Sandra Migliore tiene 57 años. Valentina Rojas, 52. Las dos fueron monjas de la misma congregación y sufrieron abusos sexuales de parte de una religiosa a cargo de su formación. Una le pudo poner freno. La otra, la padeció durante más de un año. Juntas llegaron a hacer la denuncia ante el Arzobispado de Buenos Aires, cuando lo encabezaba monseñor Jorge Bergoglio pero nunca prosperó y el caso fue archivado. La agresora se fugó a Venezuela, donde se incorporó a otra congregación, con un nuevo nombre y sigue allá. Las exmonjas pudieron dejar atrás el dolor, se casaron y viven juntas hace trece años. Su historia llega el jueves a la pantalla grande: la película Caminemos Valentina, de Alberto Lecchi, habla de la hipocresía, la impunidad y los entramados de complicidades para silenciar abusos eclesiásticos pero también del amor entre dos mujeres.
El guión del film, de Lecchi y Daniel Romañach, toma como punto de partida el libro de Migliore, Raza de víboras, memorias de una novicia, y los relatos de ambas mujeres recogidos en una extensa entrevista en 2018.
“Nos vimos muy bien reflejadas. Las protagonistas elaboraron muy bien los personajes”, dice, contenta, a Página/12 Migliore, durante una charla junto a Rojas.
Las dos exmonjas viven en Justiniano Posse, una pequeña localidad sojera del sudeste de la provincia de Córdoba –de donde es oriunda Migliore– y viajaron a Buenos Aires para el estreno de la película. El martes mantendrán un encuentro con la Comisión Organizadora de la Marcha del Orgullo – Línea Histórica, en particular con activistas lesbianas y LGBTTI+ en la sede de 100% Diversidad y Derechos. En ese sentido, María Laura Cardozo, activista lesbiana de la organización consideró “fundamental” que no se imponga “el silencio sobre los abusos dentro de la iglesia, que trascienden los géneros y se imponen con relaciones de poder asimétricas y violencia”.
Los abusos los sufrieron durante el noviciado en el Instituto Santa Rosa de Viterbo, de la congregación de Hermanas Educacionistas Franciscanas de Cristo Rey, ubicado en la localidad santafesina de San Lorenzo. En el mismo predio estaba el convento y funcionaba el colegio secundario, primario y el jardín de infantes de la institución religiosa. “Fui abusada por la monja Bibiana Fleitas con la complicidad y el encubrimiento de otras monjas. Fuimos muchas las víctimas entre los años ‘83 y ‘90. Hay denuncias hechas frente a notarios eclesiásticos de diferentes obispados, incluso Bergoglio sabía. Luego fue nombrado Papa y se las enviamos de nuevo a Roma. No obtuvimos respuesta”, señala Migliore. Dejó los hábitos en 1991. Pudo escribir sobre aquellos episodios en el breve libro que publicó en 2014. Muchas víctimas todavía sufren en silencio, destaca. “Me han escrito. Algunas se han casado, han tenido hijos y su familia no sabe nada de los abusos. Muchas de ellas aún tienen pesadillas”, dice la exmonja. Calculan que pueden haber sido alrededor de treinta las víctimas de la misma religiosa. Tras denunciar los hechos en el Arzobispado de Buenos Aires en 2010, Migliore fue despedida de la institución educativa –donde se desempeñaba como empleada administrativa– que pertenecía a la misma congregación, ubicada en la localidad bonaerense de Lanús. Entonces, inició una demanda laboral y por daños morales por abuso psicológico por actos padecidos décadas atrás, por la que finalmente cobró una indemnización. Nunca hicieron la denuncia en la justicia. Los casos ya estarían prescriptos, dice.
Rojas pertenece a una familia “patricia” muy creyente, de Formosa. Fue monja por veinte años. Siendo religiosa hizo la carrera universitaria de enfermería y luego se graduó de contadora en la Universidad Católica de Rosario.
La religiosa denunciada en el Arzobispado y ante el Vaticano por abuso sexual se hacía llamar en la congregación “Bibiana” pero su nombre real es Leopoldina Fleitas. Según pudieron saber, en Venezuela se cambió el nombre religioso, se la conoce como Victoria y se desempeña en la Casa Hogar María Gil, un hogar de ancianos, de otra congregación, ubicado en el municipio de El Carrizal, a unos veinte kilómetros de Caracas. Magliore cuenta que la religiosa que en aquellos años era la Provincial de las Hermanas Educadoras, Graciela Pereiro, se fue también a Venezuela siguiendo los pasos de Fleitas, un año después que ella.
