Habrá que decirlo otra vez: solo el desconocimiento, la mala memoria, el interés político o la interpretación malintencionadamente torcida pueden llevar a la conclusión de que The Wall es una obra celebratoria del nazismo.

Basta escuchar el disco. Leer las letras. Ver la película de Alan Parker. No es tan difícil de entender. Pink, al borde del completo colapso emocional, se convierte en un líder mesiánico que usa una vestimenta similar a la de las SS y llama a perseguir judíos, negros, drogadictos, antes de desaparecer detrás del muro de su propia locura. Como en las escenas que detallan la opresión del sistema educativo, la toxicidad de ciertos vínculos familiares y los horrores de la guerra, nada hay en ese retrato que glorifique al nazismo sino todo lo contrario. Pero quizás hay quienes necesitan un dibuijto que les explique que uno de los traumas de Pink es que su padre murió peleando contra los nazis. 

Pero no, no es falta de comprensión. Las parrafadas y acciones que enmarcan la visita rioplatense de Roger Waters son la repetición de la misma mecánica de las fake news: partir de una premisa falsa para anular a un adversario político. La DAIA, que ya dictaminó que Waters es antisemita y guay de quien se atreva a discutirlo, fue más allá del asunto de las reservas de hotel e intentó impedir los conciertos en River por la vía judicial. En su visión, cualquiera que opine que responder a un ataque terrorista con un genocidio está mal -solo para empezar a hablar- se convierte automáticamente en antijudío. Y debe ser prohibido

Así, la fiscal porteña Marcela Monti se hizo presente en el estadio para comprobar que no se produjeran “expresiones antisemitas”. Consciente de que es difícil combatir aun una falsedad tan flagrante cuando hay un coro repetidor, Waters no usó esta vez el uniforme con el brazalete de martillos en “In the Flesh?” y “Run Like Hell”, y no es mala idea: quizá eso haga que se le preste atención al real contenido de This Is Not A Drill. Un show de potente contenido político, tal como anuncia un mensaje al comienzo: “Si sos de los que dicen que te encanta Pink Floyd pero te aburre Roger y la política, podés irte a la mierda, andate a un bar ya mismo”.

Roger Waters no castiga a los judíos en su concierto, tal como quieren instalar quienes incluso hablan de “una estrella de David pintada en el cerdo que sobrevuela sus shows” (otro dibujito explicativo: desde Animals, disco de Pink Floyd de 1977, el cerdo es la representación del capitalismo salvaje, nunca tuvo ningún símbolo religioso impreso). Waters castiga a presidentes estadounidenses amantes del bombardeo a mansalva y las operaciones encubiertas en países tercermundistas. En “The Powers That Be” desfilan personas asesinadas por ser mujeres, por repartir panfletos (Sophie Scholl, guillotinada por los nazis), por su religión (Anna Frank), por ejercer el periodismo (la palestina Shireen Abu Akleh) o por su color de piel, como el argentino Lucas González. Tras “Run Like Hell” muestra las imágenes filtradas por la soldado Chelsea Manning, el asesinato de dos camarógrafos de Reuters y otros ocho civiles desde un helicóptero estadounidense en Bagdad. Antes de “Two Suns in the Sunset” cuenta su historia con la periodista argentina Gabriela Cociffi y la campaña realizada con ella para identificar a soldados caídos en Malvinas (otro dibujito: Roger Waters es inglés, y llama a Margaret Thatcher “criminal de guerra”). En “Sheep” llama a resistir al capitalismo, al fascismo, a la guerra. En “Another Brick in The Wall” desata un atronador coro que recuerda “No necesitamos control del pensamiento”.

Y sí, también pide expresamente que se detenga el genocidio en Gaza. Lo cual es imperdonable a ojos de quienes están dispuestos a justificarlo todo. 

Mal que les pese a quienes quieren taparle la boca, las 75 mil personas que fueron a River no se encontraron con un antisemita, sino con un artista que a lo largo de dos horas enlazó sus canciones con una ferviente defensa de los derechos humanos para todos, sin distinción de credo, nacionalidad, género, color. Un músico que denuncia el horror de ciudades arrasados por las bombas en todas las épocas, presentes y pasadas.

Resulta curioso que sea Waters el enemigo y el antisemita en un país que toleró sin problemas las declaraciones de una persona que reivindica a una dictadura cuyos torturadores se ensañaron especialmente con los judíos. No solo la toleró, la votó y la consagró vicepresidenta. Ya que el martes Waters dejó el uniforme de Pink en el camarín, algunos deberían mirar más allá de los deditos que lo señalaban y prestar atención a las gigantescas palabras en rojo que cruzaron las pantallas: “Resistan al fascismo”.



Fuente Pagina12