Rara. Una palabra a tono con la personalidad de Juana Molina. La única del título de su primer disco, tesoro actualmente inhallable en plataformas y en formato físico. Editado en 1996 y posteriormente descatalogado, condensa más de un sentido en su carrera: fue la materialización del abandono del éxito televisivo para dedicarse a lo que realmente le importaba, y a su lanzamiento le siguió una mudanza a Estados Unidos, donde las canciones sonaban en la radio y brindó presentaciones en vivo. El año pasado, la cantante volvió a grabarlo: está en etapa de mezcla, saldrá en junio y será uno de los ejes del show de este sábado a las 19 en Parador Konex (Sarmiento 3131).
“Es un disco completamente diferente a los demás porque son canciones muy prolijas. En ese momento no me animaba a hacer otra cosa”, recuerda la intérprete y compositora mientras almuerza, recién pasadas las 16, una sopa fría de hinojos y zapallo, en medio de una seguidilla de notas periodísticas en un restaurante palermitano. Va a alternar reflexiones profundas con chistes sobre la forma del pan -“mirá, corté la provincia de Buenos Aires”- o sobre cómo el reflejo del sol le da en la cara, haciendo gestos como si estuviera posando para fotos. No aparenta sus 61 años. En un momento de la entrevista dirá: “Soy medio nena para todo”.
La historia es conocida. Cuando brillaba en Juana y sus hermanas, se alejó de la TV a causa de un embarazo y tomó conciencia de que había dejado su pasión. Sus comienzos en la música no le fueron sencillos en este país: ni el público ni la prensa aceptaban el traspaso. Este sentido también está contenido en Rara. Producido por Gustavo Santaolalla, “fue cajoneado en su momento por una pelea interna entre las filiales de MCA”, cuenta la tecladista y guitarrista. “Pasé de la promesa -por parte del presidente del sello- de ser la bandera de MCA en América latina a no tener distribución en ningún país latinoamericano. Hubo un video que tuvo rotación en MTV, pero si a alguien se le ocurría comprar un disco luego de haberlo visto, no podía encontrarlo”, precisa. Logró recuperar -junto a Federico Mayol, manager y entonces su marido- las copias no distribuidas, y las fue “vendiendo y distribuyendo de manera independiente”.
Hace poco recuperó los derechos, aunque “no el fonograma”. Por eso decidió volver a grabarlo, con dos de los músicos con los que lo hizo en los ’90 –Mariano Domínguez en bajo y Javier Mattanó en guitarra-, quienes la acompañarán el sábado. La nueva edición -en vinilo, CD y plataformas- está a cargo de su sello Sonamos, fundado junto al productor Mario González. En Konex la acompañará también el baterista y percusionista Diego López de Arcaute, con quien, en formato dúo, Molina ofrecerá temas de WED 21 y Halo, sus últimos discos de estudio (de 2013 y 2017 respectivamente).
Virtuosismo e imperfecciones
-¿Qué expectativas tenés para el show? ¿Qué te produce el reencuentro con los músicos de Rara?
-Estoy muy bien. Me llevo muy bien con ellos. Nos reencontramos después de grabar el disco (en los ’90). Tocamos un poco, dejamos de vernos… Me reencontré hará 13, 14 años, cuando empecé a ir a cantar a La Grande y ellos eran músicos fijos de ahí. Me gustó ese reencuentro. Tenemos una relación muy familiar, fácil, nos conocemos hace mil años. Me gustó volver a hacer las cosas con ellos.
-Además disfrutás mucho de tocar en vivo, aunque no siempre fue así.
-Me gusta desde hace un tiempo. Antes sufría un poco más. Ahora en general lo paso muy bien. No importa que no sea perfecto, no pasa nada. Justamente, vas a ver a alguien y después lo que recordás es el momento imperfecto, pero con cariño. Es según como lleves ese momento de imperfección. Yo lo llevaba muy mal en una época. Eso de a poco fue cambiando. Ahora hace mucho que estoy cómoda tocando en vivo.
-¿Qué relación hay entre el virtuosismo y la autenticidad?
–El virtuosismo me parece un plus pero nunca un núcleo. Está lleno de músicos virtuosos que no te mueven un pelo. Me hubiera encantado ser una música virtuosa, pero para tener una herramienta que me permita tocar cualquier cosa que se me ocurra. Lo que aprendí a hacer es a moverme dentro de mis limitaciones.
