El espíritu de la intimidad y el territorio de lo incierto. En su tercer disco, Huecos (2022), la cantante, compositora y artista vocal Melina Moguilevsky se propuso enfocarse en algunos asuntos inconvenientes o que permanecen ocultos en la dinámica de la cultura actual. “Hacía mucho tiempo que venía con ciertas preguntas en torno a la temporalidad en la que vivimos y la profundidad de las cosas que hacemos”, introduce Moguilevsky. “Hay algo de la vorágine en la que estamos inmersos, sobre todo en la manera de vida que llevamos en las grandes ciudades, que arrasa un poco con la temporalidad de algunos procesos y también con el sentido de hacer las cosas”, explica sobre el concepto del disco que presentará este viernes 22 de septiembre a las 21 en Xirgu Espacio Untref (Chacabuco 875). La apertura estará a cargo de la artista Maq.
“¿Qué es lo que nos detiene a pensar, a cuestionarnos, a encontrar algo nuevo?”, se pregunta. “El disco plantea ese espacio vacío que hay que atravesar para conocer algo nuevo que no está dado. Y tiene que ver con llegar a un lugar a donde uno no estuvo antes. Entonces, la temática va por ahí: por esas preguntas, por habitar ese vacío que en esta vorágine capitalista nos ocupamos de llenar, de consumir, de estar todo el tiempo en la pantalla, que es como una anestesia. Porque ni siquiera estamos en una pantalla que nos cuenta algo, estamos scrolleando constantemente, haciendo zapping para llenar la ansiedad”, reflexiona la artista sobre un estado de situación actual que, entiende, se profundizó durante la pandemia.
Por eso, a modo de respuesta, el disco propone una escucha atenta, comprometida y sensible. Huecos está lleno de detalles, capas, ruiditos y sonidos. Una combinación, también, entre texturas electrónicas y orgánicas. “Es como una especie de película en la que cada canción puede ser una escena donde yo me imaginaba texturas, objetos, sonidos”, grafica Moguilevsky. “Hay muchos objetos grabados que raspamos, que revoleamos. Hay hojas que crujen. Hay un lápiz que dibuja sobre papel y está grabado. Hay cajitas de música. Hay objetos que son parte mi historia y que cuentan cosas de mi intimidad, y también de lo que fue dejando el tiempo. Hay canciones antiguas que hoy las tomo y las canto desde otro lugar”, precisa la compositora. “También hay colores, fantasmas, susurros”, dice sobre el trabajo vocal.
“En la producción hay muchas capas, con sonidos diseñados y mixtos. Necesitaba romper con lo formal, con lo que ya reconocía. Por eso este disco fue ir hacia lo desconocido, porque se me agotó la manera anterior de producir música. Necesitaba hacer los ajustes necesarios y actualizar”, cuenta. La producción artística, justamente, la realizó de manera conjunta con Juan Belvis y Luciano Vitale, dos expertos en la ingeniería de sonido y la experimentación sonora. “No venía trabajando en un disco, pero de repente se me armó un conjunto de canciones que tenían un hilo conductor. Me había replegado bastante, sobre todo en la pandemia, y sentí que necesitaba por primera vez trabajar en la producción con personas que me ayudaran a desplegar mi música de otra manera”, dice. “Hace muchos años lo conozco a Juan Belvis y soy muy fan de su trabajo y de su grupo Ocho, y con Lulo nos habíamos cruzado también bastantes veces. Se armó una dinámica súper creativa sobre los temas y para mí fue abrir la cabeza muchísimo trabajar con ellos”.
“¿Hay que tener para sentir?/ ¿Hay que mostrar para existir?/ ¿Hay que mirar para escuchar?/ ¿Y hay que esperar que te den click?”, canta Moguilevsky en “Algo que hacer”, una suerte de fotografía de este presente mediado por pantallas. “También hay una realidad económica: todos los artistas tenemos de tres a cinco trabajos para poder llevar adelante nuestros proyectos, vivir y pagar el alquiler”, plantea. “La prosperidad de los proyectos tiene mucho que ver con lo económico. A veces no hay tiempo para ensayar o para componer. Sigue siendo un privilegio hacer música. Por un lado hay una expansión de las posibilidades, todos podemos escuchar música gratis (en las plataformas digitales), pero a la vez es más difícil para los artistas, porque todo requiere plata. Y eso hace que el tiempo sea un valor muy alto. Cada vez hay menos tiempo para las cosas y la sensibilidad pasa a un segundo plano en muchos casos. Me interesa que escuchar música no sea solo hacer clic y pasar a otro tema a los diez segundos. Hay algo en el hecho de darle un tiempo a las cosas que las hace reales, que ocupen cuerpo y espacio”.
Grabado en estudios Belcebú y Los Elefantes, el disco consta de siete canciones. Otra de las piezas importantes es “Respirar”, que contó con la participación del compositor, cantante y guitarrista gaúcho Vitor Ramil. “Desde que compuse ese tema pensé muchísimo en él”, dice Moguilevsky, que se declara una profunda admiradora de la música del brasileño. “Cuando encontré esos acordes en la guitarra se me venía la voz de Vitor. Había algo de su estética, sobre todo el disco Campos Neutrais (2017), que a mí me conmovió mucho. Y me quedó algo de esa sonoridad dando vueltas”, cuenta. “Entonces, le mandé un mail con el tema, con la maqueta y le dije: ‘Siempre sentí tu voz en esta canción’. Y él se recontra copó y se comprometió con todo el proceso. Me hizo devoluciones sobre la letra, sobre la forma, sobre la acentuación. Fue un lujazo”.