Teatro Escolar es un programa que se desarolla hace varias décadas en las escuelas públicas de nivel primario de la ciudad de Buenos Aires (hoy está activo en 150 de las 400 escuelas que existen en el distrito). A pesar de la falta de financiamiento, el programa continúa dando sus frutos con expresiones artísticas y pedagógicas que según Gustavo Sonzini –quien se desempeña hace 28 años como maestro
del taller en la escuela Petronila Rodríguez de Parque Chas (La Petro)– son “muy superiores a las que se desarrollan en escuelas privadas”. El programa fue creciendo de manera significativa y los espacios escolares empezaron a quedar chicos para un evento de tamaña magnitud. Hace un tiempo tuvieron que trasladar sus producciones artísticas al Espacio Garrigós y este año ocurrió algo inédito: decidieron montar la obra de fin de año en el Teatro Coliseo, con presencia de toda la comunidad educativa.
El montaje está basado en un poema del 1300: nada más y nada menos que la Divina Comedia de Dante Alighieri. ¿Cómo surgió este desafío en el aula? En diálogo con Página/12, Sonzini cuenta que el origen del proyecto estuvo vinculado al atentado que Cristina Fernández de Kirchner sufrió en 2022. “Ahí se rompió algo. Empezaron a decir con mucha soltura cosas como ‘qué lástima que la bala no salió’ y aparecieron los discursos de odio, entonces decidí meterme con el infierno. En trabajos anteriores estaba presente la guerra como metáfora, pero con el atentado apareció la cuestión infernal, el fenómeno de causa-efecto, el karma. En mis clases uso la realidad para generar el juego teatral y ellos dramatizaban unos niveles de odio impresionantes. Por supuesto son niños y se divierten, pero a mí me impactó porque muchas veces me entero de lo que se habla en los medios por lo que ellos dramatizan”.
La Divina Comedia es un texto imposible: 14 mil versos por donde desfilan distintas concepciones del infierno, el purgatorio y el paraíso, pero además varias cuestiones ligadas a la sociedad italiana de esa época, los políticos corruptos, las problemáticas sociales y los conflictos entre facciones. Sonzini trató de generar un cuento a partir de ese poema para que pudiera ser representado por sus estudiantes. En un video casero que registra el estreno se ven grupos de condenados en distintos círculos infernales, y parejas de Dantes/Virgilios interpretados por chicas y chicos pasean por el escenario del Coliseo con sus túnicas. “Lo que importa es la historia que contamos”, subraya el maestro, y destaca el espíritu colectivo: todos saben la letra de todos y pueden convertirse en un reemplazo. Tampoco hay casting; ellos mismos negocian los papeles, intercambian sus líneas y reparten los chistes. “Hemos podido generar el fenómeno de que nos vaya a ver público. No es una clase abierta ni un acto escolar tradicional: viene toda la comunidad educativa, familias, estudiantes, vecinos”.
El docente llegó al cargo con varios prejuicios. Era vecino de Parque Chas, la cooperadora de La Petro lo convocó para dar talleres y empezó a desarrollar el juego teatral para niños. “Encontré una pasión”, asegura. “Llegaba con un gran prejuicio porque era teatrista independiente y dictar clases era mala palabra. Además, siempre hubo prejuicios hacia el teatro infantil. La excepción era Hugo Midón pero hasta por ahí nomás”. Cuando se cumplieron 25 años del programa escribió Pedagogía teatral para la infancia, un libro donde volcó parte de su experiencia. La conclusión a la que llegó fue que el teatro podía servir para algo, más allá del fenómeno de la puesta en escena: “Me
formé en antropología teatral y estuve en un grupo mítico como la Comuna
Baires desde 1989 hasta 1992. Para mí fue muy fuerte, pero siempre se trataba de producir una obra de teatro, querer decir algo sorprendente o
políticamente correcto, cuestiones que casi nunca tenían que ver con
la vida real”.
Cuando se le consulta por la relación con la política, el maestro dice: “Creo que el programa sobrevivió a todo porque
tiene su propio peso. Estamos en 150 escuelas de 400 y no nos pudieron borrar
del mapa por el feedback que hay con los estudiantes. En todas las escuelas pasa lo mismo: los pibes quieren ir el día que
hay teatro, quieren hacer su desahogo emocional, jugar, teatralizar, montar obras”. Sonzini cuenta que luego de esos talleres muchos chicos se vuelcan a disciplinas artísticas como teatro o literatura porque “el programa abre ventanas” y eso tiene que ver con la pasión de quienes imparten la materia. “Eso lo veo en docentes de distintos rubros; cuando les apasiona lo que dictan, siempre logran capturar la atención de los chicos”, asegura.
Por lo general, pibes y pibas llegan a la clase de teatro con susto y varios prejuicios por lo que vieron en películas, incluso la población más “progre” de la ciudad. Muy pocos van al teatro, pero “en dos o tres años se convierten en verdaderos actores, adquieren un conocimiento sobre el lenguaje teatral y entienden de qué se trata”, dice Sonzini, y agrega: “Ellos aman el teatro que hacen para sus pares. Cuando una escuela ve a otra escuela se produce un fenómeno teatral muy poderoso”. Durante la gestión de Aníbal Ibarra La Petro era una escuela de
reformulación. Elsa Campo era la directora, las clases se organizaban en grupos
pequeños y se trabajaba en parejas pedagógicas. Hoy la situación cambió bastante y hay menos horas cátedra para trabajar con los alumnos. “Lo negativo
es que en estos años la escuela estalló en población: se triplicó en el
mismo edificio. Lo positivo es que La Petro tomó una identidad fuerte con el teatro por
la permanencia. El programa Teatro Escolar sigue buscando cubrir todas las escuelas de la Ciudad. A mí me da mucha esperanza trabajar con las
infancias”, concluye el maestro.