El escritor poseído por la imaginación sonríe y achina los ojos como si buscara enfocar el paisaje de un recuerdo. “Caprichos muy despacio dichos”, canta una parte de “Penumbras”, de Sandro, porque está escribiendo un ensayo sobre canciones de los años 60 y 70, que incluirá temas de Paul Anka y Elvis Presley, entre otros. Luis Gusmán recibirá el Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes este miércoles a las 18 horas en el mismo año en que publicó su nueva novela, No quiero decirte adiós, donde recupera como personaje al expesista Walenski que encarnó Lito Cruz en la película Sotto voce; sus Cuentos elegidos, una selección de 27 relatos prologado por Martín Kohan; y la edición conmemorativa por los cincuenta años de su primera novela El frasquito, ese libro que fue objeto de escándalo y admiración, quizá el más indómito de los clásicos de la literatura argentina, con prólogo de Leonora Djament. A estos tres libros, editados por Edhasa, se suma un trabajo como editor: Imborrables. Álbum ilustrado de personajes y temas de la literatura del Río de Plata, publicado por 17 Grises.

“Recibir un premio por la trayectoria literaria tiene una diferencia respecto a otras distinciones por el estilo. Esa diferencia radica en que incluye el tiempo. Es decir, no es el reconocimiento por tal o cual libro, sino por una obra. Estas dos palabras, obra y estilo, se relacionan no con determinada performance sino con el trabajo de una vida. Como decía Roberto Arlt: ‘El futuro será nuestro por prepotencia de trabajo’. Es la única prepotencia que reconozco como bandera”, confiesa el escritor a Página/12 con la emoción a flor de piel. “Que sea el Fondo Nacional de las Artes quien me otorga la distinción, donde muchas veces estuve como jurado, es para mi un honor, palabra que diferencio del prestigio. Hay otras personas que, según su rubro, reciben el premio. Ese plural es bienvenido”, agrega el prolífico autor que publicó en 1973 su primera novela El frasquito por Alberto Noé en una edición de mil ejemplares, prologada por Ricardo Piglia. El libro se agotó en pocas semanas después de una nota de Osvaldo Soriano en La Opinión. El 24 de enero de 1977, el mismo día de su cumpleaños, la dictadura cívico militar prohibía la novela por “inmoral”.

Contra “el veneno del mensaje”

La prolífica obra de Gusmán está en la “lengua” de la literatura argentina con Brillos (1975), Cuerpo velado (1978), En el corazón de junio (1983), La música de Frankie (1993), Villa (1996), Tennessee (1997), Ni muerto has perdido tu nombre (2002), El peletero (2007), Los muertos no mienten (2009), La casa del Dios oculto (2012) y Hasta que te conocí (2015), entre otros títulos que también incluyen libros más autobiográficos como La rueda de Virgilio (1989) y los volúmenes de ensayos La ficción calculada (1998), Epitafios. El derecho a la muerte escrita (2005), La pregunta freudiana (2011), Kafkas (2015), La valija de Frankenstein (2018), Flechazo (2021) y sus memorias de lector, Avellaneda profana (2022). En No quiero decirte adiós, el encuentro de Walenski con la dominicana Noelia opera en dos frentes narrativos: uno en el que se narra una historia sentimental y el otro en el que se despliega una trama policial, cuando el encuentro sexual de un trío en un hotel alojamiento termina con un muerto del que hay que deshacerse.

“Walenski es para mí un personaje muy querido, lo extrañaba; es raro lo que pasa con los personajes”, cuenta sobre este expesista que apareció por primera vez en la novela Tennessee, que tuvo su versión cinematográfica bajo el título de Sotto voce, dirigida por Mario Levin y protagonizada por Lito Cruz y Martín Adjemián. “Mi fantasía es poder sacar las novelas en las que aparece en un solo volumen: Tennessee, Hasta que te conocí, No quiero decirte adiós y la nueva, que todavía no sé cómo se va a llamar”, enumera el escritor y psicoanalista. “Lo que me permite el género policial es poder contar una historia, algo que me parece que falta en la literatura argentina. Lo que hace fluir muchos relatos son los diálogos, que a veces son muy dramáticos, pero tampoco me tengo que enamorar de ellos porque es un problema. María Ester de Miguel dijo que yo escribía los mejores diálogos de la literatura argentina. Mi principal virtud y mi peor defecto es que tengo mucha imaginación y la tengo que administrar. En ningún momento me permito que se imponga lo ideológico; no está a flor de piel ‘el veneno del mensaje’, como decía Nabokov”.

Desde “El frasquito” luchaste contra “el veneno del mensaje”, ¿no?

-Sí, trato de que no esté en primer plano. El frasquito es lo que es, pero si la misma historia la contara una persona más grande sería otra. No hay malditismo; no es Copi, me parece que es otra cuestión en la que aparece la religión, la madre, el padre.

