Rodolfo Grillo Cardozo fue comerciante y disc jockey, trabajó en una fábrica y como empleado de seguridad, pero elige para definirse la actividad que desarrolló durante 32 años en sus ratos libres: bombero voluntario. Por eso no extraña que cuando decidió escribir su autobiografía la haya titulado “Alma, corazón y fuego” y que haya destinado el total de las ventas de la primera edición a solventar un Monumento al Bombero Voluntario que planea instalar en algún lugar de Lima, su localidad natal, en el partido bonaerense de Zárate.
“El monumento ya está listo y quedó guardado en un galpón del destacamento. Ahora necesitamos un lugar bien visible donde instalarlo”, cuenta Cardozo, quien recibió la propuesta casi por casualidad en el bar de Lima donde solía comer algo antes de ir a trabajar como disc jockey. Recuerda que aquello fue una gesta que impulsó Alberto Ibarra, un bombero que quería abrir en el pueblo una base del cuartel de la vecina Zárate.
“Éramos unos 10 mil o 15 mil habitantes pero igual hacía falta un destacamento”, asegura. Esa historia es una de las que cuenta en su libro, en el que también repasa anécdotas de su lucha contra el fuego, y también de su vida personal. “Quise contar mis recuerdos. Lo escribí durante la pandemia. Pensé que podría servirle a la gente para saber cómo trabajamos los bomberos, pero también para aprender algo básico de prevención de incendios, algo mínimo de las cientos de páginas que tienen los manuales que teníamos que estudiar para actuar como servidor público”, apunta y aclara que se retiró con una jubilación que el Estado les otorga a los bomberos voluntarios y hoy, a sus 53 años, atiende un pequeño comercio en su casa, mientras disfruta de Alma, su hija de cinco años, para quien también escribió sus memorias.
Con el producto de la venta del libro en Lima y Zárate, más los que llevó a la Feria del Libro de Buenos Aires y otras en diversas provincias, Cardozo no busca enriquecerse. Por el contrario ideó un homenaje a todos sus colegas: “Me encantaría poder ponerlo en la plaza central de Lima o en un lugar donde no lo vandalicen”.
Mientras disfruta de cambiar experiencias con servidores públicos y lectores de toda la Argentina y del mundo: “Recibí mensajes de lectores de Tierra del Fuego, y de Salta. Saludos de un bombero de Estados Unidos y estoy mandando cinco libros a Perú. Los colegas se sienten identificados con lo que cuento y a la gente le gustan mis aventuras”.
Entre las anécdotas y textos breves que componen su libro Cardozo cuenta las épocas en las que abandonaba sus actividades y su tiempo libre para responder a la sirena que sonaba en el destacamento. “Ahora hay aplicaciones que se pueden usar para estar siempre conectados y no perderse ninguna alerta. Antes era solo una sirena y usábamos cascos y botas viejas, recicladas y una capa amarilla para protegernos del agua. Estábamos acostumbrados a eso y estábamos orgullosos de ser bomberos y ayudar a nuestra ciudad”, diferencia.
Jura que jamás fueron convocados a colaborar con algún incidente en las centrales nucleares Atucha localizadas en Lima: “Ahora ellos cuentan con su propio cuerpo de bomberos, pero hay muchos controles”.
Respecto del otro gran nombre asociado a su localidad, el exarquero de la Selección subcampeona del mundo en Italia 90, Sergio Goycochea, el bombero hubiese soñado con llevar al héroe local en una autobomba de regreso al país, para que los vecinos lo celebrasen. Pero, por entonces, el destacamento limeño aún estaba en formación y ese honor les cupo a los colegas de Zárate.
Entre los momentos más emotivos, Cardozo menciona la intervención en accidentes en las numerosas rutas cercanas. “A veces uno se encontraba con conocidos y vecinos que habían muerto. Era muy movilizante. Me toco también levantar el cuerpo de un colega de un cuartel vecino”. Pero también rememora satisfacciones: “Una vez una familia de gitanos había tenido una colisión y uno de los chicos había quedado atrapado. Yo había salido con mi familia y vi el operativo y me quedé a ayudar. Me desesperé para liberarlo y, finalmente, lo logré. A los pocos días vino al destacamento a agradecerme”, se emociona.
Un sentimiento parecido lo embarga cada vez que recibe el afecto y la admiración de los alumnos de las escuelas que visita para contar su vida y para enseñarles a prevenir accidentes. “El cariño de los chicos es impagable: nos abrazan y nos dan esas palabras sinceras que no se encuentran muy seguido”, explica.