La muerte de Fernando Botero, el otro día en Montecarlo, pone fin (por así decirlo) a una de las diatribas más acaloradas del arte contemporáneo. Pocas veces se ha debatido tanto en las salas de curadores, en las salas de los museos, en los stands de las ferias. Los críticos dijeron que sus obras no tenían absolutamente nada que ver con el arte contemporáneo. Sin embargo, el público siempre lo ha amado, incondicionalmente. Tal vez porque le tranquilizaban esas caras bondadosas y esos tamaños rotundamente sobredimensionados que hacían la vida un poco más tranquilizadora.
Sí, pero ¿qué artista fue Fernando Botero? Para el periódico colombiano El Heraldo: el más famoso de la historia del país sudamericano. Para muchos críticos: un fenómeno comercial, un autor autorreferencial y un artista desconectado de la realidad. No obstante Si la reconocibilidad en el arte se considera un valor, pocos han sido tan reconocibles como lo fue en los ‘900: cualquiera hoy es capaz de reconocer a un Botero. Mérito de la mezcla de Influencias presente en su poética, dominada por rastros de Muralismo mexicano por Diego Rivera, destellos de la monumentalismo por Paolo Uccello y signos evidentes de primitivismo naturalista e ingenuo de Henri Rousseau. Todos estos elementos, mezclados, convergen inevitablemente en uno: el Formas sobredimensionadas, marca registrada a través del cual el pintor sudamericano cuenta la historia del hombre, el mundo y la naturaleza. Volúmenes exagerados, que realzan la belleza absoluta. Volúmenes de guerreros, los llama, involucrados en la batalla diaria de la vida. “El arte”, dice, “es un respiro espiritual e inmaterial de las dificultades de la existencia humana”.
Caras, cuerpos, cosas, animales comienzan a hincharse fuera de toda proporción en 1956, cuando el artista, entonces de veinticuatro años, casi involuntariamente crea una mandolina más achaparrada y agrandada que las formas ordinarias. Ese cortocircuito se convierte en un punto de llegada y al mismo tiempo. Botero Se enamora de esas formas escalonadas, incluso las encuentra sensuales. Empieza a engordar todo, incluso lo divino (entre 2010 y 2011 el artista creó un famoso ciclo del Vía Crucis que consta de 27 óleos y 34 obras sobre papel).