Facundo Yalve es uno de los productores musicales argentinos más destacados de esta época. Pero nadie en la escena lo llama por su nombre de pila, sino por el álter ego que adoptó en 2018: Evlay. Amén de haber sido uno de los arquitectos del sonido de la música urbana argentina, ayudó a consolidar la identidad musical de Wos y de muchos otros artistas de ese movimiento. Eso llamó la atención de artistas ajenos a esa movida como Babasónicos, que lo convocó para ayudar a mezclar su nuevo single, “Tajada”. Sin embargo, tras poner su talento al servicio de otros, el también creador del sello Caraza Records pensó que era hora de mostrar su naturaleza estética. Es por eso que en noviembre pasado puso a circular su primer álbum solista, 333, que estrenará formalmente este martes 19 a las 20 en Niceto Club (Niceto Vega 5510).
No es propiamente un disco de música electrónica ni tampoco lo encuentra hurgando en los recursos del trap. Por momentos, incluso, parece rockearla. Es su veta experimental, dosificada en 12 tracks que cuentan con las colaboraciones de su camarada Wos, de la misma forma que de invitados del calibre de Santiago Motorizado, Lisandro Aristimuño, An Espil, Ca7riel, Neo Pistea, Todo Aparenta Normal y Taichu. “Van a estar todos en el show”, adelanta el productor nacido en la zona sur del Gran Buenos Aires. En la planta baja de loft en el que instaló su búnker sobresalen pilas de vinilos. Aparte del primer disco de Almendra, abundan títulos de Kendrick Lamar, Kaytranada y hasta una caja del álbum Revolver, de The Beatles. Si en algo coinciden todos estos trabajos es que fueron maquinados en el estudio, con el productor como figura estelar.
-¿Cambió tu forma de escuchar discos?
-Con los vinilos, sí. Antes era full Spotify y de escuchar más playlist. Y el vinilo me cambió la bocha porque tenés que sentarte a escuchar, no podés cambiar. Y también evita mucho la comparación. Al tener un formato digital vos estás produciendo y al toque podés referenciarte con alguna situación de otro productor. En cambio, si vos te ponés a escuchar el vinilo como que entrás en el viaje y no hay manera de decir “esto suena mejor que lo otro”, porque no tenés una manera de switchearlo rápido a no ser que tengas dos bandejas o lo que sea. Entonces, tenés que comerte ese viaje y terminás introduciéndote en ese audio. Eso es increíble porque evita lo que hay ahora, que es mucha competencia y mucha demanda.
-¿Competencia y demanda de qué?
-Otros productores u otros tipos de arreglos, o mismo hasta comparar cómo suena una batería donde vos todo el tiempo podés switchearla cómo suena una batería de Los Beatles o Led Zeppelin.
-¿Qué artistas o discos tomaste de referencia para el audio de 333?
-Algunas referencias aparecen sin buscarlas. Me la voló Darkside (laboratorio sonoro del productor y DJ Nicolás Jaar), y su último disco, Spiral. Ese fue como el inicio. Jugó mucho con cosas que parecen una guitarra pero no es una guitarra. También los ambientes que tienen atrás, pegándole a tachos, por ejemplo. Usé muchos ambientes grabados con grabadora en los viajes. Capaz armaba toda una capa de ambientes, chapas y cosas, y arriba empezaba a tocar el piano. Y de ahí salía la idea del beat. Hace como dos años vengo armando el disco. Pero, en realidad, cuando veníamos laburando con Wosito y Cato íbamos haciendo bases que capaz no iban quedando en sus discos, pero a mí me quedaba un remanente de data. Fue saliendo de rejunte de cosas que no salieron.
-Este año los productores se revelaron, al menos en la Argentina: hasta Tweety González decidió sacar finalmente su primer disco. Para vos, ¿cuál es el imaginario que existe sobre el productor que se muestra como artista?
-Es un cambio que te genera un vértigo absoluto. Al estar atrás de proyectos, pasa que hay ciertas situaciones que no terminás de vivir, como la venta de entradas. Si le va mal a un show, obviamente que duele, pero no duele tanto como cuando le va mal a algo tuyo. También cambian ciertos paradigmas. Desde que empezó la “movida urbana”, hace cuatro o cinco años, como que el productor tuvo, a comparación de otras épocas, demasiada exposición, partiendo de Bizarrap u Omar Varela. Se empezó a darle esa importancia y eso quedó en el aire. Y hace dos años todos dijimos: “Hay que empezar a sacar nuestros discos”. De hecho, mi sello, Caraza, está abocado a productores. Para mí está re bueno que se empiece a desarrollar más. Mientras más alternativas haya, más va a seguir creciendo todo.
