grupos ultraderechistas desmovilizados, el mayor peligro sigue vistiendo de uniforme. En septiembre pasado llegó hasta la zona un grupo de militares. Encapuchados, apuntaron contra personas entre quienes había niños y embarazadas. Cuando se descubrió la maniobra para amedrentar, haciéndose pasar por lo que no eran -guerrilleros de las llamadas Disidencias de las FARC-, dieciocho de ellos fueron apartados de sus cargos.
Borja contribuye a hacer más llevadera la vida en esa tierra a la que vuelve cada vez que puede. Su trayectoria deportiva, esforzada y sinuosa, también está decorada con hechos de violencia que sufrió en carne propia. El momento más delicado lo vivió cuando en noviembre de 2016 estuvo a nada de ser herido con una navaja después de un partido. Él jugaba para Atlético Nacional de Medellín. Acababa de ganarle la final de la Copa Colombia a su Junior de Barranquilla por 3 a 1. Durante los festejos una mujer saltó al campo de juego con el arma cortante e intentó tirarle un puntazo por la espalda. Detectada, fue neutralizada y Borja salió ileso. Después el jugador se preguntó cómo había sido posible: “No entiendo por qué llegó a entrar una mujer con un arma al estadio. Afortunadamente ya pasó. Será Dios quien la juzgue a ella”.
Creyente fervoroso, el colombiano se persigna cada vez que ingresa a una cancha o combina una oración con el festejo de un gol. El Colibrí patentó uno que le valió su apodo. Extiende sus brazos hacia adelante, coloca los dedos índices en punta y repiquetea con sus pies en el lugar. Hoy tiene motivos para celebrar su racha goleadora de 23 goles en 57 partidos en River, pero nunca se olvidó de sus orígenes, ni de sus hermanos desaparecidos.
En su pueblo se levantó la Casa de la Memoria en agosto de 2015, un espacio de reflexión que superó la idea original de levantar el Muro de la Dignificación. Pero un alcalde de Tierralta la cerró cuatro años después y los familiares de las víctimas del conflicto armado lucharon para reabrirla. Donde el delantero nació el 26 de enero de 1993, no hay familia que haya escapado a la violencia paraestatal o los cárteles de la droga. La memoria es el mejor antídoto para que no se repita la pesadilla que vivieron los Borja.
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