Desde París

La tranquilidad parisina cambió de golpe y la ciudad se vistió del color Les Bleus. Del ambiente que lleva el ritmo de todos los días, en una capital que se destaca por su belleza y esplendor, el panorama se modificó con la llegada de los simpatizantes de todo el mundo que vinieron a Francia para disfrutar del 10° Mundial de Rugby.

En París todavía no se había visto una llegada masiva, ya que el resto de los simpatizantes de los 20 países clasificados se diseminó por las nueve ciudades que la organización designó como sedes. Porque además, Francia vive un momento de esplendor a nivel deportivo, tiene a varias de sus disciplinas entre las mejores del planeta y la realización de los Juegos Olímpicos del 2024 es el máximo desafío que se trazó el gobierno de Emmanuel Macron, junto a la celebración de este Mundial.

También porque el seleccionado galo llega como uno de los grandes candidatos, desde que asumió Fabian Galthie como entrenador pasó de ser un equipo intermitente, a otro que se posicionó entre los mejores del ranking mundial gracias a sus logros.

Llegar al Stade de France en el barrio de Saint Denis fue toda una experiencia. Trenes llenos, cientos de camisetas azules por la calle y gente muy amable para cuando uno se equivocaba el camino, y lo enderezaban hacia la dirección correcta. También aparecieron algunos de los 600 voluntarios que iban a su jornada de trabajo sólo por el amor de colaborar con el deporte que más les gusta.

Claude, de unos 65 años, fue el primero que se acercó y nos recordó el gran torneo que hicieron Los Pumas en 2007, cuando Agustín Pichot y Juan Martín Hernández marcaron el camino argentino como lo hacían en el Stade Francais de París. Nos dijo cómo vivía el pueblo este Mundial: para él se asemejaba al clima de cuando Francia obtuvo su primera Copa del Mundo de fútbol, en 1998. Faryd y Emily también se acercaron a saludarnos. ¿Emily en París, cómo la chica de la serie? –pregunté- a lo que ella me contestó con un simpático: “Oui” y una pequeña sonrisa.

La fiesta de apertua fue muy colorida. Imagen NA

Con ellos nos metimos en el subte al mejor estilo Estación de Once, para empezar a interactuar con todos los hinchas que se acercaban al estadio. Hablaron de Messi y de toda su magia, respetándolo como lo grande que es a pesar de haberle ganado a Francia. Al bajar, los puestos de comidas y bebidas estaban repletos de franceses. La música sonaba bien alta y los disfraces se multiplicaban con vestimentas de todo tipo, colores y estilos. Desde soldados vestidos como en el ejército de Napoleón, a los tradicionales gallos que se ven en las vestimentas de los distintos seleccionados. Caras pintadas con las banderas azul, blanca y roja y muchos diseños multicolores que sorprendían.

Así vivió el hincha local esa efervescencia que logró contagiar Galthie y sus dirigidos. Algo así como lo que hizo Scaloni con nuestro equipo de fútbol hasta llevarlo a la cima en Qatar. Aunque enfrente estaban los All Blacks, tres veces campeones del mundo y los únicos que jamás perdieron un partido en primera fase de los mundiales.

La inauguración fue colosal. Con la Torre Eiffel en el medio de la cancha, las banderas de las 20 naciones clasificadas y la preciada Copa, esa que todos los franceses quieren levantar luego de tres subcampeonatos conseguidos a través de la historia, 1987, 1999 y 2011.

Un duelo de ajedrez

El estadio estaba en llamas. El clima era impresionante, ni hablar cuando salió el equipo local a la cancha para hacer el reconocimiento previo. Fue conmovedor el aliento para Les Bleus. Para colmo, Nueva Zelanda tuvo la baja de su capitán a último momento, pero ellos son los All Blacks y siempre hay que respetarlos.

Las banderas de Francia flameaban de un lado para otro con la coordinación del ritmo musical. Cuando la voz del estadio empezó a dar las formaciones, uno por uno los jugadores de negro fueron silbados, aunque de a poco esos silbidos se transformaron en aplausos para estar acorde con los valores del rugby y el respeto.

La de Francia, en cambio, hizo estallar al Stade de France. Cada nombre recibió gritos ensordecedores, con el pico máximo cuando nombraron a su capitán y uno de los mejores jugadores del mundo, Antoine Dupont.

“Allez Les Bleus” bajaba de las tribunas cuando Nueva Zelanda abrió el marcador al minuto y pico de juego. Francia no sintió el impacto y descontó enseguida por la vía del penal, a través su eficaz pateador Thomas Ramos. Entonces allí aparecieron los hinchas locales para alentar entonando la Marsellesa.

A las 21.30 horas de París el termómetro marcaba 28 grados pero en la cancha se sentían cerca de 35 o más, la verdad era un hervidero. Los de negro demostraban su peligrosidad cada vez que tocaban la pelota, los de azul sus ganas de ganar. De pronto empezaron a pasarse la pelota con patadas largas, como hacen los chicos cuando juegan en las plazas y practican a ver quién le pega mejor. Como un juego de ajedrez dónde se estudian para no perder, en un partido que estaba para cualquiera.

Con la canción patria otra vez de fondo como impulsando un aliento mayor para Francia, el equipo local se puso otra vez en ventaja, aunque casi enseguida los de negro retomaron el control. Pero un patadón de Ramos desde media cancha cerró el parcial por uno para los locales, 9-8, que estremeció otra vez al Stade de France.

La fiesta inolvidable

El segundo tiempo empezó: lo tuvo Francia y lo perdió por poco. Lo buscó Nueva Zelanda y lo consiguió para estar pasar otra vez al frente. Los hinchas de negro que esta vez no se notaban en las tribunas por ser amplia minoría, se levantaron para festejar debajo de nuestro sector de prensa.

Los franceses lograron un gran triunfo ante Nueva Zelanda. Imagen: EFE

Sin embargo, los de azul no se entregaron, querían ganar y con un try se pusieron al frente, 16-13 cuando amonestaron a un All Black. El árbitro sudafricano, Jaco Peyper, tuvo que para dos veces el partido para que los jugadores se hidraten, el calor y la humedad eran insoportables. Ramos, con otro penal, aumentaba el marcador, 19-13 para Les Bleus.

Faltaban 15 minutos y Francia palpitaba, Francia latía. A los 72 el infalible Thomas volvió a convertir para estirar la diferencia a ocho y soñar con lo que tanto tiempo buscaron, ganaban 22-13. Y sobre el cierre lo remataron con otro try, 29-13.

Una media noche en París inolvidable, con un equipo que confirmó su candidatura y demostró un corazón tan grande como si juego.



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