-¿Por qué creés que se abrió este nuevo lugar para los productores en la Argentina?
-Se abrió mucho lo instrumental, para mí. La vuelta de Dietrich me parece increíble. Está resurgiendo una movida que quizás estaba más en 2012, que era una situación de productores haciendo música instrumental. Winona Riders, por ejemplo, tiene partes instrumentales larguísimas, y la gente se puede llegar a comer ese viaje y lo interpreta de una manera. También lo que sucedió fue que cuando vino lo urbano, que fue una cuestión que avasalló todo, parecía que si no hacías música urbana no hacías música. Se comió mil géneros. De hecho, toda la movida del post harcore y el punk murieron. Era música urbana o nada.
– Tras conducir el flow en la música de otros artistas, ¿cómo trabajaste los silencios en tu disco?
-Pasa que es muy difícil darles espacio a los instrumentales por una cuestión estructural. Hay algunos proyectos que te pueden dar esa libertad, mientras que otros no. El nuevo disco de Wos, que lo estamos trabajando en este momento, está plagado de situaciones instrumentales. Pero después hay otros proyectos en los que eso no es tan fácil. A veces, un beat te lo llenan todo de letra.
– A propósito de los silencios, ¿cómo pensaste el disco en cuanto a la relación de climas y atmósferas?
-A Lisandro (Aristimuño), por ejemplo, le pasé dos o tres pistas generales que había armado, y él eligió la que terminó apareciendo en el disco. En el caso del tema de Santi (Motorizado) y Wos, cuando armé la base ya me había imaginado las voces, y las estructuré de una manera más cancionera. A Cato, en cambio, le mandé como 10 alternativas. Siento que se terminó entendiendo esa situación de la voz como instrumento.
-¿Tuviste injerencia en la composición de las letras?
-Intentaba no meterme. Antes de que se escribieran las letras, tuve una charla sobre hacia dónde quería que fuera el disco, y más o menos se iba entendiendo. En general, quedó oscuro y nostálgico.
-Ahora que lo comentás, ¿hacia dónde va el disco?
-Muchas veces pasa que mientras lo hacés, vas encontrando los significados. Al principio pensaba que iba a ser todo instrumental, pero en la medida que lo mostraba, los amigos querían sumarse. Conceptualmente, lo que quise reflejar es esta situación del camino del héroe, que es como el camino más independiente. Y está dividido en tres etapas, que giran en torno a la situación general del mundo feo de la música. Para mí la industria es una verga. A veces ayuda un montón, pero otras veces es la limitación absoluta.
-La dualidad está muy presente en vos: tenés un pie en la independencia y otro en el mainstream. También tenés un pie en el Conurbano, porque sos de Lanús, y otro en Capital, donde ahora vivís. ¿Cómo manejás el tema de la identidad como artista?
-Cuando nacés en un lugar, sea el que sea, en cierto punto todo lo que hagas plasma la esencia de donde sos.
-¿Qué tanto te preocupan los números?
-Ahora, nada. Al principio, era muy bizarro cómo todo iba por ese lado. Sigue pasando un poco, pero antes era extremo.
-Esta etapa, de hecho, debe ser medio bisagra para vos, porque tenés que poner la cara, presentarte con tu nombre, ser el centro de atención en el escenario, hacer notas y difusión con tu proyecto. ¿Cómo llevás esta etapa de exposición?
-Jodido, mal. Es bisagra porque tenés que mostrarte y mostrar tu música. Cambió todo. También mi entendimiento con la música. Me refiero a ciertas cosas que quizá no tenía tan presentes. En las producciones que yo venía haciendo, cuando se sacaba un tema al toque tenía un montón de reproducciones. Después, en otras cosas, es todo mucho más lento y en cierto punto si no estás en ese papel no terminás entendiendo lo que cuesta. Hay una cuestión de cachetada realidad que está buenísimo.
-Aunque pareciera que naciste en la música urbana, en realidad venís de géneros más marginales como el punk y el post hardcore. ¿Por qué te dedicaste a la música?
-La esencia de donde venís se plasma en absolutamente todo lo que hagas. Para mí el punk y el Conurbano se unen por una cuestión de la marginalidad. Somos buscas los del Conurba, no tuvimos nada fácil. La gran mayoría es clase media baja. O por lo menos de donde soy yo, Villa Caraza. Nadie nos regaló nada. Mi viejo se fundió como tres veces. En un momento hizo camperas, después se puso a limpiar pisos con una máquina y luego arregló calderas. Mi vieja trabajaba en un local de ropa y después vendiendo vestidos de novia. Mi abuelo era mecánico. Entonces, esta cuestión de buscarla te lleva a que no te importe el género y no importe nada salvo el bienestar general. Yo voy a hacer lo que sea para que mi familia esté bien. Siento que a toda la gente que venimos del Conurba nos termina uniendo eso.
