Una vez más, la comunidad teatral tiene que poner el cuerpo para resistir los embates de un intento de despersonalización. El teatro fue, en épocas de pandemia, una de las actividades más afectadas e hizo desde un primer momento respetando las reglas que imponía el protocolo- todo lo posible por volver. Y el público respondió regresando a las salas. Tal vez porque el teatro sea uno de esos únicos espacios donde nos reunimos para ser partícipes de una historia. El teatro es el lugar donde nos congregamos en torno a esos cuerpos donde se revelará el drama. Un espacio que nos invita a ser testigos partícipes de esa historia.

La proliferación de los encuentros virtuales durante la pandemia dejó como consecuencia la ausencia de cuerpos. Y en algunos casos la creencia de que el cuerpo puede ser reemplazado por un discurso que, la mayor parte de las veces, aparece en las redes de forma fragmentada. Esta fragmentación se da porque las mismas redes imponen pocos caracteres para la comunicación. Relatos breves – fragmentados. Detrás de eso, no hay ingenuidad. No es un problema de las plataformas que no soportan discursos largos. Tampoco que no podamos asimilar lo que nos narran. Los que contamos historias sabemos que es mucho más fácil intervenir, o manipular una frase que un texto largo. En días de pandemia nos preguntábamos si saldríamos mejores. Sin darnos cuenta que el aislamiento, la falta de comunicación y los discursos fragmentados que las redes nos imponen, difícilmente darían por resultado lo bueno. El gobierno de Milei es lo que la pandemia nos dejó: discursos fragmentados, inconexos y el deseo de la ausencia total de cuerpo. Por tal motivo envía al Congreso para su tratamiento un DNU y un proyecto de ley para ser discutido y analizado en tiempo record. Ambición que solo puede ser factible para aquel que vive en un estado de desconexión con la corporalidad. No hay manera de profundizar en el tiempo estipulado un proyecto Frankenstein: armado en fragmentos, juntado en partes. Y esto ocurre porque no quiere verse lo político como lo que es: cuerpo – narrativa e historia.

El paro de la CGT fue para el gobierno un bruto golpe de realidad. Ellos no quieren gente en las calles, no quieren cuerpos deseantes y voluntades unidas. El primer día de sesión parlamentaria, mientras diputados reclamaban que se les entregara por escrito el cuerpo de la ley para saber que se discutía, afuera, en las calles, la gente se iba congregando para saber qué se estaba cocinando allí dentro; afuera reclamaban por lo único que desean: un mejor papel en el devenir de estos tiempos. La respuesta fue una vez más intentar sacar a la gente que se congregaba. 

La gente de teatro sabemos que podemos trabajar mucho pero, no hay historia, no hay destino posible sin cuerpos que la encarnen. Es una falacia buscar reprimir como respuesta de buena gobernabilidad. La salud de una sociedad tiene su expresión en las fiestas dionisíacas, desde los griegos hasta hoy. En estos días la gente de la comunidad teatral se pregunta por qué este ataque hacia nuestras instituciones. En el caso de las sociedades de gestión nada tiene que ver el gobierno con ellas, es como entrar a una casa de golpe y querer apropiarse de ella. Para aquellos que viven en el aislamiento la presencia de otros actores se vuelve un peligro. Tal vez porque el gobierno de Milei esté lejos hoy de ser lo que el teatro desde sus orígenes hasta la actualidad es: el teatro es empatía y deseo colectivo. Somos más comunidad cada vez que somos capaces de congregarnos en torno a una historia, ejercitando la escucha y la compasión.

* Dramaturga.



Fuente Pagina12