La reunión de los BRICS en Sudáfrica, del 22 al 24 de agosto, promovió una guerra mediática con anterioridad al encuentro, que se acrecentó después. Con la incorporación de seis Estados como miembros plenos (Argentina, Arabia Saudita, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes e Irán), el malestar aumentó. Sería interesante repasar por qué fueron incorporados esos seis Estados entre los veintipico que presentaron su solicitud formal, muchos de los cuales serán aceptados en la próxima reunión del grupo. Limitándonos a la incorporación de Argentina, se abren dos preguntas, una a corto y otra a largo plazo: ¿cuál podría ser el efecto que tendría en las próximas elecciones? Y ¿qué podría ocurrir después del 22 de octubre?
A corto plazo no creo que la incorporación a los BRICS influya de manera decisiva en las próximas elecciones presidenciales. Podría haber algunos nuevos votos para Patricia Bullrich porque promete sacar a la Argentina de los BRICS. O ella podría perder votos por la misma razón. O podría haber nuevos votos para Javier Milei que propone la dolarización mientras que el grupo BRICS impulsa la desdolarización. O porque Milei propone asociarse con Estados Unidos e Israel, y estar cerca de los países del G-7, mientras que los BRICS se desvinculan de EE.UU., de los G-7 y de Israel. O perderlos por la misma razón.
O podría haber algunos votos nuevos para Sergio Massa porque una presidencia suya, de hecho, apuraría las ventajas de pertenecer a los BRICS y la ampliación que ocurrirá en 2024. Pero intuyo que para la gran mayoría de las y los votantes, los BRICS son irrelevantes. Por un lado, hay apremios más inmediatos y, por otro, no hay un debate público e informativo sobre la radical reforma que adelantaba la historia de los BRICS 5 (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y que amplían los BRICS 11 (los cinco países originales más los nuevos seis). Las consecuencias a largo plazo, en cambio, serán radicales.
En el ámbito de las relaciones internacionales y sus repercusiones domésticas, lo que ocurra en octubre será decisivo. El resultado de la elección presidencial decidirá si Argentina monta el tren de la orquesta que canta la balada de las relaciones basadas en “ganar-ganar” (win-win), la cooperación, el respeto mutuo y e la coparticipación en la construcción de la “comunidad de futuro compartido”, todo lo cual presupone la multipolaridad y la desoccidenalización.
O si, por el contrario, Argentina queda varada en la estación cuando el tren parte, creyendo que el futuro está en la estación. Para ese futuro será necesario derrocar al enemigo que acecha a la estación (en el caso de Milei y Bullrich eliminar el kirchnerismo y en el caso de Bullrich, al igual que Morales, eliminar el disenso e imponer el orden). Ambas vías implican la continuidad de la promoción del odio y la división, puesto que en este horizonte no hay otra que la mano invisible del capital y las reglas de la suma-cero para proteger la mano invisible: para que unos ganen, otros tienen que perder.
El Grupo de los 7 (G-7) es un buen ejemplo de la historia ya hecha que hay que conservar. No hay en este Grupo propuestas creativas, sino defensivas bajo el lema de la seguridad nacional, de la democracia estatal, y de los valores occidentales (a pesar de que Japón sea uno de los 7). Son propuestas de contrarreforma frente a las reformas radicales que está introduciendo y acelerando el Grupo BRICS. Las propuestas de Bullrich y Milei implican conservar las conquistas de Occidente, sin reflexionar sobre la colonialidad inherente en Argentina desde 1810 pero sobre todo desde 1862. Milei propone reinstalar la mano invisible, cuyos descalabros más recientes fueron la Argentina de 2001 y la hecatombe financiera global en el orden internacional, en 2008, originada en Estados Unidos. Momento en el cual se revaloró el keynesianismo.
