Cuenta la historia que Julius Popper nació en 1857 en Bucarest y que a sus 17 años se radicó en París para estudiar la carrera de Ingeniería en Minas. Cuenta, también, que ese oficio lo llevó a viajar por África y el Lejano Oriente, para luego cruzar el Atlántico y recalar en Estados Unidos y México. Su camino continuó hacia a la Argentina gobernada por Julio Argentino Roca para, valiéndose de sus pergaminos de explorador, científico y próspero empresario minero, obtener la concesión de la explotación aurífera en Santa Cruz. La última década del siglo XIX lo encontró rumbo a la isla de Tierra del Fuego, donde hizo lo que solían hacer este tipo de personajes: ampliar el terreno de la “civilización” a costa de masacrar a las poblaciones locales; en este caso, los onas. Con la idea de documentar su gesta es que se fotografió al lado de cadáveres o de quienes pronto lo serían, un material que más de cien años después llegaría a los ojos del realizador chileno Felipe Gálvez, quien usó una de esas imágenes como disparador de Los colonos.
“Era una foto posada que acompañaba una noticia de un diario sobre el tema y en la que se veía a Popper matando a un indígena”, recuerda ante Página/12 el santiaguino, cuyo debut en la realización de largometrajes luego de quince años de trabajo como montajista se estrenó mundialmente en la sección Un certain regard de la última edición del Festival de Cannes y este jueves llegará a la cartelera argentina, paso previo a su desembarco en la plataforma Mubi. “Me sentí atraído por esa imagen, empecé a investigar y me enamoré de la idea de hacer una película sobre esa matanza. Quería usar esa imagen como punto de partida para pensar qué puedo contar hacia atrás y qué hacia adelante, además de cómo fue posible que se borrara esa matanza y de cuáles fueron las ideas que había detrás de dejar que esas fotos vayan desvaneciéndose”, agrega.
Fue así que ideó, junto Antonia Girardi como guionista y Mariano Llinás como colaborador, este relato que bebe de las aguas del western –de los clásicos, pero también de los más contemporáneos y revisionistas– para abordar la historia de Segundo, un mestizo a cargo de acompañar a un teniente inglés y a un mercenario estadounidense en la misión de abrir una ruta hasta el océano para las ovejas de un poderoso terrateniente local. Si bien su oficio original era el de guía, el patagónico terminará siendo testigo –o “cómplice pasivo”, como dirá Gálvez– de la brutalidad descorazonada de los extranjeros hacia los pobladores nativos, una comunidad aún marginada en Chile.
“Nuestro país tiene una memoria bastante más frágil que la Argentina”, compara, y desarrolla: “Aquí no existe la Campaña del Desierto. Ustedes tienen una historia oficial con la conquista española, la Independencia y, después, el proceso de colonización. Acá, en cambio, la historia oficial tiene solo la conquista y la Independencia. Lo que vendría ser nuestro proceso de colonización se llama ‘Pacificación de la Araucanía’, un nombre que suena casi a un censo. La idea de la película también viene de ahí, de cuestionar y, entendiendo a Chile como un país polarizado, pararse a principios de siglo, en otro tipo de conversación y de violencia, para ver qué sucede”.
–Los colonos está narrada desde el punto de vista de Segundo. ¿Por qué contar la historia a través de él?
-Sentía que era el personaje más próximo a Chile. Segundo es mestizo, igual que el 95 de la población actual, y tiene una mirada como de testigo, de cómplice pasivo. Por eso también lo acompañamos en su primer viaje, no es que lo encontrarnos en el quinto año haciendo eso. Segundo sabe lo mismo que los espectadores y va descubriendo lo mismo que ellos. Incluso creo que hay un momento donde es difícil viajar con Segundo, porque va metiéndose cada vez más y ensuciándose las manos.
-No es el único que se “ensucia las manos”…
-No. Lo que hace la película es viajar con tres tipos de héroe distintos. Me gusta decir que son un americano, un británico y un mestizo, lo que parece el comienzo de un chiste. Está el cowboy, que es el héroe del cine norteamericano, un soldado inglés, el héroe de las novelas de aventura del siglo XIX, y el mestizo, el héroe del nuevo cine latinoamericano. De hecho, a Segundo lo filmamos cámara en mano porque pertenece a otro lenguaje cinematográfico. No tiene el mismo gen que los otros dos.
-La idea de frontera y conquista remite invariablemente al western, aunque Los colonos está más cerca de los westerns revisionistas más contemporáneos que de los clásicos. ¿Cuáles fueron las referencias?
-Hay un uso de todos los westerns, desde los más clásicos de John Ford, y también de algunas cosas del cine de aventuras, como Lawrence de Arabia. El hombre caminando como hormiga en medio de un paisaje enorme es una idea de los westerns clásicos. Después sí, hay cosas que podrían ser de los spaghetti western, como cuando ven el humo y se usa el zoom, y otras que dialogan con Zama o Jauja, como toda la parte del encuentro con los argentinos. Pero también hay cosas del Nuevo Cine Latinoamericano, de Glauber Rocha, en el uso de la gráfica y en la ejecución de las matanzas. A veces digo que Los colonos está hecha con escenas borradas de otras películas o de escenas que no se pudieron filmar porque eran muy fuertes para la época. Y es una película que no tiene miedo a citar, está todo el tiempo citando a otros cines, a libros, a músicos…
-Mariano Llinás tiene una breve aparición como Perito Moreno y figura como colaborador en el guion en los créditos. ¿Cuál fue su rol a lo largo del proceso creativo?
-Yo estudié cine en la Argentina, así que estoy muy influenciado por el cine argentino. Mariano es un amigo, un maestro de la narración con el que aprendí muchísimo. He sido montajista durante quince años y sé lo difícil que es llegar a una película de noventa minutos, pero él hizo una de catorce horas como La flor. Mariano siempre ha sido muy generoso conmigo y me acompañó leyendo el guion y aportando ideas. Uno tiene que aprender de alguien a hacer cine, y yo aprendí mucho de él. Rescato también su humor. Cuando estudiaba en la Argentina siempre me preguntaban por qué los chilenos éramos tan solemnes. Acá traté de rescatar esa idea del humor. Me parecía muy lindo que estuviera dentro de la ficción con un personaje.