No importa qué representa 2023 para los astros (o cualquier sistema de creencias religiosas). Este año señala a todas luces un fin de época. Hay alguien que estuvo desde que se pusieron los andamios para construir la catedral de la popularidad en la música de los últimos diez años: Duki. Es hasta anecdótico en este punto, porque la zona de obras de la música mainstream argentina ya es, como Moria, un museo vivo. Duki cumplió 27, edad que trágicamente refiere a un fin. Pero los hitos conseguidos en este tiempo -como los dos River que acaba de llenar, sábado y domingo- carecen de punto de comparación, y por eso resultan tan fascinantes de mirar. Ventajas y perjuicios de ser el primero de todos.
Este fin de semana expuso el alcance cultural de Mauro Lombardo, conocido como Duki desde sus épocas de freestyler. Al recorrer Núñez, los modelos de remeras eran tantos como los sets que puede armar con su repertorio. Las del merch oficial, la de las alas, la del collage promocional de sus cuatro Vélez de 2022, la de la corona u otra más sobria con la letra D. También infinidad de stickers, buzos, estampitas (“Lleve su San Duki”) y una atracción con fila propia: quienes con aerógrafo replicaban los tatuajes más característicos de la cara de Mauro; ángel y diablo. Un fenómeno -y más un fenómeno argentino- se sirve de su aspecto comercial (del sánguche de milanesa a la bandeja para armar porro) y gana autenticidad en lo social, ahí donde la previa de los recitales funcionó para que los pibes se juntaran a tirar freestyle, beatbox incluido.
Mauro Ezequiel Lombardo se subió al escenario del Más Monumental para hacer valer su credencial de chico estrella. Y en ese evento en apariencia ingenuo Duki -o Duko, pero nunca “El Duki”, como dicen quienes lo mencionan para caricaturizarlo- dejó al descubierto más de una verdad. La conferencia de prensa previa a las dos fechas agotadas del 2 y 3 de diciembre lo había expuesto sin más. A la pregunta sobre sus próximos pasos tras llenar el estadio más grande de su país, contestó que no sabe, que está angustiado y que a su edad ya cumplió todas sus metas. Intentó seguir con sus palabras pero el llanto brotó y dejó la sala mientras los periodistas aplaudían.
Esa reacción reafirma los contornos de la identidad del hombre diablo. Lo primero que lo define es su autoconciencia: nadie es tan honesto de sí mismo en público como él. Lo demostró ahí, sintiendo el abismo de haberlo logrado todo, y también este domingo, cuando encarando la despedida del show pidió perdón por los problemas técnicos en shows previos, porque ha sonado mal y le costó encontrar una puesta que le quede cómoda. Se lo ha visto desencontrado, con elecciones desacertadas como la banda que ofrecía versiones metaleras, donde había más entusiasmo por hacer notar el desempeño propio como batero o guitarrista que por elevar el show. Hoy los músicos de Duki funcionan como un soporte coherente que se completa con los coros bien melódicos de Yesan, quien es además su productor y guitarrista.
En River Duki recorrió el escenario de rocas entre saltos calculados y pausas que no disimulaban su desconcierto. Pasados estos shows, habrá que reagruparse y pensar nuevos objetivos, como siempre: sin posibilidad de mirar al de al lado, con ese grado de dificultad que implica correr a la par del propio reflejo. Mientras, el llanto de Duki y su transparencia delinean una figura que es mucho más que un artista de su tiempo, tampoco es “la voz de una generación” sino que es más bien el cuerpo mismo. Robusto, cubierto de tatuajes que expresan promesas de un futuro que es instante y un presente sin firmeza, y con una sensibilidad a prueba de fallos.
Porque así como sacó provecho de la visibilidad con redes sociales, también debió padecerla. Se lo ha visto pelearse, hacer uso de su poder de réplica al compartir canciones de artistas chiquitos, y captar rápido la ilusión de la gente aceptando fotos. Si se le acerca alguien que anda sin celular, Mauro muchas veces la saca con el suyo y etiqueta así todos pueden guardar su recuerdo. Es bastante místico, cree en las energías, en hacer el bien y compensar con buenas voluntades la hostilidad de los otros.
Es muy complejo imaginar lo que vendrá, más allá de su debut en el Santiago Bernabéu el año próximo. Además, las etapas se acortan cada vez más. Antes, siete años eran para una banda apenas el primer envión para, con suerte, haber conseguido cierto renombre en su ciudad. Hoy esa medida se siente eterna. El precio que paga quien llega primero es ser observado por todos sus errores. Y lo de Duki no son dos River en pocos años como artista, son dos sold out para alguien que casi no pisó lugares convencionales, que pasó de antros a estadios. Dos días agotados para quien puso de moda expresiones y también determinó cuándo eran obsoletas. Dos noches para encandilar al público con dos horas y 25 de show, 39 canciones.
Duki pasó por tantos momentos como estilos de pelo, y esto es literal, un círculo perfecto. Para River volvió a las trenzas, pero hasta hace días había dejado su pelo original, ese azabache de fleco largo que cubría su timidez cuando competía en El Quinto Escalón. En el trayecto hacia ser el ídolo de una escena, Duki tenía un truco para perder seriedad: ponía su dedo como gancho dentro de la boca, en señal de anzuelo. El pudor por ver su cara impresa se saldó por impacto: hoy es el rostro visible de Adidas y un personaje que se busca hasta para ilustrar tapas de revista de autodefinidos. Nada se inventa en siete días pero siete años sí que han escrito los lineamientos de una leyenda contemporánea hasta los huesos.
Pero un movimiento no se crea de a uno. En River hubo más de una decena de invitados, pasando por la puteada amistosa de LIT killah (en “Aeróbico remix”, con Bhavi y Milo J); el te amo de Emilia con la mancha de labial en un beso que Mauro rápido se limpió; y el más simbólico de todos, el de YSY A. El empresario del trap -que parece no hacer ningún movimiento si no es para beneficio propio y que jamás permite que su corazón gobierne su cerebro- le otorgó el título al agasajado de esta noche: “Sos el artista más grande de nuestra generación, un ejemplo para estas pibas y estos pibes”.
Las palabras de Alejo sintetizan el recorrido vertiginoso que compartieron. Modo Diablo, ese trío mítico con apenas un par de canciones, que completa Neo Pistea, se robó el número ganador del domingo (el sábado estuvieron Los del Espacio, ya que esa noche YSY estaba acompañando al español Quevedo). Los amigos se abrazaron y ante la sentencia del hombre sismo, Mauro no pudo contener el llanto, por más escondite que buscara detrás del hombro de su hermano. El triunfo de Duki era evidente.
En el colectivo de vuelta se escuchaban varones comentándose en qué parte del recital habían llorado, como intercambiando figuritas de vulnerabilidad. Una vez más, Duki pareció alcanzar objetivos más allá de su voluntad: las lágrimas de la conferencia de prensa animaron los sentimientos de los que lo siguen mientras responde, en su propia carne, las objeciones superficiales por la veracidad de sus letras.
La verdad más significativa tal vez sea la certeza de no haber conseguido todavía un disco que lleve a la trascendencia, un álbum por el que se lo recuerde. Es claro que los discos ya no son necesarios para lograr consagración, pero aún así él desea esa obra eterna. ¿Será la aventura a perseguir en la dimensión que siga? La incertidumbre es un sentimiento lógico al llegar a la comodidad de la cima, pero el vientito en la cara también es parte de la recompensa.