El odio está. Siempre está. Está en el aire, en los huesos, en la carne. Ese odio pardo, salvaje, que anida en la deshumanización del otro. Victoria Villarruel lo lleva inoculado en el hígado, como si en el odiar se le fuera la vida. Está mujer con el sabor de la sangre en la boca, que sabe cómo elegir selectivamente lo que pretende banalizar, frivoliza con la muerte, con el secuestro, con la tortura, y sin ruborizarse con el genocidio, al que considera un apetitoso trofeo obtenido en una “guerra” necesaria. Un odio psicótico que revela una notoria pérdida de juicio de la realidad, y un negacionismo delirante que deriva en trastorno cognitivo. Nada consuela tanto a los miserables como la prolongación de sus miserias.

¿Qué pensará Villarruel de todo esto? “En el día de la fecha, (22 de febrero de 1977) siendo aproximadamente las 01.40 horas, en circunstancias que fuerzas conjuntas recorrían la zona de Avellaneda, al llegar a la calle Colón, entre Alsina e Italia, observan que varias personas se hallaban pintando leyendas subversivas en las paredes del estadio de Racing Club. Al impartir la voz de detención, los individuos contestaron con un cerrado fuego de armas automáticas. De inmediato es repelida la agresión por las fuerzas del orden, entablándose un nutrido tiroteo que deja como saldo seis de los delincuentes extremistas muertos. Respecto a los extremistas abatidos, tratase de cuatro N.N. masculinos y dos N.N. femeninos… (…) Procúrese identificación”, acta elevada por Jorge San Félix, jefe en Lanús de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Una burda mentira. Una de esas tragedias en que la “guerra patria” se desnudó como lo que fue: un genocidio salvaje de barbarie irracional. Según los testigos, los detenidos fueron bajados de dos camiones del ejercito y fusilados al instante en un lateral del estadio. 

El inminente documental dirigido por Rodolfo Petriz, “Los fusilados en Racing”, recoge varios testimonios. Rafael Barone, manifesta: “Esa noche yo estaba con Corbatta (el legendario wing) que vivía en la cancha. Era verano, dimos la vueltita y el dijo huyyy, huyyy, huyyy, qué es esto. Había unos cuerpos tirados. Estaban todos muertos. No vimos el tiroteo, pero los habían matado diez o quince minutos antes que llegáramos nosotros. Nadie dijo nada. Ni los vecinos, nadie. Había mucho miedo, aún lo sigue habiendo”. El miedo es silencio, y paraliza. Se sabe que algunos jugadores importantes del fútbol argentino e internacional escucharon los disparos. Se encontraban, en esos momentos, en sus habitaciones de la pensión de Racing. Hoy prefieren mantener el anonimato.

Ahí afuera está la “Memoria”. Salir a contarla. No dejes que te la roben. Es una bandera que quieren pisotear, desgarrar, llenarla de agujeros. Quien domina el lenguaje domina la realidad. Victoria Villarruel lo sabe. Esa mujer educada en el “schadenfreude”, concepto que no existe en castellano pero sí en alemán: “placer por el sufrimiento ajeno”. Conviene recordar que cuando se sacan a menudo algunos demonios del armario, a veces, es imposible devolverlos a la percha.

(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979.



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