“Esperá”, dice Kevin Hart marcando un número en su teléfono móvil. Si por alguna razón necesitaba convencerme del estilo de vida del cómico, estoy a punto de conseguirlo. Estamos sentados en una habitación de hotel vacía en el centro de Londres, pero la cabeza de Hart ya está en Estados Unidos; escucho cómo le pide a un ayudante invisible que le envíe varios detalles sobre un viaje inminente a Boston, Massachusetts. Es el tipo de conversación urgente, en la que tengo que recibir otra llamada, que cabría esperar de un hombre que ha construido, en las últimas dos décadas, su propio imperio empresarial: su productora Hartbeat, fundada en 2009, forma parte de su lucrativa cartera junto con su propia cadena de streaming (Laugh Out Loud) y una empresa de capital de riesgo.
¿Capital de riesgo? ¿Imperio empresarial? No es el tipo de palabras que acompañan a los perfiles de los cómicos. Pero “cómico” no hace justicia a una persona cuya página de Instagram tiene más seguidores que la población de la mayoría de los países (178 millones). Hoy me esperaba una sala llena de relaciones públicas y asistentes, pero me siento solo frente a Hart en una mesa pequeña, con botellas de agua y bolsas de comida para llevar sin abrir entre los dos. Hart descansa con una firme compostura, la barba bien cuidada, un elegante cárdigan y un reloj de pulsera que, supongo, cuesta más que mi sueldo.
Sin embargo, para Hart, el ascenso al estrellato mundial no ha sido tanto una lucha como una reacción al mercado. “Nunca he tenido que discutir o luchar por un estatus”, dice. “Creo que mi camino hacia el éxito fue el de la ‘prueba de concepto’. No me presentaba a mí mismo. Entré como una persona que ponía culos en los asientos”. En resumen, es la popularidad de Hart lo que lo impulsó a la fama. Con sólo 44 años, cuenta con un amplio repertorio de éxitos de taquilla, como Scary Movie 3, La vida secreta de tus mascotas y la comedia de policías Un novato en apuros.
En su película más reciente, Lift – Un robo de primera clase, Hart interpreta a una especie de atracador audaz y ultracompetente, encargado de hacerse con un cargamento de lingotes de oro. Es uno de los muchos proyectos que Hart ha producido para Netflix, junto con la comedia de identidad equivocada del año pasado El hombre de Toronto, la más sombría comedia dramática sobre padres solteros Fatherhood y la serie de acción Die Hart. Lift incluye una larga escena en un avión, cuyo rodaje Hart describe como “intenso”, con arneses, poleas y cables. “La acción puede pasar factura”, admite. “Esa fue la parte más difícil… porque estás en espacios reducidos”.
En 2019, un accidente de auto dejó al actor parcialmente paralizado (aunque ya se ha recuperado), después de que él y el conductor de su Plymouth Barracuda de época cayeran en una zanja de Mulholland Drive. A mediados del año pasado, Hart intentó competir con el ex corredor de la NFL Stevan Ridley en una carrera de 100 metros, y se rompió músculos del abdomen, la cadera y la pierna. “La salud y el bienestar siempre han sido algo a lo que di prioridad”, insiste. “Y la recuperación recibe el mismo nivel de priorización”. Durante el rodaje de Lift, sin embargo, Hart dice que volvió a estar “al 100%”. Con la fábrica de contenidos de Netflix produciendo múltiples estrenos para él cada año, ¿cómo se distingue Lift? El reto es tratar de progresar”, responde, “para que la conversación sobre tu carrera sea la de estar siempre avanzando, no la de estar estancado”. Con Lift, la diversión estaba en lo creativo… en ponerse el sombrero de productor”.
A menudo, Hart habla en una especie de argot de analista empresarial. En un momento dado menciona que ha empezado a “operar en el mundo del desarrollo”. Cuando se le pregunta por su influencia financiera, explica que los estudios tienen que tener “un buen equilibrio entre solución y solvencia… entender dentro de la inversión lo que estás garantizando”. Está muy lejos del tono enérgico y accesible que domina sobre el escenario.
Hart casi entró por la ventana a su papel de protagonista de películas de acción, abriéndose paso en el género haciendo de alivio cómico junto a Ice Cube en Un novato en apuros, y más tarde junto a Dwayne “The Rock” Johnson en películas como la comedia de la CIA Central Intelligence y Jumanji: Bienvenidos a la jungla. El humor de la pareja se basaba esencialmente en la incongruencia física (Johnson mide 1,90 m, mientras que Hart mide 1,70 m) y en sus comportamientos dispares (Johnson estoico y recto, Hart ruidoso y enérgico).