Se trata de contrarreforma en el orden internacional que necesita la colaboración de Estados nacionales. Bullrich y Milei son voluntarios candidatos. Se trata de remozar (invocar lo “nuevo”) los criterios y estrategias sobre los que se fundó la occidentalización del mundo entre 1500 y 2000, que se mantuvo porque no hubo Estados fuertes y desobedientes como en las dos últimas décadas (China, Rusia, Irán, los BRICS). El problema de la Unión Soviética fue operar en las mismas reglas de juego que cuestionaba, pero cambiando sólo el contenido, no las reglas. Los G-7, así como la OTAN, son instrumentos potentes para mantener los privilegios obtenidos durante 500 años de occidentalización. Específicamente, desde que España inventó el mote de “Indias Occidentales”, antes de que en el norte de Europa fuera inventada América.
Por todo ello, el Grupo BRICS presenta una amenaza, la amenaza de la desobediencia desoccidentalizante. Nosotros, los países del Grupo BRICS -aseveró Xi Jinping, en su discurso inaugural- no regateamos nuestros principios, no sucumbimos a presiones externas y no actuamos como vasallos de otros. No se trata de una amenaza porque sus propósitos sean destructivos y actúen “en contra de”, sino porque actúan “a favor de” ellos mismos y de sus propias soberanías. La desobediencia que propone cambiar las reglas del juego es pecado imperdonable. Los BRICS y las demás organizaciones concurrentes (la Organización de Cooperación de Shanghái, la Unión Económica Euroasiática, la Ruta y el Cordón de la Seda, la Liga Árabe) no resisten (no se oponen a las reglas del juego existentes), sino que re-existen (inventan sus propias reglas del juego), después de la larga noche unipolar de los últimos 500 años.
II
En junio del 2022, durante su asistencia a la reunión del grupo BRICS en Beijing, el presidente Alberto Fernández solicitó la membresía. Públicamente expresó una opinión que es compartida por un gran número de Estados del ex Tercer Mundo, tanto en el Sur como en el Sudeste Asiático. Opinión semejante expresaron los representantes de la CELAC en la Cumbre del 17 y 18 de julio con la Unión Europea. En África esta idea es ya vox populi. Intuyo que Fernández y los miembros de la CELAC comprendieron el significado de las reformas radicales de la desoccidentalización y la reorientación del futuro que ellas acarrean, frente al agotamiento de la occidentalización.
El proyecto político de Javier Milei es exactamente lo contrario. Su lema es la mano invisible (Adam Smith dixit) y por ello delega al empresariado la responsabilidad de construir el futuro de Argentina. Al convocar en este contexto el vocablo Argentina y al mismo tiempo proponer la reducción del Estado, confunde o ignora (intencionalmente o no) que a una gran parte del empresariado argentino, que es a quienes convoca, les interese menos trabajar para la Argentina que hacerlo sacando provecho de la Argentina, de sus recursos naturales y humanos, que cobijados en la retórica que invoca Argentina el supuesto bienestar del país.
Para ello es necesario reducir el Estado de derecho para instalar el Estado corporativo que pueda conducir a la experiencia, ya conocida, de una dictadura de la burguesía, con todo lo que ello significa. Por eso la ciencia debe quedar en manos del sector privado para investigar lo que el sector privado necesita. Por eso a Milei no le interesará, ni tampoco a Bullrich, la membresía argentina en los BRICS pues “amenaza” tales principios.
Sirva un ligero ejemplo para reflexionar sobre este asunto: el del empresariado que participó de la reconstrucción de Rusia después de la caída de la Unión Soviética y de varios años de caos en los cuales el país fue presa de la rapiña. Si Vladimir Putin tiene todavía hoy, y a pesar de la situación en Ucrania, un 80 por ciento de aprobación pública es porque tiene no solo un pueblo, o nación, que lo apoya sino también un empresariado que estima los valores culturales del país y una prensa que contribuye a construir y mantener horizontes de soberanía ante las constantes “amenazas” del Atlántico Norte.
De modo que el apoyo no es a pesar de, sino a causa de la situación en Ucrania. En cambio, el empresariado ruso que proyectaba un Estado Corporativo burgués, de enriquecimiento sin control estatal en las tareas de los más “hábiles” para dominar y explotar, está en el extranjero haciendo lo que puede y colaborando para desmantelar el Estado ruso y transformarlo en Estado corporativo burgués. No digo que esté bien ni que esté mal, sólo digo que esta es la situación.
