Una nota del crítico Leonardo D’espósito en La Nación, retuiteada por Mauricio Macri la semana pasad, entró de lleno en el debate por el INCAA. A través de una serie de datos, según el autor “duros” pero en general falsos, malinterpretados o forzados, sostiene que el tema central del cine argentino son los números. Por un lado, los relacionados con los gastos del INCAA, y por otro los que devienen del escaso público que asiste a salas a ver cine argentino. La nota insiste mucho en que “los datos duros hablan por sí solos”. Pero revisando encontramos que no, que no hablan por sí solos, que necesitan de una interpretación, y la que hace el crítico es profundamente torpe y engañosa.
Varias cosas dejaremos de lado por cuestión de espacio pero, por ejemplo, el crítico toma tres años de balances del INCAA -dos deficitarios y uno no- para interpretar que es una empresa que da pérdidas al Estado. Hay varios errores en esto (al margen de la paupérrima seriedad de apoyarse en datos de tres años). En primer lugar, dar por sentado que el deber de un ente de fomento de una actividad importantísima para el país, en términos de imagen internacional, soberanía cultural, etcétera, sea la de dar ganancias. Esa es una definición política, ideológica, no una verdad dada.
Ese postulado ignora varios datos. Entre otros, que su inversión hace fluir la economía; da trabajo a cientos de miles de personas, y por eso estimula el consumo interno y los impuestos que de ahí devienen. Que genera ingresos de divisas a la Argentina: por ejemplo (y es solo uno, hay varias formas más en que lo logra) cuando el INCAA pone 20, 30 o 40.000 dólares en la coproducción minoritaria de una película pequeña o mediana, los coproductores mayoritarios ingresan al país un mínimo de 600.000 dólares que no es contabilizado en la venta de entradas INCAA, pero deja dividendos al Tesoro Nacional, paga sus impuestos y contrata mano de obra. En películas grandes, esa suma al menos se triplica, los extranjeros quedan encantadísimos con los talentos locales, y vuelven y siguen invirtiendo. Esto colabora en la visibilización virtuosa de la Argentina en el mundo.
El crítico sostiene que el cine producido con apoyo del INCAA en su gran mayoría no recupera su inversión a través de la venta de entradas en salas cinematográficas, con aquellos datos duros que según él hablan por sí mismos: la lista de películas estrenadas, la cantidad de espectadores y la recaudación, según información publicada en la página del INCAA. Pero, nuevamente, mete en una misma bolsa -con evidente resistencia a la interpretación del texto y los datos- películas producidas por el INCAA, películas producidas completamente por fuera del INCAA, películas en que la Argentina fue coproductor minoritario, otras en que fue mayoritario, películas de primera y segunda vía, segunda vía documental, quinta vía… En fin, que si no los ayudas un poco, los datos duros pueden hacerte decir cualquier cosa.
Según él, sería ese el éxito de una película: vender entradas en salas de cine. Hay que tener presente (el crítico prefiere no hacerlo) que hoy las cinematografías emergentes trabajan con la idea de la proyección internacional en festivales, venta de derechos a distribuidoras y exhibidoras especializadas, y la proyección en el tiempo a través de las plataformas y exhibiciones alternativas (que incluyen desde universidades hasta aviones y hoteles, pasando por bares, salas de homenaje, entre otras).
Y remata con la que sostiene como tesis central: “Todo puede resumirse en el hecho de que la mayoría de quienes hacen películas no piensan en el público que sostiene la actividad”. Sí, eso concluye el crítico. El problema es que los que hacemos películas no queremos tener público. Así de sencillo. No hay esquemas complejos y a veces perversos a nuestro alrededor, no hay intereses nacionales y extranjeros para que no haya industria y sino solo venta de materia prima y mano de obra barata, no hay interés en que las grandes concentradoras excluyan a las pequeñas y medianas industrias o las absorban. No hay una formación en el público desde su nacimiento con un bombardeo permanente de cultura foránea. No importan los intereses de la MPAA (Motion Pictures Associated, conglomerado de las más poderosas productoras de Hollywood) haciendo lobby en todo el mundo para evitar, por ejemplo, la cuota de pantalla (que el crítico dice que no sirvió nunca, pero qué se yo, en Francia, España, Corea del Sur, entre otros, la mantienen porque les gusta perder plata).
En su causalidad escueta e interesada la culpa es de los directores, y de un Instituto que tiene además el tupé de intentar mantener una escuela nacional con sedes en toda la Argentina, una cinemateca, festivales internacionales, mercado internacional, etcétera, todas funciones que, según él son, por lo menos, cuestionables.
Hay gente que dice “el dinero del pueblo se usa para hacer películas que no ve nadie”. La nota de D’espósito apoya ese criterio, así como el retuiteo (y las políticas) de Macri. El dinero del INCAA sale básicamente del rédito de los productos audiovisuales foráneos. Las producciones extranjeras permiten la extracción de plata de la Argentina, y una buena y simple lógica indica que deje un poquito de su rédito para que exista cine argentino. Es un proteccionismo mínimo y sumamente sensato.
Ver cómo mejorarlo (cosa extremadamente necesaria; de hecho, hay proyectos de ley muy elaborados con activa participación federal ya presentados en el Congreso) es muy distinto a la permanente descalificación a la que someten al INCAA y a los pequeños y medianos cineastas aquellos que aborrecen de la existencia del Estado, de la soberanía cultural, a veces por convicción ideológica, otras sencillamente por “descerebrados”. Las acusaciones de que en la Argentina solo filman los de izquierda o peronistas son falsas, la estructura del INCAA lo impide. Esos son los ataques más habituales de la gente que no conoce el asunto, o de los liberales que niegan el lobby de los poderosos para enterrar las industrias nacionales (no solo culturales) de los países emergentes, y consideran que lo que no financia y bendice el mercado no merece existir, y que el mercado define sin intereses ni presiones, solo por mérito del producto. Es sorprendente, pero algunos lo creen de verdad.
* Director de cine.