“Tenía una manera extremadamente sensible y las notas volaban tan aéreas como las perlas del clarinete de Barney Bigard”. Si bien la escena corresponde a La espuma de los días, novelaza de Boris Vian, también se ajusta a cada vez que Benajmin Biolay se sentaba en el piano y desataba ese vendaval de melancolía. Sin embargo, como él mismo señaló antes de tocar “De la beauté là où il n’y en a plus”: “La letra es para bailar. Es mi forma de hacer canciones tristes”. Luego se sumergió en un pop groovero con ganas de exorcizar las penas. De sus desembarcos en la capital argentina, el cantante y compositor francés brindó el jueves 11 en Niceto Club posiblemente el mejor de sus recitales. Por más que apeló a un repertorio que sintetizó los contrastes y matices sonoros que abordó a lo largo de su carrera, mechados con sus hits, él por sobre todo se encontraba inspirado. Más que nunca.
Si en la previa del show había advertido que esta vuelta a los aforos locales iba a ser una especie de “cita a ciegas”, se aferró de tal manera a la sentencia que se lo vio nervioso apenas subió a escena. Y es que este modernizador de la chanson, el llamado heredero de Serge Gainsbourg desarrolló en los últimos años un idilio tan enraizado con Buenos Aires que se tomó en serio su posicionamiento entre el público argentino. Aunque en el pasado actuó en vitrinas de todo tipo, desde festivales masivos hasta la intimidad de las salas de jazz, este regreso a Niceto Club tenía sabor a un nuevo comienzo. Tanto que a lo largo de las dos horas de recital se comunicó en español, por más que pidió permiso para hacerlo en su idioma natal. Y no sólo eso: lo respaldó una banda conformada por músicos y músicas argentinos que nada tiene que envidarle a su análoga francesa.
De hecho, la bajista Nathy Cabrera y la tecladista Gimena Alvarez Cela forman parte del grupo galo con el Biolay se encuentra encarando su actual gira europea. La segunda, de la misma forma que sucedió en Francia en algunas actuaciones del músico originario de Villefranche-sur-Saône, se encargó de la apertura de este recital por intermedio de su encarnación solista, cuyo disco debut, Shima, vio la luz el año pasado. Poco antes de las 22, y con Rosalía sonando a manera de calistenia climática, la banda salió a escena, escoltada por el crooner. Arrancó sobrecogedoramente con su éxito “La superbe”, al que le dio la estocada al sentarse al piano. Tras saludar al público, pegó el volantazo y acudió al funk rabioso (sin perder la compostura) “Le ‘heure bleue”, incluido en su álbum de estudio de 2022: Saint-Clair. Como para empezar a acomodar su pasado con su presente.
Siguió hurgando en su identikit sonoro de esta época mediante el indie pop “Comme une voiture volée”, a la que le siguió una de sus canciones de esa chanson más fundamentalista: la intimista “Sans viser personne”, en la que se colgó la guitarra acústica (acolchado por las texturas sonoras elucubradas por Alvarez Cela). “En Francia no hablo en mis shows, pero en la Argentina sí lo haré”, advirtió a continuación. Ahí presentó “De la beauté là où il n’y en a plus”, también de Saint-Clair, donde destacó el trabajo de guitarras (bien cerca de la impronta de Curtis Mayfield, lo que es toda una proeza), del ex Adicta Julián Fraus. Al terminar, y sumándose a la ovación, Biolay arengó al público con ese gesto con la mano, tan propio de su cultura, del “Allez, allez!”. Y lo repitió cuando el fervor (o más bien la adrenalina del momento) lo embargaba.
“Miss miss” dio cuenta de la evolución estética y camaleónica de la que es capaz el músico de 50 años al conjugar una base medio reggaetonera, donde el histórico Fernando Samalea una vez mostró su versatilidad, con una guitarra afín al soukous congolés, en tanto que la tecladista despachaba su rapeo a lo jamaicano. Del tema incluido en su disco Palermo Holywood, grupo y frontman pasaron a revisitar el repertorio de Grand Prix, de la mano de la balada guitarrera “Ma route”. Aprovechando el cambio de decibeles anímico, Biolay se volvió a colgar la guitarra acústica para hacer “La ballade du mons de juin”, en la que Cabrera cubrió el segmento vocal que alguna vez le tocó a la expareja del artista, Chiara Mastroianni. La dialéctica entre bajista y cantautor estaba tan aceitada que la otrora No Lo Soporto hizo las veces de directora del grupo, despojando al francés de todo peso.
En ese tramo del show, Cabrera y Alvarez Cela tomaron un protagonismo vocal central. Sucedió en la suerte de country “Dans la merco Benz”, y lo repitieron en el new wave “Les joues roses”. Aunque en el medio hicieron el funk canchero “Les lumières de la ville”, donde (al mejor estilo de Daft Punk en “Lose Yourself to Dance”) Biolay demostró una vez más la capacidad que tienen los franceses para dominar los misterios del ritmo. Si el seminal “Les cerfs volants” y “Los Angeles” evocaban la cualidad que tenía la entonces joven y rebelde promesa de la chanson para lidiar con el pop barroco, “Ton Héritage” daba muestras de su madurez y de su tesón para preservar la tradición. Luego de que Samalea lo acompañara en el bandoneón, ese pasaje intimista prosiguió con “Confettis” (ahí Cabrera, en calidad de segunda voz, evidenció su don resolutivo).
“Pourtant”, también de Saint-Clair, enfatizó que ese décimo disco de estudio en solitario era al final de cuentas la columna vertebral de la lista de canciones. Sin embargo, a diferencia de la versión plasmada en el álbum, el cantante francés lo despojó de tamaño dramatismo, tornándolo cándido en la reinvención. Eso le vino bastante bien a la recta final del recital, que levantó con ese pop bien a la francesa (marca registrada que va desde la yeyé France Gall hasta los indie The Pirouettes). Acto seguido, introdujo a “Rends l’amour”, pop que, pese a su tragedia, pidió cancha en la pista de baile. “Roma” también apeló por esa veta discotequera. Pero a falta de Illya Kuryaki and the Valderramas, quienes originalmente prestaron su voz para este tema, Cabrera y Alvarez Cela ocuparon su lugar. Y antes que emularlos, le inyectaron su impronta con tanta solvencia que no se extrañó a la dupla.
Luego de despedirse con el funk “Comment est ta peine”, Benjamin Biolay regresó a escena con puño arriba en señal de victoria. Abajo, público argentino y seguidores franceses, en una sala henchida de pasión, juntaban voces para el “olé, olé” (algo inconcebible en diciembre de 2022). Como era de esperar, porque al parecer le agrada remontar situaciones complejas, el crooner galo comenzó abajo con algo de esa nueva chanson que bien supo liderar en la transición de los ’90 a los 2000, mientras que en la segunda mitad de “Padam” recurrió a su talento para la métrica rapera. La tríada de bises la cerró otra de las canciones de su disco Saint-Clair: la que le da título a este trabajo y con la que certificó que es un artista, aún en esta época, en constante construcción. Aunque antes, a manera de corolario, agradeció conmovido por esa “noche de ensueño”.