De igual manera, para Estados Unidos. Una rápida mirada a su historia nos ayuda en estas reflexiones. El empresariado patriótico existió a finales del XIX y principios del XX. Fundaron bibliotecas, universidades y museos, empujaron la urbanización edilicia de las grandes ciudades (New York, Chicago, San Francisco, Los Ángeles), montaron las líneas férreas y ampliaron el comercio nacional e internacional con China e India. Estaban no sólo interesados en generar riquezas sino también en utilizar esas riquezas para consolidar su idea de la cultura nacional. El país importaba. Era una cuestión política y económica, pero también cultural y ética. Sin duda, el empresariado es siempre capitalista, en Rusia, en Estados Unidos y en Argentina, y no se le pueden pedir peras al olmo. Pero el empresariado con un horizonte intersubjetivo nacional comenzó a desaparecer en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Las teorías de Friedrich Hayek y Milton Friedman anunciaban ya el cierre de la generación empresarial patriótica, preparando el terreno para el neoliberalismo que se afincó a fines de los 70 y floreció en los 80 y 90. Algo semejante podría ocurrir en Argentina si Milei (o, menos probable, Bullrich) es electo.
La retórica nacionalista de Donald Trump “make America great again” fue sólo un eslogan para reorientar el Estado corporativo nacional que el neoliberalismo había desvirtuado al celebrar el Estado corporativo globalista (el Estado débil). De modo que el Estado corporativo tiene hoy dos vertientes, la neoliberal (la derecha “progresista”) y la nacionalista (la derecha “conservadora”). Esto en el Atlántico Norte. En las excolonias, la situación es distinta. Milei, en una Argentina de pasado colonial y siendo un Estado del Tercer Mundo durante la Guerra Fría, tuvo y tiene la habilidad de combinar ambas trayectorias para desligarse de la bipolaridad política que disputa el control del Estado desde 1985, hoy resumida la disputa de JxC y UxP.
De modo que la invocación de Milei al liberalismo es una adhesión tanto a las políticas neoliberales en el momento en que el neoliberalismo (republicano y demócrata) ha probado su fracaso como a las políticas de ultraderecha que prometen salvar a Argentina mediante la economía libertaria. En la primera invocación resuena la retórica de Ronald Reagan (republicano neoliberal) tanto como la de Bill Clinton y Barack Obama (demócratas neoliberales). En la invocación de la segunda resuena la retórica de Donald Trump (republicano nacionalista)
El proyecto al que apunta Sergio Massa es muy distinto. No niega el papel del empresariado (puesto que hoy es imposible negarlo puesto que el orden global es capitalista), pero lo convoca a trabajar junto al Estado. Un Estado fuerte con un empresariado fuerte y cooperativo (en el espíritu de los BRICS) y no corporativo (en el espíritu de los G-7). En este sentido, la membresía de Argentina en los BRICS contribuiría a poner a Argentina en el orden internacional desoccidentalizante y multipolar.
Desligada de los BRICS, como explícitamente declara Bullrich e implícitamente propone Milei, significaría mantener a Argentina en una orientación económica y política conservadora, que ya cumplió su ciclo y que ya no da para más. Lo que le queda es la contra-reforma que defienden la OTAN (y sus Estados miembros) y el G-7 (y sus Estados miembros) frente a las “amenazantes” reformas desoccidentalizantes y multipolares que lleva adelante el grupo BRICS. La perspicacia de Milei consistió en que su discurso conservador fuera recibido como revolucionario.
III
Veamos la política de los G-7 en relación con la de los BRICS, que continuará en los BRICS de 11 miembros. La declaración conjunta de los G-7 reunidos en julio del 2023 en Hiroshima, Japón, contiene dos puntos importantes relacionados con los BRICS. En uno de ellos, todos sus miembros (seis Estados del Atlántico Norte más Japón) instaron por unanimidad a China a convencer a Rusia de abandonar su operación especial en Ucrania (agresión en el lenguaje del G-7). Associated Press (AP) transcribió estas líneas: “Pedimos a China que presione a Rusia para que frene su agresión militar y retire sus tropas de Ucrania de forma inmediata, completa e incondicional”. Y agrega: “Animamos a China a apoyar una paz global, justa y duradera basada en la integridad territorial y en los principios y propósitos de la Carta de Naciones Unidas”. Las exigencias son las mismas que repite Volodomir Zelensky a derecha y a izquierda. Los fines (apoyar la paz global…) son los mismos que persiguen Rusia y China. La diferencia es que en un caso los objetivos se orientan a la unipolaridad, en el otro hacia la multipolaridad. Las palabras no significan en relación con las cosas, sino en relación con los universos de sentido que presuponen.