-La vida y la muerte, la luz y la sombra, atraviesan tu música. ¿Cómo trabajas en la música la espiritualidad o lo metafísico? Empezaste tocando en una iglesia evangélica.
-Lo de la iglesia es loco porque fue más por una cuestión de imposición. Mi viejo iba a la iglesia y yo empecé a caer. Tenía 12 o 13 años. A mí eso me marcó un odio también. No sé si a Dios sino a la situación de iglesia, de gente con sus mambos en un lugar y a la vez ocultando eso. Esa cuestión de enojo se ve reflejada en los temas. Sé que hay algo más grande que todos nosotros, pero hay una dualidad entre escepticismo y creer en algo.
Al llegar al estudio de Evlay, advierten que se dañó el aire acondicionado. Si bien al principio la decisión es mantener protegido el espacio de la luz y el calor, al final el músico y productor nacido en 1993 corre esas inmensas cortinas que envuelven a su hogar. En la medida que el piso queda desprotegido, se devela un nuevo universo. En el horizonte se alza el cementerio de la Chacarita. Por más que revuelve las emociones, ese mini barrio necrológico tiene un encanto especial. De hecho, durante el proceso creativo de 333, el camposanto terminó sirviendo de inspiración. “Levantarte y ver el cementerio te mete en una”, dice el flamante vecino. “Salís a comprar pan y coincidís con gente saliendo de ahí. Esa energía es flashera. Cada vez que me ponía a componer, no salía algo muy feliz. Ahora pude superarlo pero al principio era muy shockeante”.
-No es un disco que se pueda ubicar en la música urbana, aunque el término también es ambiguo.
-No, ni en pedo. Cuando pasó lo de la “música urbana”, todo lo que no era rock pasaba por ahí. A mí, en un momento, se me etiquetaba como un “productor urbano”. Pero no tenía idea de a qué se referían. Para mí música urbana en ese momento eran Duki, Mueva Records y Cazzu. Era un bloque bien formado y luego estaba los outsiders. Podría decirse que Dillom hace música urbana, pero el chabón hace punk.
-Se llegó a decir que el trap era el nuevo punk. Pero el punk volvió en esta época junto con el post punk, y le plantó bandera a la música urbana. ¿Qué opinión te merece lo que está pasando? ¿Sentís que está asonada es una consecuencia del desgaste de una escena y de una época?
-Hay un dato que no es menor y es que muchos de los productores que están detrás de ciertos proyectos vienen de esa escena. Leando Coca, productor de Neo Pistea, viene de esa movida. Lo que siento es que la escena post punk, de Winona Riders y Mujer Cebra, va a empezar a unirse con lo que ya está. Tiene que estar esa cuestión de crossover. Estaría increíble una colaboración entre Winona y Neo.
-Y tu disco justo aparece en este momento de nuevo orden de la escena…
-Aparte de reflotar géneros, lo que está piola es rescatar cuestiones conceptuales para poder llevarlas al show en vivo. Si bien había artistas que apostaron por la performance, lo ideal sería que se masifique para que no parezca raro. Si yo quedo en el medio de eso, y con esto me refiero a la cuestión del featuring con lo experimental, para mí es un halago increíble. Hay que perder el miedo a equivocarse y ver dónde uno puede encajar. Capaz no termino encajando en ninguna parte con el disco. De hecho, en febrero voy a sacar otra cosa, más en plan de DJ.
-De una u otra forma, la música siempre responde a las transformaciones sociales y políticas. Tanto la estética de tu álbum como la de la mayoría de los nuevos proyectos musicales que están apareciendo en la Argentina reflejan la sensación de escepticismo que atraviesa a esta época. ¿Sos consciente de eso?
-Sí, lo soy. Me parece clave que se hable de la situación y de la sensación argentina en la música. Los años que se vienen no van a ser felices. Aunque es cierto que la gente también necesita divertirse, lo que roza lo trágico y lo oscuro es lo que más me representa. También escuché pelotudeces como que no hay que bardear en las canciones. Se viene un camino de lucha y hay que decir eso en las canciones. Ya pasó en otras épocas.
-Se te suele llamar “el productor de Wos”, como si no existiera otra cosa en tu vida o en tu carrera. ¿Pensás que este proyecto solista te ayudará a marca distancia de eso?
-Siento que eso es un camino. Obviamente, soy el productor de Wos. Por más que haya producido el disco de Milo J, me siguen llamando así. Pero este disco me sirve para que se conozcan las otras cosas que hago. Supongo que lo iré superando a medida que vaya sacando otras cosas.