Pero Hart es un comediante en su esencia. Fue su magnetismo en el escenario lo que hizo que lo contrataran para presentar los Oscar en 2019, antes de que el furor por los chistes homofóbicos que había hecho en Twitter años antes le hiciera renunciar. Hablando de los Oscar, nuestra conversación gira en torno a Jo Koy, el monologuista cuya actuación como anfitrión en los Globos de Oro a principios de este mes pareció contrariar a la sala llena de grandes estrellas de la “Lista A”.
“Mirá, el clima de la comedia vinculada a las galas de premios ha cambiado drásticamente”, argumenta Hart. “Y como artista, si no tenés las relaciones que hay en esa sala, esas salas pueden ser frías. No considero que las galas de premios sean buenas actuaciones en este momento”. Tal vez, sugiere, se necesita cierta camaradería dentro de Hollywood para prosperar realmente en ese tipo de actuaciones.
“Cuando te fijás en los que han tenido un alto nivel de éxito -Ricky Gervais, Tina Fey, Amy Poehler, Chris Rock o Steve Martin-, te estás fijando en cómicos de la industria”, continúa. “Por supuesto que la rompen en el mundo del stand-up. Pero también se relacionan activamente con gran parte del personal de esas salas. Así que hay relaciones. Es una de esas cosas en las que nadie quiere que se hable de él, nadie quiere que le tomen el pelo y, por eso, todo el mundo está tan tenso.”
Hart -aún inmóvil, las bolsas de comida sin tocar- se muestra generoso con sus contemporáneos y se asegura de subrayar que Koy es un cómico “fenomenal” en su elemento. Pero hay excepciones. A principios de este mes, el actor y monologuista Katt Williams arremetió contra Hart durante una entrevista en un podcast. Williams, que ya había intercambiado palabras mordaces con Hart en los medios de comunicación, lo acusó de ser un “infiltrado” de la industria: “En 15 años en Hollywood, nadie recuerda un espectáculo de Kevin Hart en el que se hayan agotado las entradas, en el que haya cola para él, en el que haya recibido una ovación de pie en un club de la comedia”.
Hoy, Hart parece restar importancia al ataque, afirmando que “viene con el territorio”. Y añade: “No merece la pena que responda o me comprometa. Está muy por debajo de mí en la posición en la que me encuentro actualmente… Creo que los que no pueden hablar hablan de los que sí pueden”.
Es mucho más cálido cuando habla de Dave Chappelle, el monologuista estadounidense cuyos recientes especiales -polémicos por sus repetidos chistes sobre transexuales- forman parte, junto con las películas de Hart, del catálogo de contenidos originales de Netflix. “Estamos en una época en la que el microscopio apunta significativamente hacia el cómico y lo que dice”, afirma Hart. “Pero tenés la opción de no ver a alguien que no te parece divertido o entretenido. Es algo muy sencillo que la gente olvida. No creo que todo el mundo deba quererme. No creo que todo el mundo deba pensar que soy divertido. Está perfectamente bien”.
¿Alguna vez lo ofende la comedia? “A mí no”, responde Hart, reflexionando un segundo. “Pero eso no significa que otras personas no deban hacerlo. Creo que hay que estar muy presente y ser consciente del daño que pueden causar las palabras. Sólo significa que prestás atención. Pero hay que entender que la comedia tiene un factor de conmoción. A algunos cómicos les gusta la idea de la respuesta chocante que lleva a la risa. A otros no. Yo me lo tomo como lo que es”.
Hart permanece plácido, ni genial ni antipático. Puede que sólo sea la ropa, pero la opulencia parece irradiar de él como un aura. Resulta sorprendente que consiga conectar con la gente en la pantalla o con la multitud de personas normales que asisten a sus actuaciones en directo. “No tenés que estar desconectado por tu nivel de éxito”, afirma. “Me considero con los pies en la tierra e intacto con la realidad. Sólo porque tus finanzas hayan cambiado… un buen corazón es un buen corazón”.
Muchos de los monologuistas más importantes de la industria -los Ricky Gervaises y los Jerry Seinfeld del mundo- han luchado por mantener esta conexión, esta capacidad esencial para la observación relatable, después de saltar al estrellato. Hart -según su propio razonamiento- lo mantiene real. “Todo mi stand up se basa en mis experiencias personales, mis interacciones, mis creencias, mis opiniones, mi familia, mis amigos… Estoy dando a la gente una visión de mi punto de vista, y de una manera con la que te identificás. Y si no te identificás, lo entendés después de verlo.”
“Simplemente creo que es divertido hablar de las historias y aventuras del negrito Kevin Hart”, añade, deslizándose por primera vez hacia algo parecido a un chiste. “Creo que mi vida es histérica. Y hasta la fecha, parece que los demás también lo creen”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.