El hombre más fuerte del mundo – 6 puntos
Argentina/España, 2023
Dirección y guion: Fernando Arditi.
Duración: 75 minutos.
Estreno exclusivamente en Cine Gaumont.
Hay una metáfora que recorre de punta a punta el nuevo documental de Fernando Arditi, presentado en sociedad durante la última edición del Bafici en su competencia de títulos nacionales: los planos de una planta metalúrgica y, en particular, los de los pedazos de hierro recién forjado, aún al rojo vivo. Más tarde, cerca del final de El hombre más fuerte del mundo, otra imagen de fuerte carga simbólica se entrelaza con el mayor desafío deportivo de su protagonista, el fisicoculturista jujeño Darío Villarroel: el de un grupo de hormigas llevando una pesada carga de hojas y flores al hormiguero.
Es que Villaroel, que nació con una discapacidad que, entre otras cosas, le impidió superar el metro veinticuatro centímetros de altura, llegó a levantar doscientos kilos, cuatro veces su propio peso. Es uno de los tantos logros y méritos de una carrera en el deporte que mezcla la fuerza pura y dura con la exhibición de la musculatura.
Coqueto un poco a la fuerza, ya que la cultura del cuerpo así lo demanda, la película comienza con una visita al peluquero, quien termina de darle los toques finales a un corte que incluye el diseño de dibujos capilares y alguna tintura de colores chispeantes. Más tarde, Darío asiste a una sesión de belleza de cutis, arqueo de pestañas incluidas. Arditi nunca se corre del documental como retrato; tampoco esquiva en ningún momento la adoración por el homenajeado, cuyo relato de vida es más grande que ese adjetivo en boga y algo pegajoso: “inspirador”. Fanático de Arnold Schwarzenegger y Jean-Claude Van Damme. Villaroel recuerda en off, desde su ciudad natal de Palpalá, cómo su adolescencia de sobrepeso y escasa actividad física cambió de un día para el otro cuando descubrió la posibilidad de mejorar la musculatura. En el presente, un tanto melancólico por una relación sentimental que se terminó sin que ese fuera su deseo, recorre una parte de su carrera profesional, con sus picos y mesetas.
El hombre más fuerte del mundo lo acompaña a una competencia de fisicoculturismo en Villazón, la ciudad boliviana pegada a La Quiaca, y recuerda, con imágenes de archivo y el relato en tiempo presente de quien fuera su entrenador, la participación tiempo atrás en las olimpiadas paralímpicas en El Cairo. El gran paréntesis del film, que abre la historia personal a una lucha que bien podría ser colectiva, se da precisamente cuando Villarroel se enfrenta a las reglas y normas competitivas, y su “agarre” de la barra se transforma en un problema al no termina de contentar a las autoridades. Es que sus dedos son cortos y poco flexibles, pero al mismo tiempo, durante toda la vida se las arregló para levantar pesas sin demasiados problemas. Y, de paso, romper un record mundial. Esa parece ser la enseñanza más grande de la película y de su protagonista: retroceder casi nunca, rendirse jamás.