Rusia pertenece, en la perspectiva del G-7, a los Estados que no tienen derecho al pataleo. Tienen que obedecer o, si no, serán desmantelados. El propósito fue enunciado varias veces por Joe Biden: explícitamente declaró que no es su propósito destruir a Rusia; sostuvo que la “invasión” rusa no fue provocada, ignorando u ocultando que los acosos de la OTAN provocaron la operación especial de Rusia en Ucrania. La retórica de la Modernidad siempre ocultó o disimuló la lógica de la colonialidad. Ahora bien, Rusia no es un Estado que el G-7 o la OTAN puedan vapulear como hicieron en Kosovo, en Irak y en Libia. Es un Estado que no fue experimento del colonialismo de asentamiento (como India, por ejemplo), es una potencia nuclear, controla una extensión territorial envidiable (no por su extensión misma sino por sus recursos naturales y por su ubicación geopolítica estratégica, desde el Polo Norte hasta Asia Central y el Oriente Medio) y tiene un líder que por motivos varios canalizó todo el odio de Occidente, al punto de hacerles perder el sentido común que requiere la diplomacia.
Los soldados ucranianos, y quienes se han unido a su ejército desde otro países, están pagando con sus vidas el odio personal de los dirigentes del Atlántico Norte. Y los contribuyentes a los impuestos estatales en EE.UU. y en la Unión Europea están pagando con sus ahorros. Así lo expone el periodista Max Blumenthal ante el Consejo de Seguridad de las ONU.
Por ello, hay varias ingenuidades (o quizá perversidades) en la determinación del G-7 de no escuchar, de oír pero no escuchar. Primero, la ingenuidad de pedir a China que convenza a Rusia de aceptar la autoridad de Estados Unidos, líder del G-7. El Estado chino y la prensa saben, y lo sabe muy bien, que China y Rusia son dos blancos de la guerra híbrida para mantener los privilegios unipolares (política, economía, militarismo) y universales (conocimiento, formas de conocer, verdades establecidas y sagradas aunque sea el concepto occidental de racionalidad).
Los dos propósitos (mantener privilegios unipolares y principios universales) están relacionados: quien controla el sentido y el relato controla y exige obediencia. El G-7 aspiraría a que China se ligue a la OTAN y que, por lo tanto, reconozca el derecho internacional occidental como el derecho universal. El problema es entonces que ni el G-7 ni Zelensky tienen en cuenta los intereses de Rusia. Se trata simplemente de la larga duración de una creencia que se instaló con la conquista y colonización de un continente que a partir de 1504 los cartógrafos e intelectuales llamaron América sin interesarles ni escuchar los intereses de los habitantes que serían desposeídos de sus tierras y sometidos al dominio hispánico. Desde entonces hasta hoy, la creencia persiste. Sólo cambiaron los Estados que en cada momento ejecutan las conductas dictadas por la creencia.
La creencia en la superioridad de los conquistadores de ayer continúa en los conquistadores de hoy. Parafraseando a Jorge Luis Borges, y cambiando a Emma Zunz por Occidente, diría que la historia es increíble pero se impuso a todos porque, sustancialmente, es cierta. Verdadera es la retórica, verdadero el tono de los relatos y argumentos, verdadera la arrogancia, verdadera también la creencia en el excepcionalismo de los valores occidentales. Sólo son falsas las circunstancias, el período histórico y uno o dos nombres propios.
El segundo punto de la declaración del G-7 en Hiroshima es tan igualmente increíble como el primero. La declaración conjunta, según el informe de AP, declara la necesidad de confrontar la “coerción económica” que el Estado chino ejerce sobre Estados victimas (!). Increíble por la incapacidad, o mala fe, de los integrantes del G-7 (incluido Japón por su corta historia imperial en el Este y Sudeste asiático) de no reflexionar sobre sus propias historias locales. Cinco de los siete miembros (Alemania, Estados Unidos, Francia, Italia y el Reino Unido) son Estados fundados por y fundadores de la civilización occidental y de su expansión planetaria.
