Escribo un domingo de lluvia en Buenos Aires. Pasaron ya varios días desde las elecciones primarias en mi país. Y llueve, adentro y afuera.
Llueve en Argentina, y duele. Duele sentir que no encontramos el rumbo. Duelen las góndolas de los supermercados, la cara de tristeza de la gente en la calle, los chicos con hambre, la violencia de hombres y mujeres que gestionan como pueden lo que sienten y hacen con eso. Duele el estrés, los jubilados y jubiladas. Duele el ingeniero apuñalado, duele Morena. Duele que la vida no valga nada, valiendo tanto.
¡Qué paradoja, Argentina querida! Tan linda que sos y tan golpeada.
“¿Cómo llego a octubre?”
Duele la tensión pre eleccionaria, porque la pregunta que nos hacemos es: ¿Cómo llego a octubre? ¿Y después, cómo seguimos?
Me gustan las películas de suspenso. En el sillón de mi casa, comiendo algo rico con los míos. Al final de la peli, mi vida sigue. Pero cuando la vida se transforma en una de terror, entonces es otra cosa.
¿Cómo llegamos a octubre, Argentina? Cuando la lucha de egos de los candidatos (de todos ellos) se devora las ilusiones de la gente es difícil.
¿Y qué podemos hacer? Podemos hacer redes, podemos bajar la ansiedad, podemos achicar la grieta. ¿Podremos?
Y aclaro que esto que escribo no es en relación al gobierno actual, o sí, pero también a los que lo precedieron.
Tenemos un gran país que se empequeñece a la sombra de la hoguera de las vanidades de los diferentes grupos de poder.
En esta columna quiero hablar de lo que, a pesar de todo, podemos hacer los ciudadanos para cuidarnos un poquito más.
El cuento del colibrí
Les cuento un cuento. Se incendia un bosque, todos los animales saltan, corren, trepan y vuelan para escaparse. Todos, menos uno. El más pequeño, el colibrí.
Él va desde la boca del fuego hasta la laguna, carga agua en el piquito y la descarga en el foco del fuego. Así una y otra vez, y un mono que pasa por ahí le grita. “Colibrí, escapate, vos solo no vas a poder”.
El pajarito le responde: “Ya lo sé, pero por lo menos hago mi parte”.
Precisamos en este momento un ejército de colibríes. Y hablo del amor. Y hablo de la empatía.
Hablo del manejo del estrés y de volver al principio de la pandemia. ¿Se acuerdan? Nos sentíamos unidos, nos sentíamos juntos. Aplaudíamos a los trabajadores de salud a las 21. Nos precisamos. Compartir el sufrimiento organiza el malestar y de eso se trata. Sufrir en soledad es una compleja manera de sufrir.
Hace 9 meses la alegría volvió, de la mano de Scaloni y Messi. Las cosas estaban mas o menos como ahora. Pero teníamos un motivo para festejar. Éramos campeones del mundo por tercera vez. En algo éramos los mejores. Y los abrazos y las sonrisas ocupaban el escenario . Lejos las caras tristes.
Así somos los seres humanos. Seguimos siendo campeones del mundo, pero hoy no nos alcanza. Crecen los malestares, crecen los síntomas: insomnio, signos de ansiedad, preocupación, miedo, incertidumbre.
¿Que hacer con todo esto?
Les comparto una caja de herramientas.
- Respirar, profundo y en calma. La respiración consciente siempre es una buena opción, estar presentes en el aquí y ahora nos aleja de las preocupaciones, el pasado que no podemos cambiar y el futuro que aun no ha llegado.
- Hacer gimnasia, moverte, cantar y bailar. El movimiento saludable (y no las corridas estresantes) son una descarga invaluable a la hora de bajar revoluciones.
- El arte (pintar, manualidades, cerámica). La expresión artística permite la “sublimación”.
- Concentrarnos en lo que SI se puede hacer. Y sin caer en el positivismo tóxico elegimos donde poner el foco, en todo lo que nos angustia y atraviesa o en lo que depende de nosotros y está en nuestras manos.
Son tiempos difíciles, de horizontes neblinosos, y ahí es donde mas precisamos de las redes, de mirarnos a los ojos, de los pequeños gestos solidarios, la empatía, la amorosidad, y el don de cuidarnos entre nosotros. Volver a las aldeas circulares, achicar las distancias, entender que estamos todos y todas en el mismo equipo .
Entiendo que esta columna tiene un toque romántico en un contexto eleccionario, pero si solo una persona entiende que este es el camino el objetivo estará cumplido. Podrán decir que soy un soñador, pero no soy el único. Seguro que no.
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