Con una escritura vertiginosa que tiene a la ironía y a la experimentación literaria como telón de fondo, “Sobre un campeón póstumo”, la última novela de Leonardo Sabbatella, sigue la vida de un automovilista de carreras, cuya suerte transcurre un poco en piloto automático, mientras la narración se superpone entre fracasos, reconocimientos y un engranaje de recuerdos y emociones que van componiendo la genealogía de un hombre que vivió como la vida se presentó, muy pocas veces bajo su voluntad.
Para Sabbatella (Buenos Aires, 1986) la literatura puede funcionar como un intervalo de tiempo suspendido. Y eso es lo que hace en su cuarta novela, publicada por Mardulce, donde el tiempo se detiene en el relato de la vida de Lozza, un piloto de carreras que supo ser promesa, un día se olvidó de cómo manejar, otro día volvió al ruedo, bajó y subió de categoría, vivió el éxito, fracasó.
Breve y veloz. Es clave en esta lectura la figura del narrador que no omite comentarios irónicos y juega con el humor, a medida que va narrando la biografía del personaje como si estuviera piloteando, o como avanzan tal vez los tramos de una vida que se gestiona por variables que escapan al control.
Autor de “El modelo aéreo”, “El pez rojo” y “Tipos móviles”, Sabbatella se metió en un mundo atípico para la literatura, el automovilismo.
“Encontré la posibilidad de escribir sobre algo que a mí me interesaba mucho pero que no es algo socialmente instalado o consagrado. Y también me gustaba la idea de escribir sobre algo que desconozco en absoluto: no sé manejar. Por un lado, es una forma de desactivar ciertos lugares comunes sobre la experiencia, pero también es la posibilidad de hacer una cosa como si se hiciera otra. En realidad, uno siempre está escribiendo sobre otra cosa que no termina de saber cuál es y por eso mismo escribe. Es más, uno escribe para saber qué es escribir”, dice a Télam Sabbatella.
Por eso, define a “Sobre un campeón póstumo” como “un volantazo” respecto a sus otros libros. “Me interesaba cambiar de clave”, confía.
Pero ¿cómo llegó ese universo? “De chico miraba carreras de autos con mi padre, era uno de los pocos momentos que compartíamos a la semana. Fue mi padre quien me entrenó en mirar deportes, no en practicarlos. Pasábamos noches mirando básquet. Era la época de Michael Jordan, tenía un póster suyo en mi habitación. Y el deporte fue también mi primerísima experiencia de lectura, leía libros sobre la historia del automovilismo o sobre mundiales. El universo del deporte me permitió explorar otras dimensiones, otro glosario, otras situaciones”, plantea.
-¿Cómo apareció la trama de “Sobre un campeón póstumo”?
-Casi siempre primero tengo una forma o alguna idea sobre la forma de la novela y después aparecen los hechos, los personajes, los paisajes, la anécdota. Una vez que tengo una idea de la forma, encuentro los materiales de escritura por decirlo de alguna manera. En este caso, conocí una historia similar cuando era chico y, además de mirar carreras, leía mucho sobre el tema. El piloto real se llamaba Jochen Rindt, pero no me interesaba hacer una novela sobre los hechos reales, sino explorar el aspecto póstumo que tenía la historia. Quería concebir la novelita como una instalación o un museo sobre el personaje. Durante muchos años ese material estuvo presente esperando una forma de abordarlo o indagarlo, hasta que cuando se me ocurrió esta forma para la novelita pensé o recordé a Rindt.
– En la ficción, la escritura sigue la pista de vida de Lozza: su relación con el automovilismo, con su entorno, su padre, su infancia, su éxito, su decadencia. ¿Qué potencia encontrás al seguir la vida de un personaje? ¿De qué modo mirar ese plano más subjetivo te permite contar una historia?
-Me interesan los narradores que hacen más de una cosa a la vez, que no solo enumeran acciones, sino que describen, piensan, especulan, se contradicen, asocian, se desvían. Y sobre los personajes hay cierta recurrencia en lo que hago sobre las formas de vida. Cada novela quizá con su personaje único se pregunte por una forma de vida o ¡me gustaría que así fuera! Hay algo de carácter documental, de falso documental, que suelo tener en mente. Y por eso quizás se filtren algunas de esas formas, como si el personaje fuera un objeto de estudio. Me gusta esa idea de hacer ficción como si fuera un documental.
-Hay momentos de despegue y reconocimiento en la carrera del protagonista y otros de caída, un poco como la vida de cualquier persona, pero en la de alguien que se dedica a la competición parecen entrar en juego otras implicancias. ¿Cómo trabajaste estos matices?
– Creo que la pregunta de la novela, es una pregunta por el tiempo. O, en todo caso, el tiempo póstumo, cómo nace o se genera un hecho póstumo. En ese sentido, me interesan mucho las literaturas que trabajan en los puntos ciegos de otras disciplinas, que no convierten a la literatura en una forma de ilustrar teorías sino de producirlas, de inventarlas. La vida de Lozza es un poco la vida de cualquier persona, pero hay algo fuera de lugar en su caso y creo, a la distancia, que la novela trata de encontrar ese elemento o ese movimiento que lo vuelve a la vez común y excepcional.
– No hay demasiadas referencias en cuanto a tiempo y espacio, los saltos son indefinidos y esto es algo que ya has trabajado en tus otros libros. ¿Qué supone la decisión literaria de no ubicar al lector en coordenadas definidas?
-Sí, es algo deliberado. Me interesa mucho trabajar con la abstracción, borrar las referencias de tiempo y espacio. Creo que las referencias y las marcas muchas veces son atajos o golpes de efecto, tengo la impresión de que muchas veces hay un abuso o una apuesta única al contenido, al tema, a qué sucedió o dónde sucedió o cuándo; y que, desprovisto de eso, queda poco y nada. Prefiero no hacerlo, prefiero intentar poner en el centro el lenguaje, aunque falle. A mí me importaba mucho escribir sobre algo que me interesara pero que fuera irrelevante, menor, periférico. Y, por otro lado, me atrae mucho el montaje, qué capítulo o escena sigue o antecede, qué momentos se ponen en relación, cuáles son las asociaciones y movimientos que el texto propicia o propone.
-La escritura tiene algo de voraz, por momentos no da respiro y todo avanza rápido, como si fuera un auto de carrera que no puede frenar y se arriesga en cada giro. ¿Buscaste un paralelismo en esa línea? O en todo caso ¿qué te importaba del trabajo con el lenguaje?
– Acá hay dos pequeñas ideas. Por un lado, la novela un poco de forma póstuma estuvo orientada por una frase de Beckett: “la velocidad máxima es un estado de reposo” que dijo a propósito del Finnegans Wake de Joyce. Algo de la velocidad tenía que ver con eso, como de puesta en paréntesis del mundo. Me gusta pensar la literatura como ese intervalo o ese tiempo suspendido. Pero también hay otra idea que era la de hacer frases que tuvieran movimientos internos, como pequeños trazados o circuitos, frases con momentos de mayor velocidad, pero también con pausas, donde el personaje crece al interior de la frase. El sueño hubiera sido que cada capítulo fuera una sola frase, una sola forma. Creo que no hay nada más grande que pueda hacer un escritor que escribir una frase. La frase es un territorio, un lugar para habitar, para transitar, para explorar, para recorrer. Eso, para recorrer.