Cielo rojo 8 puntos
Roter Himmel; Alemania, 2023.
Dirección y guion: Christian Petzold.
Fotografía: Hans Fromm.
Intérpretes: Thomas Schubert, Paula Beer, Langston Uibel, Eno Trebs, Matthias Brandt.
Duración: 102 minutos.
Estreno: en salas únicamente.
Pocos cineastas contemporáneos tienen una obra tan consecuente, tan sólida y tan personal como el alemán Christian Petzold, el magnífico autor de Bárbara (2012), Ave Fénix (2015) y Transit (2018). Desde comienzos de este siglo, cuando se dio a conocer internacionalmente con La seguridad interior, Petzold se fue consolidando como un narrador consumado, capaz de hacer un cine de prosa que no por ello resigna complejidad, lirismo y hondura. Y todas esas virtudes vuelven a hacerse evidentes en Cielo rojo, su largometraje más reciente, ganador del Gran Premio del Jurado en la Berlinale de febrero pasado.
El punto de partida de Cielo rojo no podría ser más simple y está inspirado –el mismo Petzold lo ha reconocido- en los llamados “cuentos de verano” de Eric Rohmer, como Pauline à la plage y Conte d’été: un grupo de personajes jóvenes se reúnen por decisión o por azar en una casa cercana al mar donde aprenderán algo del amor y el desamor. Pero a diferencia del gran cineasta francés, Petzold carga consigo con la gravedad de la cultura alemana, lo que le da a ese encuentro (pleno de desencuentros) un carácter mucho más oscuro, empezando por esa ventosa playa del Mar Báltico donde transcurre íntegramente la acción y que no tiene la luminosidad y ligereza del Mediterráneo.
Hacia allí llegan Leon (Thomas Schubert) y su amigo Felix (Langston Uibel), no sin antes tropezarse con ciertos percances, a los que no les prestan demasiada atención, pero que dan indicios de que las cosas no saldrán necesariamente bien durante ese verano: el auto se descompone en plena ruta, no tienen señal de teléfono para llamar a un auxilio y, mientras cargan con sus bultos, se pierden en el bosque por el que deciden tomar un atajo. Ese bosque cercano a la playa tendrá durante toda la película una importancia creciente: como corresponde a la mitología alemana, hay un misterio primordial allí, que Petzold expresa magnífica, sintéticamente con el uso del fuera de campo y del sonido como elemento dramático. Y como en los cuentos infantiles de los hermanos Grimm, hay también un peligro en ese bosque, al cual Leon y Felix no atienden: unos feroces incendios forestales están cerca.
Llegados a la casa, descubren que no está vacía, como suponían. Una mujer joven y atractiva, Nadja (la estupenda actriz Paula Beer, coprotagonista de Tranist), ya está allí y altera -con ese aspecto de ninfa elusiva- no sólo los planes sino también la estabilidad emocional de Leon, que dice buscar tranquilidad para terminar una novela de la que él mismo desconfía de su valor literario, aunque su manera de expresar esa inseguridad es la peor posible: se vuelve irritable, agresivo, estúpido incluso.
Que ese personaje con el cual es tan difícil empatizar sea el protagonista de Cielo rojo es una de las singularidades del film de Petzold, que va llevando el relato a través del punto de vista de Leon, una suerte de voyeur, que mira todo lo que hacen los demás sin comprender nada de lo que sucede a su alrededor. El hecho de que, paulatinamente, se vayan sumando otros dos personajes (primero un guardavida que hace gala de su erotismo; luego el editor de Leon que viene a revisar el temido manuscrito), no ayuda al protagonista sino que lo va sumiendo en una confusión aún mayor a la que ya padecía.
Con un dominio magistral de todos sus elementos, Petzold va sumando capas de complejidad dramática a una situación inicialmente simple. La inadecuación de Leon es patente en su actitud corporal, torpe y vergonzosa frente a la desinhibición de Nadja, Felix y el guardavida Devid. El director a su vez maneja con gran sutileza la ambigüedad erótica y la circulación del deseo que recorre a sus personajes, al mismo tiempo que saca el mayor provecho de las apenas tres locaciones a las que él mismo se restringe: esencialmente la casa, pero también la playa cercana (que a los ojos de Leon no puede ser sino hostil) y por último ese bosque cercano, pleno de ruidos inquietantes, y sobre el cual el cielo se va enrojeciendo de manera alarmante.
Si en su film inmediatamente anterior, Undine (también coprotagonizado por Paula Beer, que parece haber reemplazado a Nina Hoss como actriz-fetiche del director), Petzold trabajaba sobre el agua como elemento conductor del amor, en Cielo rojo será el fuego el que determine el destino de dos amantes, lo que lleva a pensar que el cineasta está transitando una nueva “serie” de films, como en su momento fue la de los fantasmas (2000-2007), integrada por La seguridad interior, Gespenster y Yella.
La adhesión profunda de Petzold a la tradición del romanticismo alemán, que ya era evidente en algunos de sus films previos, aquí vuelve a manifestarse no sólo en las locaciones elegidas, que refuerzan la idea romántica de la naturaleza como expresión de los sentimientos, sino también en un bellísimo poema de Heinrich Heine (1797-1856) que Petzold introduce en una de las mejores escenas de Cielo rojo, cuando los cuatro hombres del film escuchan hipnotizados a Nadja recitar “El asra”, unos versos que hablan de aquellos que “mueren cuando aman”. Allí quizás haya que buscar las claves de una película de una riqueza de tonos –que van del humor al amor y la tragedia- muy poco frecuente en el cine actual.