Mi madre solía contar una historia de un vecino de ella, allá en el San Luis de otra época, cuando era niña. Coco, tal el sobrenombre del chico, se había sentado a almorzar y la había invitado. Cuando la madre de Coco sirvió en un primer plato las pastas, el niño reacciónó con una queja: “¿Todo eso para ella?” . Y luego de que la madre dijera que no, que era para él, volvió a reaccionar: “Eeeeh, ¿tan poquito?!”
En ese pequeño ejemplo se observa la apreciatividad de la situación para el niño. Dependiendo de la perspectiva, parecía que el plato era abundante o muy escaso. Sus “distorsiones” (ver las cosas con una intensa subjetividad) lo marcaban.
De alguna forma, cuando vemos las cosas a todo o nada carecemos de algo fundamental: ecuanimidad, o el balance interno que te permite tomar una distancia saludable de los fenómenos que observamos.
Pero cuidado, que todos podemos caer en esa actitud en las condiciones adecuadas.
Patrones inflexibles en nuestras mentes
Puede haber distintas razones por las cuales asumimos actitudes todo o nada. Se trata de una visión dualista, dicotómica de la realidad. Como si pudiéramos encajarla en extremos, como si no existieran grises y, especialmente, como si no estuviéramos hablando de procesos en lugar de resultados.
Es que cuando valoramos una situación en términos extremistas (deterministas) estamos activando una visión juiciosa de la realidad.
Una de las posibilidades es que seamos muy reactivos, que estemos muy apegados a alcanzar aquello que deseamos o muy resistentes a aquello que nos produce malestar o dolor. Es de alguna manera una forma de negar la realidad cambiante, dinámica, impermanente, que nos toca experimentar.
Personalidades rígidas como personas muy ansiosas, con problemas de ánimo o impulsivas, tienen especial tendencia a vivenciar las situaciones como muy buenas y muy malas. Se trata de patrones (formas permanentes) mentales que empujan esa tendencia al extremismo.
También podríamos pensar que cuando existe una visión mágica, inmadura o simplificadora de la realidad, tendemos a activar esta forma de procesamiento.
De un extremo al otro
Mi experiencia en ámbitos escolares durante muchos años me hizo encontrarme con algunos docentes que acuñaban esta forma de ver las cosas.
Recuerdo cuando comencé a trabajar con un niño problemático que tenía muchas dificultades de vinculación con sus compañeros y sus docentes, cómo lo describieron estos últimos en la primera reunión de trabajo: como la oveja negra del grupo, como un cúmulo de caprichos, malos gestos y reacciones agresivas; en fin, como alguien que difícilmente cambiaría.
Cuando les pregunté qué cosas buenas veían en él, no supieron qué decir. Se vieron sorprendidos por la pregunta.
Unas semanas luego del inicio de trabajo intensivo, empezamos a ver algunas mejorías en el niño: su grupo familiar se estaba involucrando más con las cuestiones escolares, habíamos logrado que encontrara buen acople con un grupo de dos chicos, y así había disminuido su conflictividad.
Reunidos en la sala con los docentes una mañana, todos dijeron al unísono: “¡Todo se solucionó, ya está, está muy bien!”.
Tal como lo pensaba, nuevamente se manifestaban de manera extremista, ahora hacia el otro lado. Mi comentario fue: “Qué bueno es que vayamos dando pasos hacia lo que buscamos con el alumno x. Aún así creo que es un poco apresurado decir que cambió totalmente. Estamos en un proceso, y los procesos no suelen ser lineales si no dinámicos, cambiantes”.
Y la realidad nos mostró, unos días después, que quedaba mucho por hacer: en la clase de música se peleó fuerte con su nuevo grupo de amigos y esto generó mucho malestar en toda la clase. De nuevo parecía que el mundo se había venido abajo.
Sólo el tiempo, la paciencia y el sostenido esfuerzo conjunto pudo ayudarlo a realizar cambios conductuales importantes, con muchos inconvenientes y repetidas frustraciones en el medio.
Aprender a tolerar la incertidumbre y el cambio: la meditación
Para poder comenzar a encontrar ese lugar de equilibrio, de balance en la manera en que percibimos la realidad y actuamos en ella, necesitamos desarrollar una tolerancia fuerte a la incertidumbre y la impermanencia.
Es que nosotros activamos el procesamiento todo-nada cuando nos sentimos vulnerables, inseguros, y de alguna manera queremos resguardarnos en un juicio como si entráramos en una trinchera que nos provee certidumbre.
La práctica meditativa nos ayuda a habitar este mundo más real y vivo. A través del acceso a una percepción más amplia y realista de la vida comenzamos a reconocernos de manera integral: incluímos allí nuestra vulnerabilidad, nuestras debilidades, contradicciones, incongruencias, en fin, nuestra imperfección que nos hace más bellos.
En la observación amable de los contenidos mentales y de las emociones que surgen cuando habitamos el silencio contemplativo, comenzaremos a encontrar esta tendencia dañina e irreal de ver las cosas de manera exagerada y deformada.
- Lo que rechazamos profundamente en nosotros, y aquello que nos hace sentirnos “poderosos o reyes”. ¿Dónde nos quedamos “fusionados” en uno y otro caso? ¿En nuestros temores o preocupaciones, en nuestras expectativas o sueños?
- Aquello que nos aleja o acerca a los demás: cuándo se transforma en algo muy cargado de resistencia o evitación o nos hace “adorar” e idealizarlos.
- Las experiencias, situaciones, momentos que nos alejan del balance interno, de la ecuanimidad, para uno u otro lado. ¿Cuáles son? ¿En qué circunstancias y por qué?
- Y lo más importante: ¿cuáles son nuestros temores y necesidades más profundos? ¿Acaso nuestras reacciones extremistas buscan calmar o saciar algo en ese sentido? Una dirección vital construida en base a esta ilusión no puede sino producirnos sufrimiento, tarde o temprano.
Sigamos trabajando en construir una vida más equilibrada, más armoniosa, donde la potente vitalidad de cada momento nos brinde la sabiduría de la apreciación adecuada, tierna y serena que necesitamos.
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