Estuve en Costa Rica invitada por la Feria Internacional del Libro, un país que no conocía y del que me traje un tesoro de paisajes bellísimos y una preocupación muy grande.
La gente reconocía mi acento y para mi sorpresa no uno sino la mayoría no me felicitaba por ser campeones mundiales, ni me nombraba a Messi o Maradon: en su lugar me preguntaba por Milei. Las personas más ligadas al campo cultural, preocupadas por su avance, como lo están en relación a su presidente Rodrigo Chaves. Lo ven como una continuidad regional de gobiernos de derecha o extrema derecha. Las que trabajan en el mercado informal, contentas con “el cambio” que parecen prometer estos personajes que se erigen como representantes de la “antipolítica”.
Un conductor de Uber me habló de lo bueno que es el nuevo presidente de Costa Rica. Me dijo que sigue en popularidad a Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, y eso le encanta.
Hace unos meses, las imágenes de las cárceles de El Salvador donde se trasladaron de forma brutal a miembros de las maras recorrieron el mundo. Bukele ganó las elecciones de su país desde un partido de derecha hace cuatro años presentándose como outsider de la política y “anticasta”. Chaves, por su parte, era un economista desconocido en el mundo de la política costarricense hasta que llegó a la presidencia en mayo de 2022. Basó su campaña de estilo confrontativo, en separarse de “los mismos de siempre”, los partidos tradicionales del país. “A mí me dicen que soy muy arrogante y muy dictatorial, pero creo que digo las cosas como son y a la gente no le gusta”, decía.
Chaves vino, según pregona, a “poner en orden” las cosas. Aunque él mismo tuvo su propio “desorden” que acomodar. Fue denunciado por acoso sexual por empleadas del Banco Mundial entre 2008 y 2013 mientras trabajaba en el organismo, y sancionado internamente. Pero eso parece no ser importante para la gran mayoría de la población que lo votó.
El chofer de Uber me habló casi una hora de las hazañas de Chaves, que escapa a las lógicas de un Estado presentado como “burocrático y corrupto”.
Por otro lado, una periodista ligada al campo de la cultura dijo que Chaves es un bruto, algo similar opinó un editor de libros, ambos preocupados por sus políticas de derecha, la baja calidad de la educación que desatiende, la incorporación del país a la Alianza del Pacífico, el narcotráfico que empieza a crecer en un país que históricamente fue una isla de bienestar en Centroamérica pero, ahora, estaría retrocediendo en esos terrenos.
“¡Pura vida!” es una frase popular en Costa Rica, que se usa para decir hola, chau, cómo estás o que estás muy bien. La frase también se asocia al buen vivir, enmarcado en un país con una naturaleza muy presente en la cotidianidad, con valores asociados a la ecología, el desarrollo sustentable, el ecoturismo. Desde los años 90 ¡Pura vida! es una marca nacional. Esa pura vida que estaría en riesgo es lo que se supone que este personaje vino a restaurar. Otro de sus lemas fue “hagamos que Costa Rica vuelva a ser el país más feliz del mundo”.
Estuve también en la zona del Pacífico, en Santa Teresa, un pueblito costero con una colonia de argentinos y argentinas bastante grande. Me contaron que hay tres olas de migración argentina. La primera hace unos veinte años, de hippies amantes del surf y la naturaleza, algunos se quedaron. Luego hace unos cinco años los que vienen a trabajar. “Chicas lindas, formadas, que hablan inglés”, me contó un “tico” –como se dicen a ellos mismos los costarricenses–, y trabajan un tiempo, hacen dólares y se van.
–No puedo quejarme porque el tico no trabaja bien en esos trabajos, de mesero por ejemplo, pero el argentino baja el precio de la mano de obra, dice el gerente de un hotel –contó.
Y luego, los de los últimos años, que son los argentinos que tienen mucha plata y que hacen negocios, ponen hoteles, restaurantes, locales.
El sueldo mínimo en Costa Rica es de unos 600 dólares y en cualquier bar o buen hotel de Santa Teresa se puede ganar de 1500 dólares para arriba. Es un lugar preparado para el turismo extranjero, principalmente de Estados Unidos, Israel y menos de Europa. Dólares y colones son intercambiables, tanto como el inglés con el castellano.
El chofer de una “buzeta”, o bus chiquito, camino a la Reserva Absoluta de Cabo Blanco, dijo que los argentinos son “amenos”, que no tienen vergüenza de conversar y son arriesgados. Unas chicas se vinieron con 500 dólares y se quedaron cuatro meses, dijo admirado.
–No sé cómo hacen.
Le dije que es difícil vivir en Argentina, entonces nos damos maña en cualquier lado.
–Sí, se las arreglan.
Tiene ganas de viajar a conocer nuestro país, un amigo ya lo hizo.
–Está cómodo para viajar –dijo.
–¿Cómodo?
–Barato.
Otro día, en un tour a la isla tortuga, un pasajero peruano viviendo en Estados Unidos, que trabaja en sistemas al oírme hablar me preguntó:
–¿Argentina?
–Sí.
–Oh, Argentina, me encanta, hermoso país para vivir… y trabajar en otro lado. Se gana muy poco.
Acto seguido me preguntó por Milei.
–Un loco –dijo, él que viene de Trump y del fujimorismo–. Creo que va a ganar –agregó más tarde con una confianza casi morbosa.
–No digas eso, estamos haciendo todo lo posible para que no pase –contesto.
¿Lo estamos haciendo?
Ya emprendiendo mi vuelta, hablé con un abogado “tico”, que vive en Santa Teresa, y un peruano residente en Canadá que estaba haciendo negocios. El segundo dijo que va a viajar a la Argentina a comprar un “centro comercial”. Estaba entusiasmado.
–Está muy barato, lo que saldría 10 millones sale 1. Y si gana Milei, mejor…
Cuanto peor mejor para algunos. Hablaba con el mismo entusiasmo morboso, divertido casi, que en algún punto se toca con el que parece desatar en muchos argentinos –especialmente varones–, esas ganas de que se rompa todo, como si no existiera el día después y como si ellos mismos no fueran a salir peor parados después del estallido.
–No para nosotros, está loco –dije.
–Sí, pero ya viste con Trump y Bukele…
–Claro, está bueno comprar barato, ¿no? ¿Pero y la gente?
–Tiene que entrar el capital…
El diálogo se diluyó y el señor prefirió seguir hablando con el abogado. Le contó que vuela a Europa del este antes de Argentina porque ayuda a refugiados de Ucrania y está viendo cómo entrar la plata sin que el Estado se lo “haga difícil”. Le gusta ayudar, dijo.
–Dios te da, cuanto más doy más me devuelve.
El abogado también está con el negocio inmobiliario en la zona de Nicoya y le pasó el dato de un negocio. Intercambiaron teléfonos. Él, a su vez, está en contacto con ongs de ayuda a los “niños pobres”.
Mientras ellos hablaban, saboreaba mi amargura, entre otras cosas, por el linaje en el que parece inscribirse Milei, por el conocimiento y la publicidad que alcanzó también en otros países y por el entusiasmo cruel que parece despertar en más de los que quisiera creer, esas ganas de contar con un presidente que asegure “diversión” y ganancias extremas a unos a costa de las vidas de otres, o también, por qué no, podría ser ese entusiasmo por ver cómo el otro se destruye a sí mismo.