Tal como sostiene el escritor, editor y traductor austríaco Alexander Pechmann, casi ninguna prohibición o quema de libros organizada a lo largo de la historia logró suprimir definitivamente un texto crítico o una idea políticamente incorrecta de la memoria colectiva. Si esas empresas hubieran sido exitosas, hoy no tendríamos ni la más remota idea de quién fue Ovidio. Parece descabellado pensar que en el siglo XVI existía el Index librorum prohibitorum, una lista que incluía los textos prohibidos para los cristianos confeccionada por el Santo Oficio de la Inquisición. Igual de descabellado sería recordar que por aquella época los libros debían ser testeados por los censores de la institución católica para ser aprobados antes de ir a imprenta. En el caso de hallar ofensas al credo, los escritores podían ser condenados al exilio o quemados junto a sus textos por herejía.
Esas dinámicas parecen lejanas, pero la censura sigue existiendo aunque adopte formas novedosas. En los últimos tiempos se detectó en Estados Unidos un fenómeno verdaderamente preocupante: tan sólo en 2023 se prohibieron 3 mil títulos en 41 estados y hubo 5.894 intentos de censura. La ola conservadora llegó a las aulas y bibliotecas escolares de distintos puntos de la nación presidida por Joe Biden, pero también hubo una reacción por parte de estudiantes, docentes y bibliotecarios que pusieron en marcha una batería de estrategias para revertir esta política que ataca principalmente a autoras mujeres, personas de color y miembros de la comunidad LGBTIQ+.
Texas fue históricamente el estado censor, pero los datos indican que en el último tiempo Florida triplicó el número de prohibiciones y de este modo se suma a una tendencia conservadora que se cristaliza también en las sentencias judiciales que cercenan derechos civiles conquistados por el colectivo de mujeres como el aborto. El abanico de autorxs afectadxs es variopinto e incluye a referentes literarios como Margaret Atwood, Stephen King, Toni Morrison, Aldous Huxley o Joyce Carol Oates. En las listas aparecen libros recientemente adaptados al cine y la televisión como Juego de Tronos (George R.R. Martin), Dune (Frank Herbert) o 2001: Odisea del espacio (Arthur C. Clarke), pero también obras icónicas como Un mundo feliz (Aldous Huxley), El hombre invisible (Ralph Ellison) o Anna Karenina (León Tolstoi).
El mes pasado, después de enterarse de la medida adoptada en Florida, el autor de Carrie escribió en X con ironía: “¿16 de mis libros? Debo estar haciendo algo bien”. Por su parte, James LaRue –director de la Oficina de Libertad Intelectual de la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos– declaró: “Stephen King es un autor muy popular entre los adolescentes, eliminar sus libros niega el acceso a obras formativas”. En las escuelas del condado de Collier se prohibieron 300 libros además de los 16 títulos de King, y otros 100 quedarán restringidos a ciertos niveles o requieren una autorización de los padres para ser leídos.
Género y raza son dos de los ejes que atraviesan la ola censora en los Estados Unidos. Encabezan la lista Género queer, autobiografía de Maia Kobabe sobre su experiencia no binaria y asexual, y Ojos azules, de Toni Morrison, flamante ganadora del premio Pulitzer y del Nobel de Literatura. Su texto aborda la historia de Pecola, una adolescente afroamericana que vive en Ohio a inicios de la Segunda Guerra Mundial y siente que la única solución a todos sus problemas es tener ojos azules, algo que representa el estereotipo “hegemónico” de la belleza blanca. También fue incluida en la lista la escritora afroamericana y queer DeShanna Neal por un cuento que narra el proceso de transición de su hija. “Cada vez que intentan prohibir libros es como si intentaran borrar las experiencias vividas”, manifestó la autora de “My rainbow”. En la misma línea, se aprobó en abril la ampliación a todos los grados escolares de la polémica ley “No digas gay”, que prohíbe debatir sobre orientación sexual e identidad de género en las aulas.
Florida no es el único estado que puso en marcha la censura, pero es un caso interesante para analizar porque la iniciativa responde a una medida que fue impulsada por el propio gobernador, Ron DeSantis, y aprobada por la Legislatura. La Ley 1069 permite a las escuelas limitar en el aula aquellos materiales que aludan a sexo, género, pronombres o salud reproductiva; al mismo tiempo, establece que las bibliotecas escolares deben solicitar la opinión de la comunidad educativa sobre los materiales que ponen a disposición de los alumnos. Por otra parte, exige la “suspensión de cualquier material que presuntamente contenga contenido pornográfico o representaciones obscenas de conductas sexuales”.
El diagnóstico es letal. PEN America, fundación sin fines de lucro que se ocupa de recolectar información para generar conciencia sobre la protección de la libertad de expresión a través de expresiones literarias y derechos humanos, detalló en su último informe que la prohibición de libros en instituciones educativas estadounidenses se triplicó en el último año. La asociación alertó que se trata de “la peor ola de censura en décadas”, con más de 5.800 libros prohibidos desde 2021. Este año los congresos de distintos estados introdujeron 110 proyectos de ley considerados “órdenes de mordaza educativa” y diez se convirtieron en leyes que buscan restringir la enseñanza sobre temáticas raciales, de género, historia estadounidense e identidades disidentes, según indica el informe America’s Censored Classrooms 2023.
Pero los estudiantes de las instituciones públicas respondieron con la creación del Club de Libros Prohibidos, un espacio que habilita el acceso a aquellas obras que fueron censuradas. Según comentó Ella Scott, una de las jóvenes fundadoras, “ahora mismo hay unos 30 miembros”. Un grupo de alumnos de la secundaria Vandegrift en Leander (Texas), por ejemplo, gracias a esta resistencia logró acceder a El último hombre, novela gráfica del guionista Brian K. Vaughan y la dibujante Pia Guerra que aborda las consecuencias de una misteriosa plaga que acaba con la vida de todos los seres con cromosoma Y. La obra fue prohibida en el estado de Texas y, por tanto, retirada de las bibliotecas escolares. “En los últimos dos años hubo un ataque sin precedentes a la libertad de expresión en la educación pública”, explicó Sabrina Baeta, consultora del programa “Libertad para leer”, de PEN America. Pero como Pechmann asegura en La biblioteca de los libros perdidos, “todo régimen, por muy totalitario que sea; todo censor, por muy atento que sea; y todo pedagogo, por muy limitado que sea, tendrá que capitular tarde o temprano ante la imaginación y la ocurrencia de los lectores”.