Foto Cris Sille
Foto: Cris Sille

Cuando José Ignacio López recibió a principios de noviembre de 1983 la propuesta para ser vocero del electo presidente Raúl Alfonsín había pasado apenas una semana del día en que junto a su esposa, Lita, y algunos de sus hijos asistió “como ciudadano” al histórico acto de cierre de la campaña del candidato radical, aquel que en la Avenida 9 de Julio porteña convocó hace 40 años a más de un millón de personas, las que terminaron pronunciando, casi rezando, el Preámbulo de la Constitución.

“Que haya aceptado ser vocero de Alfonsín tuvo que ver con el clima democrático que se vivía en aquel momento. Había vuelto la libertad. Y la relación profesional y de amistad que construimos con Alfonsín tuvo algo de milagroso”, destacó López en una entrevista concedida a Télam.

A fines de 1983, López tenía 46 años, una trayectoria reconocida como periodista en diarios, agencias de noticias y radios. Inmediatamente antes de asumir como vocero de Alfonsín, trabajaba en el diario Clarín y era columnista político en el programa que conducía Magdalena Ruíz Guiñazú en Radio Continental, el más escuchado del momento. Se había desempeñado también en La Nación, Noticias Argentinas (NA), Diarios y Noticias (DyN) y La Opinión.

Supo tiempo después que Alfonsín le preguntó un día a sus colaboradores por qué López no estaba “más cerca” de ese entorno político, algo que ocurrió recién en los días previos a que el radical asumiera la presidencia tras siete años de una dictadura sangrienta.

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Foto: Cris Sille

Justamente López había sido víctima de un atentado en 1976: el 10 de noviembre de ese año, una bomba de alta potencia explotó en la puerta del garaje de su casa, ubicada en la localidad de José Mármol, en el sur del Gran Buenos Aires. Ese mismo día había partido rumbo a Italia con su esposa, pero en el hogar estaban su madre y sus cinco hijos, además de una amiga de la familia. Todos salieron ilesos porque estaban en la parte trasera de la casa. “En ese tiempo figuraba en algunas listas como un infiltrado marxista de la Iglesia”, rememoró.

Ese atentado no lo amedrentó para, casi tres años después, todavía bajo la dictadura, preguntarle al entonces presidente de facto Jorge Rafael Videla, en una conferencia de prensa, por los miles de detenidos-desaparecidos que a esa altura del régimen se registraban en el país y a los que había hecho referencia, de un modo más general, el papa Juan Pablo II. “Mientras sea desaparecido no puede tener un tratamiento especial: es un desaparecido. No tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso, no podemos hacer nada”, le respondió de forma siniestra el dictador.

López señaló que los primeros meses al frente de la vocería estuvieron dedicados “a levantarle barreras” al periodismo, tanto local como internacional, y permitirle el acceso a la información y a sitios que la dictadura había impedido hasta ese momento.

Pero ese camino que comenzó en diciembre de 1983 y terminaría cinco años y medio más tarde fue complejo tanto político como social y económicamente.

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López resaltó, por ejemplo, que la decisión de enjuiciar a los integrantes de la tres juntas militares durante la última dictadura se tomó antes de que Alfonsín asumiera la presidencia, cuando alistaba su llegada al poder en el Hotel Panamericano porteño, pero que se puso en marcha ya en Casa Rosada. “En los días previos, los juristas Carlos Nino y Jaime Malamud Goti iban y venían del despacho del Presidente para preparar el anuncio”, indicó López.

Por su cargo, el vocero llegaba muy temprano a la Casa de Gobierno y terminaba el día cerca de la medianoche. Estaba tiempo completo con Alfonsín, inclusive durante las fiestas navideñas y de fines de año. En esos momentos, ambos compartían las celebraciones en conjunto con sus familias en el complejo de Chapadmalal, a orillas del mar.

López consideró que la amistad que construyó con Alfonsín, y que continuó una vez que el radical dejó la presidencia, se debió en gran medida a la buena relación que mantuvo con la madre y la esposa del jefe de Estado, Ana María Foulkes y María Lorenza Barreneche, respectivamente. Con ambas compartía la fe católica. Para López, Alfonsín era “un cristiano progresista” pese a que mantuvo entredichos con representantes de la Iglesia.

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Foto: Cris Sille

López, a quien el Presidente llamaba “Giuseppe Iñaki”, también rememoró el “secreto absoluto” con el que se gestó en 1985 la puesta en vigencia del plan económico “Austral“, que cambió la denominación de la moneda nacional y buscó disminuir la creciente inflación del momento. “Fue un trabajo de comunicación muy grande y muy difícil de mantenerlo en reserva. Muchos supimos de qué se trataba poco días antes de lanzarlo”, señaló.

Junto a los alzamientos militares que pusieron en riesgo la continuidad democrática, un momento crítico de la gestión alfonsinista fue, según López, el ataque llevado a cabo por el Movimiento Todos por la Patria (MTP) al Regimiento de Infantería Mecanizado 3 del Ejército, ubicado en la localidad bonaerense de La Tablada, el 23 de enero de 1989, la última acción emprendida por una organización guerrillera en el país y que dejó 41 muertos.

“Fue lo peor de todo porque no sabíamos qué estaba pasando. Había mucha confusión”, dijo. Alfonsín decidió recorrer el predio militar cuando todavía resonaban los disparos. “Empezaron a sonar los balazos y tuvieron que sacarlo corriendo en un jeep”, contó.

Cinco meses después, Alfonsín convocó a su vocero a la casa de su hijo mayor, Raúl. “Me dijo: ‘Esta noche quiero que venga con su esposa porque le voy a explicar a mis hijos por qué voy a renunciar’. Fue un momento muy triste”.

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Días después, la noche del 12 de junio de 1989, Alfonsín le anunció al país que había resuelto “resignar” su responsabilidad como jefe de Estado a partir del 30 de junio y entregarle el mando al peronista Carlos Menem, que había ganado las elecciones presidenciales de ese año.

En 1996, con motivo de su cumpleaños 60, López recibió de parte de sus hijos una suerte de diario que incluía una carta redactada por Alfonsín. Decía: “Nos une que hemos jurado por Dios y por la patria, hemos llorado juntos por la falta de justicia, que acompañó mis silencios como si fuera un hijo”.

Tiempo después de la muerte de Alfonsín, en 2009, López encontró en el departamento del expresidente el texto manuscrito de aquel mensaje que recibió en su cumpleaños. Estaba en un cajón de quien había sido su secretaria, Margarita Ronco.

“Alfonsín pasaba largos ratos en silencio. En la Casa de Gobierno, en la Residencia de Olivos… De repente estaba charlando con él, tomaba el bastón presidencial y se ponía a caminar en silencio para pensar. Y era una persona entrañable, muy cercana, lleno de virtudes y que no hacía diferencias con nadie: trataba del mismo modo a un ordenanza que al rey de España”, rememoró López.





Fuente Telam