Valeria viene a casarse – 7 puntos

(Valeria Mithatenet / Israel – Ucrania, 2022)

Dirección y guion: Michal Vinik

Duración: 76 minutos

Intérpretes: Lena Fraifeld, Dasha Tvoronovich, Yaakov Zada Daniel y Avraham Shalom Levi.

Estreno en salas.

Valeria siente una mezcla de excitación y ansiedad al pisar el aeropuerto de Tel Aviv, como si se tratara del comienzo de sus anheladas vacaciones. Pero el motivo real que la llevó a hasta allí está muy lejos de un descanso: fue a Israel para concretar un matrimonio arreglado con un hombre al que apenas conoció a través de un par de video llamadas cuando ella todavía estaba en su Ucrania natal. Ese país, se sabe, fue invadido por las fuerzas rusas en febrero de 2022, puntapié para una guerra a la que el invierno europeo puso en pausa, pero cuyo desenlace está lejos de vislumbrarse.

La realizadora y guionista israelí Michal Vinik toma la sabia decisión de dejar fuera de campo –un fuera de campo visual, pero sobre todo discursivo– todo ese contexto geopolítico y social, para concentrarse en el momento en que la jovencita toma consciencia de las implicancias de su decisión, de cómo aceptar el compromiso con ese ilustre desconocido puede tener consecuencias que hasta ese entonces no había imaginado. La película es, parafraseando el nombre del libro del Javier Cercas, la anatomía de un instante. De ese instante.

Estrenada en la sección Orizzonti del Festival de Venecia de 2022, Valeria viene a casarse es engañosamente simple: un puñado de actores, una acción narrativa concentrada en menos de un día y casi en su integridad en un departamento y apenas 75 minutos de duración. Una pieza de cámara, que no es lo mismo que “teatro filmado”, algo con lo que suelen coquetear las películas de este tipo. Imposible que en el teatro filmado los espacios adquieran el carácter carcelario que tienen aquí. Imposible, también, aplicar un registro actoral minimalista, de gestos pequeños y miradas esquivas.

Lo interesante es cómo la película construye un mundo con esos elementos mínimos. Tan mínimo es todo, que Valeria (Dasha Tvoronovich) asume de manera casi imperceptible la trascendencia de una decisión apoyada principalmente por su hermana Christina (Lena Fraifeld), que ha hecho lo mismo que ella unos años atrás. “La vida no es como en las películas”, responde a la pregunta de Valeria de si ama a su marido Michael (Yaakov Zada-Daniel), un hombre israelí con el que casó a través de la misma modalidad y con el mismo objetivo: conseguir la ciudadanía israelí.

Claro que para eso deben pasar varios años durante los que su rol queda limitado al de seguir los deseos y voluntades de su marido. Él lo sabe, y saca provecho mediante extorsiones que Vinik no necesita resaltar para que sean visibles. Ver sino lo poco que se esfuerza para que Valeria se sienta a gusto apenas llega al departamento. Aunque quizás ni siquiera tenga ganas de hacerlo y todo sea una cuestión de negocios. El dinero, y no la voluntad humanitaria, es el motor de Michael.

El pretendiente es un divino, un gordito medio tímido que se tomó el trabajo de aprender un par de proverbios rusos y de comprarle un celular para que puedan comunicarse en hebreo, un idioma que Valeria desconoce. Era muy tentador convertir a ese muchacho en una criatura despreciable y darle al espectador la tranquilidad de que la chica tiene motivos muy concretos para que sus dudas comiencen a cocinarse a fuego lento. Pero no es nada personal contra él, lo que vuelve el asunto aún más incómodo. Entre incomodidades y opresiones: así también podría haberse llamado Valeria viene a casarse



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