-¿No te considerás virtuosa?
-No. No tengo una destreza, no es que agarro la guitarra y la descoso, o agarro un piano y lo deshago. Me gusta mucho tocar instrumentos que no conozco. Algo voy a hacer. Quizás el virtuosismo radique ahí: cualquier cosa me sirve. Después, como hay que tocar en vivo, tengo que reducir la cantidad de cosas porque no se puede llevar una guitarra para hacer una nota, pero para grabar sí. Los músicos que más me gustan en general son muy imperfectos. Ni siquiera cantan bien.
-¿Por ejemplo?
-Eduardo Mateo, Syd Barrett. Mateo al lado de Barrett es, no sé, Caruso. Pero lo que llega de ese desastre que hacen es la intención de lo que quisieron hacer y eso es lo que conmueve. Yo antes desafinaba una nota y ponía una cara para que todos supieran que sabía que había desafinado. Ahora no me importa.
-Incluso del error puede surgir algo valioso. Como decía Miles Davis, no existe el error.
-No hay error. De hecho, una de las líneas de bajo más lindas que escribí fue una equivocación. Me mandé con tutti a la nota de al lado y es el alma de la línea de bajo de “Sólo su voz”. Cuando toqué dije “bueno, después lo arreglo”, y lo dejé sonar mucho tiempo sin arreglar. Y después dije “quiero que llegue esa nota”. Quedó increíble.
-De vos, una de las cosas que llega es tu acercamiento lúdico a la música. En vivo parecés una nena jugando con todos tus aparatos e instrumentos…
-Bueno, soy medio nena para todo. Ese es un problema, también (risas).
-¿Para qué más?
-Para todo. Organización de cosas, nada, es como que no aprendí mucho. Me liberé tanto que disfruto mucho más la improvisación que tocar los temas. Lo que pasa es que no siempre sale bien y en general a uno le gustan las cosas que conoce. Vas a un recital y esperás que por lo menos haya tres canciones que conocés. Es muy exigente un show todo improvisado. Para mí es joda porque lo estoy haciendo y la paso bien, pero no sé cuánto se puede aguantar. Decidí hacer una mezcla: empezar con una base de un tema que sepamos todos y después irme a la mierda con ese mismo tema. Algunas veces me gustan los arreglos nuevos y los incorporo. En general los discos son resultados de improvisaciones que se fraguan ahí y quedan congeladitas en esa interpretación de ese día.
Volver a Rara
-¿Qué te motivó a volver a grabar Rara?
-Hace cuatro meses, un poquito más, recuperé los derechos, pero el fonograma no es mío. Para cualquier cosa que quiera hacer con el disco no puedo usar el fonograma original. Para no perderlo, porque a los pocos que les llegó les gustó mucho, no sé cuántos serán, 50 gatos locos… De ahí surgió “che, reeditemos Rara“, así me saco el tema de la cabeza. Es un disco completamente diferente a los demás, porque son como canciones muy prolijas. En esa época no me animaba a hacer otra cosa. Entonces convertí todas las cosas que tenía grabadas en canción, les di esa forma a propósito, no es algo que me surgió.
-¿Cómo era originalmente?
-Era una sola cosa, que se desarrollaba no tanto como después; es algo que aprendí a desarrollar con más peso en Segundo (su segundo disco). Eran horas y horas tocando la misma parte, y me pasaba que cuando se lo mostraba a otra persona tenía miedo de que no le gustara. Entonces decía “acá le voy a poner otra parte”, “este acorde podría ser otro”. Era distinto, no tan formal, tan estructurado como resultó. Yo misma me decía “esto tiene que ser así o asá”. No era lo que me salía pero creía que tenía que ser de un modo; convertí las canciones en el modo que me parecía que podían gustarles a los demás. Cuando empecé a grabar Segundo ya todo eso se me fue pasando.