Imaginación y diálogos

-¿Cómo tratás de poner en caja tu exceso de imaginación?

-Me corrijo leyendo, pero también doy a leer lo que escribo. Como lo hacía con (Luis) Chitarroni y lo hago con Fernando (Fagnani), Salvador (Gargiulo) o Maxi (Crespi). Espero las devoluciones, pero con la lectura también me doy cuenta dónde está el exceso. El dinero que es fundamental en la novela negra no aparece en No quiero decirte adiós. El policial me permite contar una historia sentimental sin que sea dramática ni cotidiana. Aunque hay cosas cotidianas porque Walenski y Noelia se conocen, se enamoran y se mudan juntos.

-La literatura argentina de los últimos años parece estar más pegada a cierta realidad autobiográfica, a que el escritor esté muy involucrado con el material y que cuente más algo de su propia vida que de la de otros, o al menos se muestra refractario a la invención, más preocupado porque lo que escribe se parezca más a la vida real. ¿Qué opinás sobre esta cuestión?

-Nunca lo había pensado… lo más autobiográfico que escribí es La rueda de Virgilio. Me parece que diste en el clavo y pienso en El frasquito, que es una vida astillada; pero la caracterización que hacés de estar muy apegado al material, al procedimiento con el que estoy contando, está en una doble articulación: estoy contando lo que estoy contando con los elementos que estoy utilizando. Con Luis Chitarroni (1958-2023) decíamos que todo es muy fáctico: “salí”, “entré”… como que aparece lo inmediato; y creo que hay algo de la invención que no sé si está clausurado o cuestionado. Yo tengo un exceso de imaginación y no soy crítico con los demás sino descriptivo con lo mío. Hay algo con ese material que es como una doble lectura en la que yo sé lo que estoy diciendo y el procedimiento que estoy usando lo explicito y eso es lo que llamo “una doble lectura”.

-El diálogo es el talón de Aquiles de la literatura argentina. En tu caso, tienen una cadencia cercana a cómo se conversa, a los “cortes” y desvíos o cambios de tema de una conversación. ¿Por qué cuesta escribir buenos diálogos?

-El diálogo hace avanzar la trama. En una reseña de No quiero decirte adiós, (José María) Brindisi dijo que los diálogos podían parecer inverosímiles. A mi no me parecen inverosímiles porque yo no sé si los diálogos de Chandler son verosímiles. No sé qué diálogos de la novela policial son verosímiles. Acá los cortes de los diálogos van creando un poco de suspenso en la propia trama.

–Bersani, ¿para quién trabaja?

–Aprendé esto, Walenski. Finalmente, uno nunca sabe para quién trabaja.

“Se despidieron. Cuando se quedó solo, Bersani se preguntó si realmente trabajaba para Montes”, dice el narrador de No quiero decirte adiós.

Escucha el pequeño fragmento del diálogo que escribió como un niño que conoce el cuento y lo quiere volver a escuchar una y otra vez. “Al introducir el tema de para quién trabaja avanza la trama; pero es algo que me va saliendo espontáneamente. A medida que voy escribiendo, va surgiendo. Si uno piensa en la novela de Thomas Pynchon, Vicio propio, no sé si los diálogos son verosímiles, sí son verosímiles dentro del género”. Cuenta que aprendió mucho de (Georges) Simenon con la contingencia. “Primero pienso en los personajes, si es hombre o mujer, qué edades tienen, profesiones, nacionalidades, de qué trabajan, dónde viven y después viene el plan. Para Simenon la novela empieza con la contingencia; alguien tenía que venir a las seis y no viene”.

-El azar muchas veces termina resultando verosímil, ¿no?

-Totalmente. Al comienzo de la novela todos van por motivos distintos a la peluquería. Ni Walenski pensaba encontrarse con Noelia ni ella pensaba encontrarse con él. El azar es muy importante o, si querés, hasta el azar está calculado.

-¿Nunca te habías encariñado tanto con un personaje como con Walenski?

-No, no me había pasado. Cuando se hizo la película (Sotto voce), Lito Cruz era Walenski y (Martín) Adjemián era Smith. Cuando se reeditó la novela en 2016, se la dediqué a Lito y a Martín (que había muerto antes) y Lito me dijo: “está en el infierno” (por Martín). Uno se encariña con los personajes y eso me permite una libertad sentimental que a veces el folletín también se lo permitía a Manuel (Puig). El título de la novela viene de la última página de El largo adiós, de Raymond Chandler. Cuando Marlowe se despide de su amigo Terry Lennox le dice: “No quiero decirte adiós”. Cuando la leí, me pareció una frase perfecta.