Pensemos en el FMI: se supone que presta para ayudar no para sujetar por coerción a los Estados prestatarios. ¿Qué pensamos en Argentina sobre esta institución? No es un organismo que opera sobre “la coerción económica”? Tal acusación por parte del G-7 es una estrategia ya conocida: acusar al enemigo de hacer lo mismo que hace quien acusa con el fin de desviar la atención de los propósitos ocultos del acusador. Este no el modus operandi del grupo BRICS. Ni acusa ni ataca. Crea y propone. Sin duda, no me olvido: son todos Estados capitalistas…
IV
Llegados a este punto es lícito preguntarnos por qué y en qué la membresía en los BRICS favorecería el presente y el futuro de Argentina. Estas preguntas las hizo José Gabriel Tokatlian, cuando todavía Argentina era candidata a la membresía, en uno de los tres excelentes ensayos publicados por Di Tella en los medios. Las respuestas a las preguntas, como es de suponer, son varias y variadas. Una respuesta la daba en el segundo ensayo Eduardo J. Vior, en la misma publicación: “Para ganar autonomía”. Otra respuesta sería la del tercer ensayo, de Sebastián Schulz: “Una incorporación win-win“.
En ese tercer ensayo, Schulz sostiene lo siguiente: “El pensamiento decolonial nos ha enseñado que la multipolaridad no sólo implica una redistribución más equitativa del poder global, sino que la misma debe ir acompañada, inevitablemente, de una pluriversalidad en el aspecto civilizacional, es decir, la posibilidad de que pueblos y naciones heterogéneos puedan coexistir y convivir de forma pacífica y armónica. Algo parecido a lo que Xi Jinping ha denominado ‘comunidad de destino compartido para la humanidad’”.
Una detalle importante: no hay que confundir la desoccidentalización con la decolonialidad. La primera necesita de Estados fuertes. La segunda cuestiona al Estado-nación de origen liberal, porque el Estado-nación ya dio también sobradas muestras históricas de sus limitaciones. La decolonialidad es la obra de la creciente sociedad política global que cuestiona los universales abstractos que sostienen el conocimiento moderno (teológico, liberal, socialista) occidental y promueve praxis de vida que faciliten la convivialidad que el Estado tiene dificultad en promover y sostener.
No obstante, el Estado está, no lo podemos ignorar, y la desoccidentalización necesita Estados fuertes para no ser tragados por la occidentalización. Sin embargo, desoccidentalización y decolonialidad comparten, en sus diferencias, lo que señala Schulz: el horizonte hacia la construir juntos la comunidad de destino y futuro compartido de y para la humanidad. La desoccidentalización opera en la esfera de las relaciones internacionales construyendo la multipolaridad. La decolonialidad opera en la esfera del imaginario social construyendo la pluriversalidad.
La lectura de estos tres ensayos me sugirió también otra pregunta, no sólo “por qué la incorporación” de Argentina en los BRICS, sino también “¿por qué no?” ¿Qué ganaría Argentina quedando al margen de un proceso histórico irreversible que consiste en el desplazamiento del centro de gravedad del Atlántico al Pacífico, con la participación de un continente, África, que Hegel eliminó de la historia? Además, las propuestas de los BRICS son de carácter económico, financiero y diplomático.
La angustia en los países del G-7 parece ser tal que el presidente de Francia, uno de sus miembros claves, Emmanuel Macron, llegó a su autohumillación al solicitar que se lo invite a la cumbre de los BRICS en Sudáfrica. Su solicitud fue respetuosamente declinada. Al respecto, después de finalizada la reunión en África del Sur, Vladimir Putin publicó un anuncio en el que se informa que los BRICS están abiertos a la incorporación de Estados europeos. Con una condición: que no apliquen o apoyen la aplicación de sanciones a ninguno de los países miembros. Presumiblemente, estaría pensando en Serbia y Hungría.
