La devaluación post electoral rondó el 20 por ciento, el traslado a precios fue fulmíneo, desolador. El ministro de Economía Sergio Massa explicó que el Fondo Monetario Internacional (FMI) exigía mucho más, en el orden del cien por ciento. La gente común vive en su metro cuadrado, padece la inflación, mide los perjuicios sufridos. Los eventuales daños evitados son hipotéticos, imprecisos, exóticos a sus vivencias. Algo similar pudo ocurrir respecto de la pandemia: los argentinos de a pie saben lo que sufrieron, lo que perdieron, lo mal que lo pasaron, cuanto se empobrecieron, las secuelas que atraviesan. Aun los que comprenden que pudo ser peor, evocan lo malo sucedido, les duele. Lo potencial es ajeno. El índice del changuito propugnado por ecónomo Hugo Moyano domina el imaginario colectivo. El multiverso queda para la ficción o sus glosadores.
Las medidas anunciadas el domingo pasado “tenían” que tomarse. El Gobierno honra, como sabe y como puede, sus compromisos.
El adjetivo queda a cargo de los ciudadanos: reparadoras, paliativas, algo-es-salgo, lo posible, sabor a poco. Cada quién dirá. Hubo respuesta y voluntad política.
Los parámetros varían: para el FMI es demasiado, un exceso de autonomía de Massa o de la Argentina. Los medios hegemónicos, que aman contradecirse y macanear, multiplican esos reproches, indican que nos estamos quedando afuera del mapa. Aumentar el gasto social durante la malaria, el mayor de los pecados.
En simultáneo, se burlan, calculan a cuánto equivalen per cápita la suma de los gastos públicos dispuestos. Dos kilos de helado artesanal para cada votante, fulmina un columnista remedando un chamuyo del exministro de Economía Alfonso Prat Gay. La estadística trucha funciona como coartada para mentir. La distribución de la guita no será homogénea, el impacto se diversifica en sectores.
El abanico de medidas da cuenta de la diversidad de la clase trabajadora y de las diferentes posibilidades del Estado (y del actual modelo) para darles respuestas urgentes, imprescindibles, interinas… todo a la vez. Los estatales y empleados de empresas públicas accederán al aumento-bono de 60.000 pesos. Los jubilados que cobran la mínima recibirán un refuerzo porcentualmente importante, contados billetes. En subibaja, los que están por encima del mínimo en la pirámide que se sigue achatando quedan afuera. Son menos, millones menos… importan igual.
Los incrementos en la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar caerán en las mejores manos, las jefas de familia que hacen milagros con pocos pesos. Las instituciones sociales sobreviven, cumplen su función de a puchos. El piso de protección social es menoscabado en discursos de época, carentes de sentido común.
Acotación al pie. El Estado no cumple todas sus funciones, está justificadamente en la picota pero es más que cero. Jamás el enemigo a destruir. La discusión binaria o maniquea, a todo o nada, “pega” en la opinión pública pero pinta mal una realidad heterogénea.
Los aumentos se pagarán en tiempo y forma, usualmente bancarizados. El piso está bajo o carcomido, ojo con despreciarlo o serrucharlo con motosierra. El derrumbe podría llevarse puestas a millones de personas humildes, dignas. O a la paz social si los demoledores se entusiasmaran.
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Los anuncios y los hechos: La batería de anuncios se desgrana en redes sociales, es la época. Massa va enunciándolas en tramos, de rato en rato. La idea, según explican estrategas de campaña, es que los beneficiarios heterogéneos vayan anoticiándose en grupos. La iniciativa es sutil, acaso fallida porque es domingo, juegan Boca y River en horarios separados… la gente que se entretiene o pasea no está pegada a las redes. La imagen de la mesa familiar en la que los comensales de distintas ocupaciones y grupos etarias se van enterando de a uno, peca de teórica o de cándida. Los grupos familiares no se parecen a los clichés de la publicidad comercial o la propaganda política.