-“El rumor del río era lo único que se escuchaba”, dice el narrador de la novela y esa frase podría ser los versos de un poema. ¿La escritura de la novela se dio al mismo tiempo que empezaste a escribir poemas?

-No sé si puntualmente con los poemas, pero si coincidió con los textos que escribimos con (Daniel) Santoro sobre el Riachuelo. Yo escribí un poema dedicado a mi hija Margarita; cuando ella era muy chica yo la tenía en brazos y ella vio volar una mariposa y me acuerdo la sorpresa en su cara. Escribir poesía tiene que ver con la vejez, pero no con la edad sino con el sentido de la libertad, ¿por qué no? Antes mantenía a raya el sentimentalismo, pero a partir de Flechazo y también en Avellaneda profana me sentí mucho más libre, aunque no sé si me sale bien. La poesía tiene que ver con la emoción y quizá las emociones en la escritura las reprimí durante mucho tiempo; después fueron apareciendo de a poco. En Villa hay un distanciamiento absoluto; en El peletero, cuando Landa le regala un tapado de piel a Rosa Conte ella se mete las manos en los bolsillos para que no se vean sus manos percudidas, para que no se note que es pobre. Con El peletero empezaron aparecer más la emoción y los personajes. El libro de poemas ya lo terminé y quizá le ponga de título Ejercicios inútiles para abandonar la trama. Me acuerdo que Chitarroni un día me dijo que tenía un amigo que le interesaba mi literatura hasta En el corazón de junio.

-¿Te dijo quién es ese amigo?

-Nunca me animé a decirle “me parece que sos vos” (risas). Cuando le mandé el primer poema, que se llama “Ejercicios inútiles para abandonar la trama”, Chitarroni me dijo: “sos un poeta de la gran puta”. Cuando escribo poesía, la espacialización me la va dando la escucha. Como decía Leónidas (Lamborghini), me gustan esos poetas que escriben con la música pegada al oído. Si rima o no rima, no me preocupa. Quizá mis poemas sean un poco melancólicos, un poco tangueros… ahora me acuerdo que Chitarroni me corrigió algo de La música de Frankie, creo que me dijo que pusiera que el bandoneón y el saxo son demasiado sentimentales. Y es cierto porque tienen esa tristeza como de lamento. No sé si estoy de acuerdo cuando dicen que el bolero es sentimental, en cambio el tango es dramático. No siempre es así porque “Malena” es muy sentimental.

-“Malena tiene pena de bandoneón”…

-“Tal vez allá en la infancia su voz de alondra, tomó ese tono triste de la canción”… si eso no es poético no sé qué es lo poético. Creo que ahora me permito ser más sentimental amparado en el género policial. ¡Qué me importa lo que diga la crítica! Más allá de (Maurice) Blanchot, a quien admiro mucho, el problema no es la página en blanco sino la página llena.

Impertinencias gusmaneanas

Luis Gusmán, que está poseído por la escritura, continúa imaginando y escribiendo con un entusiasmo inextinguible a casi dos meses de cumplir 80 años (el 24 de enero de 2024). Ahora está avanzando con un libro sobre las canciones de los años 60 y 70, que se titulará Alguien cantó. “Yo fui dos veces a la casa de Elvis Presley en Memphis y quería escribir sobre la canción ‘Hotel de los corazones rotos’; entonces inventé una historia que como no sé inglés iba con una profesora para aprender inglés y poder traducir la canción. Hasta ahí es todo un invento. Entonces entré a Internet y vi que Elvis se llama Aaron de segundo nombre y tuvo un hermano gemelo que murió minutos después de nacer”, revela asombrado porque mellizos y gemelos parecen perseguirlo desde la inaugural El frasquito. En ese libro también estará Paul Anka con “Pon tu cabeza sobre mi hombro” y “Penumbras”, de Sandro. 

Tiene otro libro para publicar, Sueñan los detectives, en el que rastrea los sueños de los detectives en las novelas negras. Terminó una novela que saldrá el próximo año, Dos extraños, y está escribiendo otra, todavía sin título, que tiene que tiene que ver con las manos de Perón. Impertinencias borgeanas es un libro de ensayos inéditos sobre Jorge Luis Borges. “(Oscar) Masotta decía que cierto borgismo siempre será pertinente. Empecé a leer los prólogos que escribió Borges y me di cuenta de que nos trasmitió que el prólogo es político. El prólogo es una manera literal de la crítica, dice Borges. El libro sobre Borges es el que más miedo y vergüenza me da”, reconoce el escritor y psicoanalista. Y mirá que tengo un libro sobre (Franz) Kafka, pero a Borges le tengo respeto. Siempre cito la frase de Borges que dice que ‘el ventrílocuo es un mellizo fracasado’. ¿Cómo se le ocurrió? Esos hallazgos me impresionan”.



Fuente Pagina12