En Cuadernos de la guerra y otros textos, una serie de textos íntimos de Marguerite Duras que acaba de publicar el sello Tusquets, la escritora evoca a su madre, a la que retrata como una mujer “que no solía soportarme, aunque me quería con un amor profundo” y recrea la tensa incertidumbre que la separó de su marido, Roberto Antelme, cuando fue apresado por los nazis y recluido en un campo de concentración en junio de 1944.

“Mamá me pegaba con frecuencia y era generalmente porque ‘se le aflojaban los nervios’”, relata con crudeza la autora de “Moderato Cantabile” en esta colección de escritos que legó en 1995 antes de morir al Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine. Entre otros temas, la escritora rememora ese vínculo complejo y atormentado con su madre, una relación que atravesó no solo su vida sino también su literatura.

Duras la describe como una mujer que no logró sobrellevar su viudez, así como tampoco la ruina económica y la enfermedad. “No solía soportarme, aunque me quería con un amor profundo”, dice a propósito de esa madre que la empujó a relaciones promiscuas o fallidas, como la que mantuvo a los 15 con Léo, un hombre extremadamente rico: “Mi madre nos había inculcado un sentimiento casi sagrado del dinero. Sin él, uno era desgraciado”, evoca.

“Siempre que lo veía me las arreglaba para hacerle hablar de su fortuna. Tenía más o menos cincuenta millones en inmuebles diseminados por toda Conchinchina, era hijo único y disponía de una considerable cantidad de dinero”, relata en el nuevo volumen, que será publicado en España el miércoles y llegará luego a la Argentina.

De esa primera relación amorosa surgió la novela que dio fama mundial a Duras y le reportó el Premio Goncourt, El amante (1984). Ahora, la ficción se desvincula de la realidad con la aparición de estos Cuadernos de la guerra y otros textos que la narradora escribió entre 1943 y 1949 entre los que destacan los escritos autobiográficos sobre la infancia y juventud en Indochina, el paso por la resistencia durante la ocupación nazi de Francia o los esbozos de otras novelas como El dolor (1985) o Un dique contra el pacífico (1950).

Duras nació en Saigón (actual Ho Chi Minh, Vietnam) y pasó gran parte de su niñez y adolescencia en Indochina con su madre. A los 18 emigró a Francia, donde estudió Derecho, matemáticas y ciencias políticas. Pocas mujeres escritoras lograron convertirse en un icono popular como lo hizo ella, conocida por su estilo experimental y su enfoque en temas como el amor, la soledad y la desesperación. Escribió cincuenta y seis libros, doce guiones cinematográficos, hizo diecinueve películas y, además, dejó una producción televisiva poco investigada. 

La familia de Duras no sale demasiado bien parada en estos textos autobiográficos, en los que la autora tampoco tiene piedad consigo misma: “Además de carecer de encanto y de ir vestida de una manera cuya ridiculez es difícil de expresar, no me distinguía por mi belleza. Era baja, bastante mal hecha y flaca; estaba acribillada de pecas, agobiada por dos trenzas pelirrojas que me llegaban hasta medio muslo y quemada por el sol. (…) Tenía una mirada que mi madre calificaba de ‘venenosa’”, cuenta.

Duras dejó Indochina en 1931 y se instaló en Francia. En 1939, se casó con Robert Antelme. Ambos se integraron en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Los nazis apresaron a su marido, que fue recluido en un campo de concentración en junio de 1944. Cuando los campos fueron liberados, la narradora estaba en París y ya había conocido a Dionys Mascolo, que se convertiría en su amante.

El libro que se publica ahora en español contiene un texto sobre esos días de incertidumbre donde la autora registra su ansiedad, sus desvelos, la dolorosa espera del hombre amado. “Sol rojo sobre París. Terminan seis años de guerra. Gran asunto, gran historia, se hablará de ello durante veinte años. La Alemania nazi ha sido aplastada. Aplastados los verdugos. Él también, en la cuneta. Estoy rota. Tengo algo roto. Seca como arena seca”, narra.

“No es una espera corriente”, escribía Duras en las páginas íntimas de sus cuadernos privados. La autora sentía que ella también iba a morir con ese esposo al que imaginaba sin vida en una cuneta: “Cierro los ojos. Si él volviera nos iríamos al mar. Es lo que más me gustaría. Creo que de todos modos voy a morir. Si vuelve también moriré. Si tocaran el timbre: ‘¿Quién es?’ ‘Soy yo, Robert’. Lo único que podría hacer sería abrir y después morirme”.

Esa espera nada corriente y las reflexiones que Duras anotó esos días en su cuaderno fueron la génesis de otra de las novelas más destacadas de la escritora, El dolor , que se publicó en 1985. Un libro descarnado con final feliz, porque su marido regresó finalmente del infierno nazi.



Fuente Pagina12