-Es que cuando salió Rara estabas atravesada por un montón de cosas: dejar atrás la televisión, lo que el público esperaba de vos…
-Si hubiera salido con Segundo después del programa no sé qué hubiera pasado. Me fui a vivir a Estados Unidos porque había un programa de radio (Morning Becomes Eclectic) que pasaba mis temas. Y justamente los temas que pasaba eran los que no tenían batería, todas esas cosas que obligaban al disco a que sonara fuerte, grande… Conceptos a los que yo había dicho “sí, bueno” porque no tenía claro lo que quería hacer. O lo tenía claro pero me parecía que no tenía razón: había dejado que las cosas las determinara otra persona. Cuando mirás el pasado decís “mirá qué boluda, podría haber hecho esto”, pero en ese momento yo no era la que está analizando el pasado.
–Rara fue una victoria en el sentido de que materializa el deseo de ser música.
-Exacto. Además esas canciones las escribí antes de trabajar en televisión. Son todas de los ’80. Eran las que empecé a escribir en la época en que estudiaba muchísmo la guitarra. Cuando me empecé a entusiasmar… tenía que vivir. Pagar el alquiler, no sé qué. No tenía una manera de sobrevivir y a la vez tocar todas esas horas. Tocaba seis, siete horas por día. Estaba obsesiva. Después grababa cositas. Todo eso no lo iba a poder hacer con un trabajo de ocho horas, entonces me obsesioné con encontrar uno que pudiera hacer y me pagaran más: la tele. Me quedé mucho tiempo mirando televisión para ver en qué programa podía hacer lo que sabía hacer. Cuando vi La noticia rebelde, me pareció que podía funcionar y fui. No fue inmediato, no vieron el cassette enseguida, no me daban bola, me hicieron ir mil veces. Hasta que me enojé, me lo llevé, no importa. Finalmente, cuando lo vieron, la dicha fue infinita, porque dijeron “solamente grabamos los lunes y después se pasa de lunes a viernes”. Resulta que las leyes de actores establecen que te pagan cuando sale al aire, no cuando grabás. ¡Grababa los lunes y me pagaban como si trabajara lunes, martes, miércoles y viernes! Inmediatamente me llamó Gasalla y los días eran más. Se me fue escurriendo… Mi idea de trabajar de una cosa para poder dedicarme se me fue desdibujando. Quedé enganchada en mi propia trampa.
-En la maquinaria televisiva.
-Claro, después terminé teniendo mi programa y ahí directamente no hice más música. Entonces cuando empecé de vuelta recurrí a mis viejas grabaciones. Y de ahí saque todos los temas para hacer el disco. Por eso tienen esa cosa que me gusta. Esperaron miles de años para hacerse. Y las letras son un poco adolescentes.
-Hay un “él” muy presente. Cierto histeriqueo…
-Siempre hay un “él”. Un “él” que me hace mal o no lo quiero más o me dejó o tal cosa. Estaba muy adolescente, porque no escribí estas canciones en el ’95 sino en el ’85. Tenía, no sé, 20. Estaba todo muy… “¿me llamó?” Llegaba, miraba el contestador y había un cero. Era una época en que no había celulares o mails, no salía de casa para ver si me llamaba (risas).
-¿Y cuál es la impronta de la nueva grabación?
-Al principio dijimos “hacemos el disco exactamente igual a como fue”. Y ahora que no está terminado estoy empezando a dudar, así que se verá. Por un lado me gusta la idea de volver a sacarlo con los arreglos que tenía. Me parece que la gracia es esa. Por otro lado digo, “pero pará, no soy la misma”. Entonces me crea una duda personal. En la mezcla me voy a dar cuenta de qué hacer. Pasa que hicimos un parate y empezó la elucubración. En las fotos de Rara hay una mía tocando la guitarra, tirada en una cama; la hicimos de nuevo 20 años después, exactamente igual, la misma posición. Sería un poco eso. Recrear exactamente lo mismo. Diferencias va a haber: no canto igual, soy otra persona muy diferente, a pesar de que soy la misma. Sea una cosa o la otra, estoy contenta de hacerlo y de haber recuperado el disco.
-¿Qué cambió y qué persiste en vos desde Rara a la actualidad?
-Después de Rara tuve acceso a otros instrumentos, como sintetizadores, que abrieron una puerta de un jardín enorme que expandió mucho mi universo musical.
Discos como plantas
-Tu último disco de estudio es de 2017. ¿Está en camino el octavo?