De cualquier forma, el lunes las distintas napas de la clase trabajadora sabrán de qué se trata, cada cual hará sus cuentas. He ahí la superioridad de los hechos sobre los rebusques informativos.
La exministra Patricia Bullrich y el diputado Javier Milei responden el mismo domingo. Mal y pronto por Twitter o como se llame hoy en día. Quedan a la defensiva, se oponen a los aumentos, no proponen nada para el corto plazo. El bolsillo de los trabajadores jamás predomina en sus programas.
Massa marcó la agenda por primera vez desde las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), en una de esas en todo agosto, en una de esas en meses. El recurso central de un oficialismo cuando se eligen nuevas autoridades, mejor que decir es hacer. La ventaja tradicional malherida por el peso de la deuda.
Las patronales preparan réplicas, las insinúan en los diarios del lunes. Los gobernadores sacan la calculadora y también la brújula política.
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Amagues, recules, ataques: Las corporaciones empresarias ponen el grito en el cielo. Sesenta lucas en dos pagos las llevarán al infierno tan temido. En ciertas circunstancias este cronista recuerda a un entrañable empresario PyME que describía: “son como los chicos, lloran y crecen”. ¿Presagiaba a Shakira? Era costumbrista nomás.
El escenario nacional es novedoso y recurrente a la vez, a menudo cansa abordarlo en detalle. El añorado Horacio González, quien se explayaba lujosamente, alguna vez alabó el arte del panfleto. Dan ganas de tomarlo en cuenta, la coyuntura lo favorece. No ha de ser ahora, salvo en las líneas que vienen. Daniel Funes de Rioja, el titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) se queja y amenaza, primero con trascendidos, luego con palabras vacuas. Alega que es imposible ponerse después de haber remarcado a lo pavote, dos semanas atrás. Página/12 ve sus imágenes, se interroga acerca de cuánto costarán sus trajes, camisas y corbatas. Resiste la tentación, en parte porque los panfletos y coso. En parte porque la UIA amagó y reculó. Pagarán los aumentos por apego a las normas, musita Funes de Rioja, ya que la industria quiere producir. El hombre es un gerente calificado, no un industrial hecho y derecho. La realidad ama los simbolismos.
El amague, la retractación y las lágrimas de cocodrilo constituyen una táctica. Se crea un clima de opinión, se justifican de volea los incumplimientos. La UIA siembra el descontento, cuya semilla podrá germinar. Las grandes empresas apuestan a un cambio de gobierno, su favorita es Bullrich ahora tutelada por el economista Carlos Melconian. El second best es Milei quien, llegado a la Casa Rosada, atendería razones. El teorema de Baglini suma cultores. Si adviniera el infierno tan temido habría que inventar giros verbales acordes: a baglinizar, a baglinizar. Ojalá no suceda, piensa uno, depende del pueblo cuando elija.
El horizonte sería más oscuro si las corpos gravitaran en el cuarto oscuro. Las prepagas registraron un desliz del Gobierno que no legisla el congelamiento de las respectivas cuotas. Pasaron al ataque, facturaron subas como si nada. Ayer retrocedieron, como la UIA, el modus operandi es el mismo.
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Los compañeros gobernas: El presidente brasileño Lula da Silva apestilló a preguntas a Massa, cara a cara. En qué andan los gobernadores y la Confederación General del Trabajo (CGT). ¿Y Cristina qué onda? Le prodigó consejos que valen doble porque el estadista sabe de lo que habla: “buscá votos y no dólares”. Massa difundió lo conversado entre los periodistas que volaban con la comitiva, se ve que le importaron. Lula es un crack que supo perder y ganar elecciones, bancar la persecución, armar una coalición ganadora, volver. Conoce la Argentina a fondo, más que muchos compatriotas nuestros, la ama, la necesita para su proyecto de país y de región.
