El 11 de noviembre de 1977 fue el Festival del Amor en el Luna Park, uno de los acontecimientos más importantes de la historia del rock argentino hasta ahí. Alrededor de quince mil personas concurrieron a esa especie de “bandas eternas” de Charly García, que congregó a todas las que habían sido hasta entonces (Sui Generis, PorSuiGieco, La Máquina de Hacer Pájaros) y una que estaba por ser: Serú Girán. Tres años después, mediando 1980, se publicó un disco a consecuencia que llevó por título Música del Alma. Fue doble. Muestra apenas una tercera parte de lo ocurrido durante más de cuatro horas de concierto. Lo editó Sazam Records, subsello rockero de Music Hall. Y la tapa es una de las más recordadas de la historia: la del rostro blanquinegro, ensoñado y rodeado de cositas de García dibujado a plumín, por Renata Schussheim.
No es por efeméride que se esté volviendo sobre él. Ni show, ni disco cierran hoy en fecha redonda. Es porque el Instituto Nacional de la Música acaba de reeditarlo en formato de vinilo doble, como parte de la sistemática recuperación que la entidad está haciendo del catálogo de Music Hall. Además de una notoria mejora en el audio a causa de la remasterización, digitalización y restauración en manos de Gustavo Gauvry –algo que no tienen reediciones anteriores en CD-, la nueva edición mejora ampliamente el sonido de la original, y conlleva una nueva intervención de Schussheim. La diseñadora y artista plástica, además de aportar la serigrafía original de la tapa, suma dos incursiones a manera de insert adicional que viste al disco en ropa nueva. Otra arista para melómanos es la foto inédita que aparece en la reedición, tomada durante el festival por Rubén Andón.
Los temas, en cambio, son los mismos registrados en el disco original. La secuencia temporal también. Empieza por la bellísima melodía clásica que García despliega al piano, en la instrumental “Variaciones sobre música del alma”. Prosigue con la intervención de David Lebón -a quien entonces Charly intentaba convencer de viajar a Buzios para armar Serú- en dos gemas del disco solista debut del guitarrista: “Dos edificios dorados” y “Hombre de mala suerte”. Sobreviene la minimal interpretación a piano y voz -anfitrión + Raúl Porchetto- de “Sentado en el umbral de Dios”, y el lado León Gieco de la vida que emerge vía folk-rock, a través de una muy mejorada en posproducción de “El fantasma de Canterville” –la original que se escucha en materiales piratas es inaudible-, “Las dulces promesas” y uno de los hallazgos de la era: “Iba acabándose el vino”, con María Rosa Yorio –ex mujer de Charly y futura de Nito- con su voz al frente.
Toda una pintura de época, sin dudas, que se explaya sin límites ni restricciones en el tenso, extenso y descomunal “Boletos, pases y abonos”, único tema de La Máquina de Hacer Pájaros que ocupa el lado 3 completo, que brilla en un tremendo solo de batería a manos de Oscar Moro, y que marca el fin de la banda. “Un día sentí que no tenía más ganas de tocar, que los shows me aburrían y me desgastaban, que el sonido que teníamos iba empeorando (…) Cuando entro en ese estado, tengo que salir de él y reencontrarme conmigo mismo (…). De ahora en adelante me voy a mover con toda la libertad del mundo”, diría García a la revista Pelo ese mismo año, a propósito del fin de su segunda banda eterna.
La nueva edición de Música del Alma –buen vermut a la espera de La lógica del escorpión, anunciado nuevo disco de García- mantiene intacto también el lado 4 original, el que muestra el breve retorno –o posterior despedida- de Sui Generis que fue más larga, pero que el disco resume en cuatro canciones: la pre Vida e ignota “Gaby (En las arenas del circo)”, que no era de Charly ni de Nito, sino de Alejandro Correa y Carlos Piegari; y “Bienvenidos al tren”. Una zapada en clave de blues a cargo de José Luis Fernández llamada “Studio Jam” –otra de las piezas categóricamente posproducidas en ION- y el tema que anunciaba lo que vendría: “Música del Alma”, que fue literalmente regrabado en estudio para su edición final.
El disco llega hasta acá, e implica una de las varias maneras de retornar al inolvidable encuentro musical dado en pleno infierno dictatorial, porque convive con él una vasta cantidad de material pirata, casero, de frágil sonido y desconocida procedencia, que se suma a su vez a otras fuentes directas: la transmisión en vivo que hizo Juan Alberto Badía para su programa en Radio del Plata, y los audios de mesa. Es en ese mundo variopinto en el que hay que entrar para dimensionar en su totalidad el festival que según Charly mostró “el lado bueno de la música”, de entonces.
Porque esa noche -esto ya a manera de contexto- implicó mucho más que el disco reeditado. No está el Sui Generis con Lebón en guitarra que encaró “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, “El tuerto y los ciegos” y “Tango en segunda”, gemas de Instituciones, poco y nada interpretadas en vivo. Tampoco aparecen Gustavo Santaolalla con su flamante Soluna, haciendo una florida y comunitaria versión de “Mañana Campestre”; la versión de “Volver a los 17”, de Violeta Parra, que terminó siendo abucheada e interrumpida por buena parte del público; los otros temas despedida de La Máquina -una deslumbrante versión “Te vi entre las luces” y otra, no tanto, de “Obertura 777”-; el festejo por el campeonato metropolitano de River que Charly y Nito festejaron al grito de “vivan las gallinas”; y la versión de “Rock del ascensor” (o “Hagámoslo de parados”) de los hermanos Makaroff cuyo audio es inescuchable… pero también existió.
Perlitas, al cabo, para imaginar como bonus de las otras bandas eternas del rock argentino.