-Estoy grabándolo desde hace un tiempo, aunque con algunas interrupciones. Me gustaría poder terminarlo este año. Cuando grabo me gusta solamente hacer eso. Es la única manera de poder entrar en una. Un clima, una sensación. No puedo ir, tocar cinco minutos y “uy ahora tengo que hacer no sé qué cosa” porque no llego a compenetrarme. Como no tuve ese momento se fue dilatando todo.
-¿Estás componiendo?
-La idea es ahora en febrero, o fin de enero, tratar de hacer oídos sordos a todo lo demás que aparezca… A todo no puedo, pero bueno, tratar de meterme más de lleno. Porque si hago cosas y las dejo, lo más probable es que las deje para siempre. Siento que es como cuando ponés una semillita y nace una plantita; dejás de regarla y tenés que poner otra, no podés resucitar esa. Podés poner otra parecida, de la misma especie, pero es otra planta. Lo que quiero es eso: no dejar morir más embriones y plantines. Quiero estar ahí, “uy mirá le salió una hoja por acá”, “esta se la voy a cortar”, “vamos a dejar que vaya para allá” y hacer como medio una escultura de la planta que voy viendo como crece. Necesito de esa relación directa, constante y completamente dedicada para que salgan las cosas como después a mí me gusta escucharlas.
Ajuste cultural, contexto político
-¿Cuál es tu mirada del ajuste cultural propuesto por la ley ómnibus?
-Es tal la ridiculez que ni me preocupa. Me parece que es imposible que pase. Si pasa, se va a armar un quilombo tal que no puede durar. Estoy hablando de todo lo que (el Gobierno) quiere hacer. No puede, porque… tá bien, somos boludos, pero no tanto. Si el Congreso deja que pase esto también va a querer decir muchas cosas. Va a querer decir que todo lo que nos dicen es de la boca para afuera. Que aceptan coimas, clarísimamente. (El ajuste cultural) es tan sorprendente como inaceptable. Tan absurdo que me cuesta entenderlo. El cine y la música, por dar unos ejemplos, son industrias millonarias que dan trabajo a miles de personas. Mi única esperanza es que el Congreso rechace de plano tantas ridiculeces. Es la idea de un loco.
-¿Por qué razones Milei llegó a presidente?
-Es una consecuencia bastante evidente. Y hay mucha gente que no piensa, le dicen algo y entiende lo que quiere. Hay gente que pensó que cuando hablaban de dolarizar era que si ganaba 5 mil entonces iba a ganar 5 mil dólares. Eso ya no es culpa de nadie; es culpa de que no tenés un cerebro que piense un poquito. Discernir un poco. No sé que va a pasar. No creo que nadie sepa. No creo que vaya a pasar algo bueno. Pero si pasa algo malo, no puede durar. Es imposible. Es como que dejen de darnos de comer. No puede durar. Se arma quilombo.
-¿El contexto influye en tu creatividad?
-No. Creo que no todos tenemos que ser médicos, abogados, electricistas; que todos somos distintos y a algunos les importa más, entonces uno va y dice “me gusta lo que decís, quiero que me defiendas”. Hay una exigencia de estar muy politizado, tener una opinión muy clara de todo y yo no tengo una opinión muy clara de nada. Me dicen “posteás mucho pero no estás hablando de esto”. ¿Por qué voy a hablar de algo que no sé? Me manejo mucho con la intuición. No estoy en condiciones de pararme y dar una opinión que no sea lo que dice todo el mundo. Para repetir como un loro lo que dicen todos… La corrección política me exaspera. Cuando veo algo que dice alguien y me gusta mucho, directamente posteo lo que dijo esa persona, no me hago la que yo digo eso. A veces digo una boludez y de golpe, justo… ya me pasó. Hice un chiste y me cagaron a palos. Fui a una marcha y volví con mucho olor a chorizo. Dije que el choripán era otra forma de patriarcado. Pero no sabía que Macri había hecho esa cosa de que quería sacar a los choripaneros, quedé como que estaba con Macri (risas). Elegí mal el ejemplo. Había toda una cosa detrás que no sabía. Soy vegetariana, dije eso y me llovieron insultos. Y dije “ay, no bueno, perdón, no entendí”. Prefiero no decir mucho y no es porque no piense. Cuando tengo ideas firmes, de cosas que las tengo, las digo.