El clásico de los clásicos: deudores vs acreedores
Todos le debemos algo a alguien. Incluso si no lo reconocemos, a alguien le debemos algo.
Pueden ser cosas materiales, inmateriales o algo que no me acuerdo ahora a quién se lo debía. (De cualquier manera, no te preocupes: si la deuda que no recordás era con el fisco, el banco o tu ex, ya te lo harán recordar a la brevedad).
Incluso esa gente que dice “yo no le debo nada a nadie”, miente. Si tiene tarjeta de crédito, ya está debiendo algo, por más mínimo que sea. Si alguien, que podría ser su familia, pagó sus estudios y lo alimentó hasta la adultez, también está en deuda. Y si alguien le preguntó algo que no sabía y contestó “esa te la debo”, obviamente está en deuda.
Ahora bien: ¿Por qué cuando alguien te pide guita, así sea el presidente de la banca mundial, te queda la sensación de que va a ser difícil recuperarla?
Y por el contrario, ¿Por qué cuando vos pedís unos mangos prestados, te queda la sensación de que si no lo devolvés te va a pasar algo muy malo?
Otro aspecto de la deuda, es el momento del mangazo, el momento en que te volvés acreedor de alguien de dudosa reputación crediticia. Todo comienza cuando el susodicho te espeta un: “negrito, sabes que tenia que pedirte un favor…”. Nunca te dijo “negrito”, vos sos más rubio que la cerveza alemana y la mano arriba del hombro es casi casi como que te meta la mano en el bolsillo.
Lógicamente, uno también utiliza estrategias para que alguien te preste, como esperar a esa persona en la esquina, escondido detrás de un puesto de diarios o disfrazado de mantero, y cuando lo ves venir, te topás con él como si todo sucediese espontáneamente y le decís: “¡Qué suerte que te encuentro! Justo estaba pensando en vos…” Eso si: tratá de que no hayan pasado diez años desde la última vez que lo viste, porque no se va a creer eso de que estabas pensando en él, aunque sea totalmente cierto: estabas pensando en mangarlo.
Y aquí aparecen otros dilemas de la deuda: ¿Por qué para uno es más fácil dar que pedir, cuando para el otro es más fácil pedir que dar? ¿Y por qué te queda también la sensación de que el que te mangueó a vos no tiene esos dilemas morales?
A uno le queda la sensación de que el que manguea es un inescrupuloso, capaz de cualquier mentira y muestra de afecto con tal de conseguir su objetivo: sacarte guita. Pasa igual con los países y el FMI… el problema es que al FMI no le alcanza con una flor, un bon o bon o una carta de intención. El FMI siempre te va a pedir una prueba de amor.
En el otro extremo de la deuda, está el acreedor, que para evitar serlo, debe vivir sin hacer ostentación de que posee algo que puede ser mangado. Esto incluye no andar posteando en Instagram videos de cómo sacaste la plata del cajero, fotos en Facebook de tu auto nuevo, o la típica de los piecitos con el fondo del mar. Al contrario: si tiene un auto nuevo, abóyelo un poco, o téngalo bien sucio, si saca fotos del cajero automático espere que diga “tarjeta rechazada” y si va a la playa, saque fotos de un baldío y una carpa, no del mar.
Tampoco, y esto es muy importante dada la moda, es muy útil andar posteando videos o fotos de asados pantagruélicos o de platos exóticos como sushi, kiwis o pucheros con caracú. No lo haga si no quiere que lo mangueen.
En el caso de que usted se vea obligado a mangar, tenga en cuenta que el acreedor, o sea, el mangado, va a esperar algún tipo de garantía de devolución tipo “la semana que viene cobro”, “estoy esperando que me paguen” o “te lo juro por mi vieja”.
Tampoco se extralimite con la oferta de garantía y bajo ningún concepto diga “¿cuándo te fallé yo?” porque eso lo delata como lo que es: un manguero y un falluto.
Son un problema moral y ético las deudas. Porque… ¿a qué clase de negocio hay que ir para empeñar la palabra?
¿Por qué las deudas de juego son sagradas, mientras que un libro prestado no lo recuperás ni con la ayuda divina?
Y por último, el gran dilema: Si todas las naciones del mundo están en deuda, ¿adónde fue a parar toda esa guita?