El presidente electo, Javier Milei, será recibido este lunes por el actual mandatario, Alberto Fernández, en el primer paso de un proceso de transición hacia la asunción del nuevo gobierno, previsto para el 10 de diciembre. Tras esa reunión, el actual ministro Sergio Massa, podría tomar la decisión de pedir una licencia “para facilitar” dicha transición. En ese caso, fuentes bien informadas apuntan que el actual secretario de Hacienda, Raúl Rigo, y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, quedarían a cargo de la relación con las futuras autoridades.

Los desafíos para uno y otro candidato no eran diferentes, pero sus respuestas, sí. La deuda externa, la inflación, las relaciones internacionales, el dólar, aparecen en las primeras líneas cuando se abre la agenda económica que deberá empezar a llenar el nuevo gobierno. ¿Hay que esperar un shock inflacionario, de la mano de una devaluación? ¿La desregulación de mercados, con un gobierno en retirada de sus actuales obligaciones de arbitraje? ¿El prometido levantamiento del cepo, es decir de las restricciones a la entrada y salida de divisas? Y el acuerdo con el Fondo Monetario, ¿se buscará cumplirlo aplicando un violento ajuste en el sector público?

Muchos de estos interrogantes, es de imaginar, no tendrán una respuesta inmediata. Porque quedarán condicionados a las reacciones que se observen en los próximos días. Los capitales financieros que respondieron con cierta moderación a la etapa entre la primera y la segunda vuelta, ¿saldrán desde el martes, tras el feriado de este lunes, a dolarizarse urgentemente y en manada? ¿O mantendrán la prudencia?

También está por verse de qué modo actuarán las empresas concentradas, las que seguramente tomarán contacto de inmediato con el presidente electo, pero no ya para aplaudirlo desde la mesa de comensales como en el almuerzo de la Cicyp, sino para reclamarle respuestas en cuanto a la política de precios, de divisas y de comercio exterior que hacen a sus principales intereses económicos.

También importarán los nexos que tienda en los próximos días con distintos sectores políticos, con los que pueda buscar algún grado de acuerdos de gobernabilidad. 

Todos estos vínculos serán los que vayan moldeando al Javier Milei presidente, y a su gobierno, al menos en su primera etapa. Se suele decir que todo gobierno nuevo tiene una suerte de “luna de miel” con su electorado, una especie de cheque en blanco durante noventa o cien días, en los cuales se le permite ir delineando sus políticas antes de exigirle resultados.

Podría suponerse que, en materia económica, las urgencias de hoy acortan ese plazo. Pero sucede que Milei se presenta como “la propuesta absolutamente nueva” y, por lo tanto, contaría con ese plazo. Aunque no es menos cierto que, en las actuales circunstancias, no es el electorado el que lo condiciona y le fija plazos, sino ese poder real del capital más concentrado el que le impondrá límites y condiciones. 

Milei, como candidato “antisistema”, puede simular serlo con respecto al sistema político –aunque la presencia de Mauricio Macri demuestra que no es tan así–, pero no con respecto al sistema económico. Es un economista del sistema, y con ese sistema de poder tiene relaciones ineludibles.

Podrá aplicar un ajuste brutal en las cuentas públicas, reduciendo gastos a expensas de políticas sociales, pero no reduciendo transferencias que afecten intereses de grandes grupos privados, a los cuales al menos deberá compensar con gruesos tarifazos. Un costo que deberá pagar la población usuaria de esos servicios.

Podrá intentar acumular divisas por vía de una megadevaluación, cuyo efecto puede ser importante en materia de reducción de importación de insumos, pero mucho menos significativo en aumento de exportaciones (porque vender más implica abrir mercados, ya que no alcanza con premiar con más precio al vendedor). 

Eso también tendría un reflejo en precios internos de bienes transables, entre ellos los alimentos. Y en más recesión para los sectores dependientes de la importación de insumos y de la demanda interna sobre su producción. 

Inflación y salarios

Con esos grupos de poder concentrado podrá negociar una reducción de la tasa de inflación a mediano plazo, luego de una primera etapa de fuertes aumentos de precios por ajustes de tarifas y salto en el valor del dólar. Que podrían darse de una vez y luego detenerse, a condición de que el gobierno les garantice que no habrá paritarias que busquen una recuperación de los salarios tras el salto inflacionario. No es que desaparece la puja distributiva entre el capital y el trabajo, sino que se resuelve, contundentemente y de una vez, a favor del primero. 

Con salarios de miseria y precios a nivel internacional, a los grupos dominantes les puede resultar atractiva la estabilización de precios. Claro que, luego de una brutal transferencia de ingresos a su favor. Nada nuevo, la estabilidad de la convertibilidad de los 90 se alcanzó luego de las hiperinflaciones de 1989 y 1990 que la hicieron posible.

Por el tipo de alianzas y los apoyos que está recibiendo Milei (Macri, Cavallo, grupos concentrados de la economía) es más que probable que intente avanzar por ese sendero. Al menos, en una primera etapa. La dolarización puede esperar, aunque la concentración del poder en manos de grupos extranjeros y/o exportadores le irán abonando el terreno.

Dinamita y motosierra

El Banco Central quizás no sea dinamitado, pero irá perdiendo facultades de control de la política monetaria y sobre el sistema financiero, que lo mantendrán de pie pero como una cáscara vacía. 

Tampoco es probable que rompa relaciones con los “gobiernos comunistas” de Brasil y China, que seguirán siendo mercados importantes para que los grupos exportadores consigan divisas. Pero Argentina verá perder una oportunidad histórica de subirse al BRICS y de acceder a un socio financiero que le permita liberarse de (o aflojar, al menos) las ataduras que lo ligan al capital financiero internacional, personificado en el FMI y los fondos especulativos en su rol de acreedores.

Quizás la carta de negociación que Milei les pueda ofrecer al FMI o a los fondos acreedores para una renegociación de la deuda de vencimiento más cercano sea ese plan de ajuste, concentración y sumisión del mercado interno. El control financiero del país suele ser más atractivo para estos sectores que la alternativa de cobrar toda la deuda e irse. 

La cuestión de fondo es que toda esta política sólo es viable a través del sacrificio de una parte importante de la población, que es la que pagará todos los costos. Y no sólo durante los primeros cien días. ¿Lo tolerará esa población? La respuesta es una incógnita. Pero vale recordar que la convertibilidad de Cavallo duró una década antes de estallar. Una experiencia no se habrá contado del todo bien ni se habrá evaluado. Dado que Milei, dos décadas después de ese estallido, logra ser  consagrado presidente con ideas semejantes. 

 



Fuente-Página/12