“Quien me lleva a hacer la denuncia al Arzobispado es Isabel Fernández, que entonces era monja en nuestra congregación y secretaria Para las Causas de los Santos en la curia de Buenos Aires. Era muy cercana a Bergoglio. Actualmente es la Provincial de la orden”, detalla Rojas a Página/12.
Una experiencia sanadora
Paula Sartor es Valentina en su etapa adulta, mientras que Gabriela Robledo encarna a Sandra. Cuando se las ve adolescentes, Sara Gutiérrez le da vida a Valentina, y Jacinta Torres a Sandra. El film incluye la participación especial de Víctor Laplace, entre otras figuras.
Con las actrices que las interpretan, las dos ex religiosas tuvieron largas conversaciones vía zoom.
“Fue un trabajo muy lindo en el que lloramos juntas, hablamos mucho y para mí fue una experiencia sanadora porque me tocó volver atrás a mirar un pasado que es doloroso pero al mismo tiempo pude hacerlo desde la mirada de hoy. De alguna manera me pude reconciliar con esa adolescente que no se supo defender”, cuenta Rojas.
–¿Se sentía culpable? –le preguntó este diario.
–Totalmente. Durante muchos años sentí que tenía la culpa de lo que había pasado y también tuve vergüenza, porque esa culpa también trae vergüenza, una vergüenza muy grande y hay muchas de las víctimas de la hermana Bibiana al día de hoy que no pueden superar eso todavía.
En la película, los abusos sexuales están “suavizados”. Se insinúan. Las escenas reales fueron mucho más ultrajantes. Rojas agradece al director esa decisión.
Ella denunció que sufrió los abusos de la monja Bibiana por más de un año. Ocurrían siempre en “un cuartito” donde se guardaban los utensilios de limpieza, en un sótano. En cambio, Migliore pudo ponerle freno y la religiosa no “la molestó” más.
“Ella me dijo primero que era el reemplazo de mi mamá en el instituto y que cuente con ella. Y me hace preguntas –que están muy bien reflejadas en la película–: Si había tenido novio antes de entrar al convento, si había menstruado, si sentía cosas. Eran los cuestionamientos que ella nos hacía. Pero ni siquiera enriquece esas charlas con información que hubiéramos necesitado al ser adolescente. Era curiosidad que ella tenía, pero para sí. Aquel día me arrinconó y me empezó a manosear, me besó. Yo logré sacármela de encima con un empujón. Le dije que la iba a acusar con la monja que me había llevado a mi al convento. Me dijo que yo era muy rebelde, muy mundana. Y que conmigo no se metía más, que me quedara tranquila y me calle la boca. Porque si no, no iba a profesar, no iba a llegar a monja”, recuerda Migliore a este diario.
Rojas agrega: “Sandra tiene una mamá muy fuerte, que fue una madraza, muy protectora. Una mujer muy luchadora. Yo creo que eso le brindó a ella un carácter diferente y elementos distintos como para poder defenderse. Y Bibiana, si algo tenía en medio de su locura, era que era excelente leyendo los caracteres. Ella sabía con quién se metía.”
–¿Se aprovechaba de las más vulnerables?
–Si.
Rojas y Migliore no llegaron a compartir los mismos años de formación. Se encontraron más tarde en un colegio de la misma orden religiosa en localidad bonaerense de Lanús, donde la contadora fue enviada para ocuparse de cuestiones administrativas. Ahí trabajaba Migliore. En ese aspecto, la película tiene ciertas licencias, porque las ubica en el mismo lugar al mismo tiempo.
–¿Con las otras adolescentes que sufrían los abusos de la misma monja llegaron a hablar en aquel momento de lo que les hacía?
–No nos permitían tener relaciones muy estrechas entre nosotras. Como se ve en la película si hablábamos de noche, nos retaban. Y no nos permitían entablar amistades. El aislamiento era muy marcado. Además, teníamos que respetar muchas horas de silencio –dice Rojas.
–¿Por qué quisieron ser monjas?
MIgliore: “En mi caso, sentía admiración por una religiosa joven que estaba en mi pueblo y que conducía un grupo de chicos de juventud franciscana en la iglesia en el cual yo participaba. Nos hablaba de la vida de San Francisco, de su vida en el convento y me entusiasmé y quise ser como ella. Es como que sentí, lo que se dice, el llamado de Dios para esa vocación.”
Rojas: “Fui toda la vida a un colegio de monjas, al Instituto Santa Isabel, en Formosa. Y siempre las monjas nos preguntaban ‘¿Qué vas a hacer? ¿Quién va a ser monjita de todas estas?’. Mi familia es muy religiosa, muy creyente, y me pareció que lo mejor que podía hacer de mi vida, algo distinto que casarse y tener hijos, era ser religiosa.”