“El presidente de la hermana República de Feudalia, mariscal Manuel Anzábal, toma el juramento de práctica a nuevos ministros, en una ceremonia que se lleva a cabo en el circo estatal capitalino.

Juran los nuevos ministros: 

De Salud Pública, General Roberto Freggioni. 

De Agricultura, Contraalmirante Esteban Rómulo Capdeville. 

De Vías Navegables, Brigadier Jorge McLennon.

De Educación y Cultura, Cabo 1º Anastasio López.”

(“Suite de los noticiarios cinematográficos”, Les Luthiers, 1973)

Los representantes del arte y la cultura en la Argentina han coincidido en el pasado más de una vez, pero es destacable el grado de consenso que se puede palpar en estos días de debate en el Congreso de la Nación: la Ley Ómnibus de Javier Milei es un escracho. Las modificaciones estructurales que propone atentan directamente contra organismos virtuosos, autárquicos, cuya labor ha estimulado y difundido una creación argentina históricamente fértil. No hace falta explayarse: en estos días abundaron los testimonios, en artículos periodísticos o en las intervenciones del plenario, que dan cuenta de cómo funcionan los institutos amenazados de un modo mucho más informado que el de unos cuantos diputados oficialistas.

Desde la vereda -o la calle, aunque Bullrich no quiera- de quienes entienden lo que está en juego ante este plan de negocios que quiere imponer la derecha, se escuchan y se aplauden las palabras de Jorge Marrale, de Axel Kuschevatzky, de Celsa Mel Gowland y Diego Boris, de Gisela Pérez de la Conabip, de Santiago Mitre y Vanesa Ragone, de Peteco Carabajal, de Carlos Belloso, de Pompeyo Audivert. Y sí, de Adolfo Aristarain, a quien quieren dominar y acallar por el miedo de la amenaza judicial.

Los argumentos son clarísimos, y a diferencia de tanto eslogan vacío impuesto desde la virtualidad, presentan un hilo lógico y coincidente con la realidad. Quienes están ejerciendo la resistencia a este atropello no venden espejitos de colores, ofrecen datos incontrastables, cifras reales, modos de funcionamiento transparentes. Aun asombrados por la inquina que este Gobierno muestra hacia la cultura, enfrían la cabeza para explicar por qué el modelo cultural que proponen los “libertarios” es una masacre. De la otra masacre, la laboral, la científica y un largo etcétera, se están ocupando otros actores civiles.

Parece una tarea titánica, eso de abundar. El modo de comunicación breve e hiperveloz tan bien aprovechado por las huestes de Milei ha conseguido instalar conceptos como el de “artistas que viven de la teta del Estado”, análogo a la racista definición de “negros planeros”. Una “verdad” instalada y diseminada por avatares que no atiende razones, ni mucho menos claras argumentaciones que exhiben la falsedad de la frasecita.

Pero es de esperar que diputados y diputadas elijan una forma más profunda de análisis de lo que escuchan y leen. No los de La Libertad Avanza, claro, algunos de los cuales ni se molestaron en examinar en profundidad el mamotreto redactado en estudios de abogados muy interesados en su contenido. Su misión es que se cumplan las órdenes del emperador. Con minutos acotados, con un energúmeno que ante las opiniones contrarias procede a apagar el micrófono, los representantes de la cultura están dando la batalla de pensamiento que se impone ante este momento crucial para los años que vendrán. Sin eufemismos. Entendiendo que no hay corrección política posible cuando la propuesta es arrasar con todo, organismos culturales o tierras a disposición de los Joe Lewis del mundo.

Así hablan mujeres y hombres azorados ante la crueldad y ceguera de lo propuesto. Con la honestidad intelectual de quienes no se expresan desde la pertenencia partidaria (aunque haya casos en los que existe una identificación) sino desde el conocimiento, desde el entendimiento de que lo que está en peligro no es “un boliche del Estado”. Es el ecosistema necesario para que en este país sigan floreciendo creadores que se distinguen en Argentina y rebotan en el mundo. La cultura es la sonrisa, dijo León. La cultura es una bandera potente. El Cabo 1° Anastasio López la quiere arriar.

Pero, claro, no todo es esta vereda, esta calle. En este enero lisérgico de terroristas que resultan ser profesores de ping pong, caniles con aire acondicionado y afiebradas investigaciones para detener cuanto antes a un peligroso asesino de perros, en el Congreso de la Nación se está jugando una partida que tiene a muchos en vilo. Allí, un buen número de expositores está hablando con una claridad abrumadora. Acá se escucha fuerte y nítido. Señores diputados, señoras diputadas, ¿se escucha allá en el fondo?



Fuente Pagina12