Las negociaciones de Sergio Massa para cumplir con las obligaciones del FMI pagando en yuanes y con un crédito del Estado catarí son consistentes tanto con sus declaraciones de sacarnos al Fondo de encima, como con las políticas de Estados no occidentales de prestar para ayudar en vez de prestar para coercer. Movidas coherentes con la política de los BRICS. De modo que, de ser electo, Massa aseguraría un período de beneficios económicos y políticos: la posibilidad de dialogar con dirigentes estatales cuyos objetivos apuntan hacia la multipolaridad, a la cooperación y al respeto mutuo. Lo cual permitiría la colaboración de un sector del empresariado local comprometido a apoyar un Estado cooperativo en vez de un Estado corporativo.
No descuento la posibilidad de que Javier Milei sea electo presidente de Argentina. De modo que, al parecer, las preguntas de por qué, para qué y cómo, serían relevantes si la Presidencia queda en manos de UxP. En definitiva, la pregunta fundamental -cuya respuesta depende del resultado de las elecciones en octubre- es si Argentina será asociada a la multipolaridad (BRICS) para sostener su soberanía, o si seguirá siendo dependiente y al servicio del orden unipolar. De ello también depende el impacto que pueda tener en la educación, la ciencia, la filosofía y, en fin, la cultura en general y en las praxis del hacer en la reconstitución del vivir, pensar, independiente de la unipolaridad político-económica y la universalidad del conocer y del sentir .
Por eso, la membresía Argentina y de otros Estados conlleva la desobediencia y el desenganche de la política suma-cero que necesita inventar enemigos, dividir y controlar. En el juego de suma-cero es necesario elegir y sujetarse al binarismo del estás conmigo o con mi enemigo. En cambio, en las reglas del juego win win no es necesario elegir sino compartir, incluso con los miembros del G-7. Pero negociar de igual a igual con los Estados del G-7 es distinto a sujetarse y estar a su servicio. No se trata tampoco de asociarse a los BRICS para enemistarse con EE.UU. o la Unión Europea. Lo que los BRICS ofrecen es el empoderamiento para negociar según los intereses locales del país (no de una o dos elites). Se trata simplemente de soberanía política, económica y cultural, en el sentido amplio de ciencia, filosofía y vida cotidiana.
Así entendí los recientes discursos de Cristina Fernández de Kirchner, el del 25 de mayo y el del 9 de Julio, durante la inauguración del Gasoducto Néstor Kirchner. En el primero, lanzó la invitación a pensar en Malasia (metáfora por los tigres asiáticos de la segunda mitad del siglo XX), siendo consciente, además del diferencial de poder. En el segundo, la invitación a pensar en serio no solamente en la población perjudicada sino también, y quizás fundamentalmente, en quienes hacen posible que haya población perjudicada.
No obstante, la política del win-win y el principio de trabajar para la armonía de la humanidad en vez de la guerra y la desarmonía que generan la obligación a y la imposición de la obediencia, conduce a situaciones como la que estamos viviendo hoy: la promoción del odio, la creencia ciega en la superioridad y verdad de lo que Yo pienso, y en el peligro y la amenaza de quienes no piensan como Yo e impiden que Yo pueda hacer lo que quiero.
No intento tampoco romantizar. No hay en el presente caminos directos al paraíso ni mediante Estados fuertes ni mediante Estados débiles en manos del empresariado. Sólo hay caminos al purgatorio, donde existe la posibilidad de llegar al paraíso, aunque también de caer en el infierno. Pero también existe la opción de ir directo al infierno. Eso no quiere decir que nos quedemos de brazos cruzados ante lo inevitable. Hay tareas por hacer, y muchas, desobedientes a los proyectos estatales, tantos reoccidentalizantes y unipolares como desoccidentalizantes y multipolares. Aníbal Quijano solía decir, medio en broma y medio en serio, para explicar el horizonte del trabajo decolonial: ni lo uno (JxC, unipolaridad) ni lo otro (UxP, multipolaridad) sino todo lo contrario. Estas son las tareas decoloniales de nosotras y nosotros, la sociedad política actuante en la esfera pública, construyendo lo que el Estado, débil o fuerte, no nos puede dar.