Massa es el mejor vocero del Gobierno y de su presidenciable. Mejor así porque el rol del candidato es único, en instancias definitivas el torero que queda solito frente al toro. O, como enseñaba Bonavena, el boxeador cuando le sacan el banquito y lo dejan en el ring contra otro que quiere sacarle la cabeza. Los compañeros de gestión podrían tomar nota evitando derrapes insensatos como los de la vocera presidencial Gabriela Cerutti, quien responsabilizó a Milei por los saqueos fugaces de la semana pasada. Sin razón, sin pruebas. Tampoco ayuda el presidente Alberto Fernández desgañitándose ante el micrófono llamando “plan justicia” a un paquete contingente destinado a paliar daños en el próximo trimestre. Casi nadie lo escucha, los gritos son contraproducentes en un contexto de bronca y furor, el tono es el mensaje, su palabra no gravita.
Los gobernadores reaccionaron de modo dispar ante los aumentos. El santiagueño Gerardo Zamora dobló la apuesta, sabe imponerse cómodo en su redil, acamala reservas y astucia. Los medios dominantes cuentan cuantas provincias acompañan a Massa y cuantas le dan la espalda. El cuadro verdadero, para variar, abarca matices más surtidos. Algunos distritos están mejor con sus empleados públicos, otros muestran los dientes.
El malestar entre Nación y provincias existe y se acentuó en el año electoral, mal momento. Los mandatarios provinciales reclamaron que no se redujera la obra pública, pidieron plata en el contexto de ajuste. Las demandas, aducen, se desoyeron en la Casa Rosada y zonaes de influencia-
Muchos durmieron en las Primarias, lo que motivó rezongos del equipo de Massa antes del 13 agosto. Se multiplicaron después del sorpresazo. La historia alecciona. El peronismo se diseminó durante la presidencia de Mauricio Macri. Numerosos mandatarios y no pocos sindicalistas fantasearon que podrían desembarazarse del kirchnerismo y flotar en pactos de gobernabilidad con los cambiemitas. La maniobra salió mal, la fórmula imaginada por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner propició la reunificación a la que se apodó “unidad”, vocablo caro a la liturgia justicialista. Cristina y el pueblo soberano los salvaron. En 2019 supieron hacer de la necesidad virtud conforme manda el abecé de la política.
En 2023 el oficialismo maltrecho cuenta con una oportunidad finita como un papel de cigarrillo: remar juntos hacia octubre. Buscar voto a voto tal como predica Lula, con la palabra y el ejemplo.
Los incentivos son patentes, el peligro de un gobierno de derecha y la necesidad de salir bien parado en las elecciones para diputados y senadores nacionales. Las cuitas acumuladas, las recriminaciones por elecciones adelantadas o por remesas de recursos omitidas tendrían que archivarse enfocando al toro embravecido o a los afroamericanos de 90 kilos que enfrentaba Ringo Bonavena.
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Santas, santas, una posible fiesta: El veredicto popular reacomodó el escenario político. El acontecimiento en las urnas trasunta un fenómeno social.
El electorado puede engrosarse, recapacitar, sumarse a la ola ganadora, advertir el peligro que implica Milei, endiosarlo. El futuro es abierto, indeterminado, millones de voluntades lo definirán.
El domingo próximo arranca un nuevo tramo de elecciones provinciales. Santa Fe, Mendoza y Chaco elegirán nuevas autoridades en fechas distintas. Las Primarias previas indican como favoritos a los candidatos de Juntos por el Cambio. En los comicios ya realizados, el peronismo perdió el gobierno en San Luis, San Juan, Santa Cruz y Chubut. Si se corrobora el score de las PASO, se sumará Santa Fe a la lista. Los santos y las santas son adversos, parece.
La performance de los “candidatos de Milei” en las provincias fue floja o pésima. Habrá que ver si los revitaliza el resultado nacional. En todo caso, el voto importa todavía, incide sobre lo que llamamos realidad.
El jueves empiezan las eliminatorias para el Mundial 2026. Reverbera el recuerdo de la última alegría conjunta que celebramos los argentinos, como sabemos hacerlo cuando hay motivos. Aguanten Messi y la Scaloneta, hagan lo que saben, que la hinchada acompañará y siempre es lindo tener algo para festejar.
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