Marcelo D’Alessio juguetea con una birome y unos anteojos de leer. Mantiene sus manos en movimiento, no puede dejarlas quietas. Tiene delante de sí un cuaderno universitario. Ya no viste los trajes elegantes que solía usar cuando se presentaba en los canales de televisión como experto en narcotráfico. Llegó, desde el penal de Ezeiza a los tribunales de Comodoro Py vistiendo un sweater color crema que dista de ser nuevo, unos jeans, zapatillas y una campera verde. Las manos, esposadas; la cara, tapada por un barbijo negro. Espera durante largo rato que entren las dos juezas y el juez que deberán juzgarlo. Durante la espera no demuestra tener ánimo de hablar con quienes, hasta hace unos pocos años, fueron sus compinches. Después de cuatro años preso, el falso abogado es la estrella principal de un juicio en el que se examinará cómo actuaron los servicios de inteligencia –orgánicos e inorgánicos– durante el gobierno de Cambiemos y cómo armaron y desarmaron causas judiciales.
D’Alessio toma notas. A veces, se tapa la cara. No fija la mirada en nadie. No se mueve, no pide ir al baño. No mira hacia la sala donde está el público porque no hay nadie acompañándolo en este trance que le toca pasar. A su lado está la defensora oficial que lleva su caso. Cuando la jueza Sabrina Namer – que preside el Tribunal Oral Federal (TOF) 8, que también integran Gabriela López Iñíguez y Nicolás Toselli– anuncia que va a hacer un cuarto intermedio, D’Alessio solo atina a levantarse y ofrecerle sus manos al integrante del Servicio Penitenciario Federal (SPF) para que le ponga las esposas.
No se muestra hiperactivo, verborrágico o grandilocuente. Es una figura apagada, diferente de aquella que solía presentarse como un agente de la Embajada de los Estados Unidos o el delegado de la agencia antidrogas norteamericana DEA. Así transita el primer día del juicio en su contra por haber liderado una asociación ilícita que se dedicaba al espionaje ilegal, a la manipulación de pruebas en procesos judiciales, a la extorsión y al lavado de dinero.
Después de cuatro años llegó a juicio la investigación que inició en la jurisdicción de Dolores el juez federal Alejo Ramos Padilla y que conmocionó a la política. D’Alessio no era solo un personaje extravagante, era también un punto de conexión con distintos mundos: los servicios de inteligencia, el sistema de Justicia y el ámbito de la seguridad.
D’Alessio arrastró en su caída a varios de sus compañeros de andanzas. Rolando Hugo “Rolo” Barreiro, que reportó en la Secretaría de Inteligencia (SI) entre 2002 y 2016, está acusado en el juicio, aunque no estuvo presente en la sala: siguió el proceso desde su casa. Ni el tribunal ni la fiscalía mencionan su nombre por haber sido agente de inteligencia.
Lo mismo pasa con el excomisario Ricardo Bogoliuk, que integró la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) macrista entre 2016 y 2017. Bogoliuk, a quien D’Alessio llamaba afectuosamente “Polaco” y le reportaba todos sus movimientos, estuvo al frente de la base Ezeiza del llamado Proyecto AMBA, una iniciativa implementada por Gustavo Arribas para hacer espionaje político en la provincia de Buenos Aires –un bastión históricamente peronista y en donde se le jugaba la gobernabilidad a Cambiemos. Al lado de Bogoliuk se sentó el excomisario Norberto Degastaldi, que estuvo a poco de entrar a la AFI e incluso tuvo varias llamadas con Recursos Humanos, pero no firmó el fichaje con la banda de Arribas.
Más lejos se ubica el prefecto Franco Pini –acusado de haber robado información desde las bases de Migraciones–. D’Alessio comparte la defensa con Pablo Bloise. Están también Marcelo González Carthy de Gorriti y Aldo Sánchez, a quienes se los señala por integrar el grupo de WhatsApp Buenos Aires, desde donde se digitaban operaciones de lavado de activos. Sin sacarse los lentes de sol de la cabeza, Mariano Díaz –uno de los custodios de D’Alessio– escucha también la acusación.
José Manuel Ubeira, el abogado que representa a Cristina Fernández de Kirchner en la causa por el intento de magnicidio, está en este juicio en calidad de víctima de la banda de D’Alessio: el falso abogado quiso hacerle una cámara oculta en connivencia con el fiscal federal Carlos Stornelli –que logró esquivar sentarse en el banquillo. “La única persona ausente en este juicio es Patricia Bullrich”, despotrica Ubeira en un pasillo del sexto piso de Comodoro Py mientras espera que lo acrediten para participar de la audiencia.
Si bien Bullrich, actual candidata presidencial de Juntos por el Cambio, nunca llegó a ser investigada en Dolores, su nombre es invocado en varias oportunidades durante la audiencia. A veces, cuando lean mensajes en los que el falso abogado se refería a “Patricia B” o cuando se recuerde que D’Alessio ingresó al Ministerio de Seguridad de la Nación el 14 de agosto de 2017 para participar de una reunión sobre narcotráfico con Bullrich y con Martín Verrier, subsecretario a cargo de la temática durante la administración Cambiemos.
Además de Stornelli y Bullrich, otro que logró esquivar el banquillo de los acusados es el exfiscal de Mercedes Juan Ignacio Bidone, que le proporcionaba información a D’Alessio a la que solo podían acceder integrantes del Ministerio Público para que pudiera extorsionar a sus blancos.
El juicio continuará los martes por la mañana. La nómina de testigos ofrecida es extensa: incluye desde Pedro Etchebest –el empresario que denunció a D’Alessio por tratar de forzarlo a pagar 300.000 dólares para no involucrarlo en la causa de los “Cuadernos”– hasta Antonio Horacio “Jaime” Stiuso, el exhombre fuerte de la SIDE y un viejo conocedor de los tribunales de Retiro.