“La única forma de grabar a una banda es meter a los chicos en una habitación y tocar, y mirarse a los ojos”, dice Keith Richards, mirándome fijamente. “No me hagas hablar de la música actual. Batería de botoncitos y todo sintetizado. La grabación digital es un inodoro de una sola dirección”.
El Riff Humano, al igual que sus compañeros de banda, es muy optimista respecto al primer álbum de material original de los Stones en 18 años, Hackney Diamonds, y con razón. Este es el disco que sus fans han querido que hicieran durante décadas, corrigiendo hábilmente cualquier sugerencia de que se han convertido en poco más que un acto patrimonial o una corporación que imprime dinero.
En la segunda mitad de la discografía de la banda hay muchas joyas infravaloradas, pero a veces ha habido una sensación persistente de que se estaban convirtiendo gradualmente en la mejor banda tributo a los Rolling Stones del mundo. Esta vez, como dice Mark Beaumont en su crítica de cuatro estrellas en The Independent, Mick Jagger se deleita evocando “sus días de juerga en la cama a mediados de los sesenta como reprobados del rock’n’roll empapados en ‘el olor a sexo y humo’ en ‘el asqueroso piso de Fulham'”, y luego “berrea y aúlla sobre noches borrosas, intrusión de los medios y problemas sentimentales como un eterno veinteañero de la lista A”.
Así pues, el pasado mes de diciembre, en el capítulo más reciente de una historia escrita últimamente a su propio ritmo lánguido -grabando al azar en distintos continentes, a veces pasando meses sin hablarse-, The Rolling Stones se dieron una llamada de atención colectiva. Después de llevar su gira del 60 aniversario por los escenarios de Europa, y justo cuando podrían haber estado pensando en retirarse de nuevo a sus respectivas y opulentas mansiones, llegó un concepto de sus días de formación: sesiones de estudio con un plazo estricto.
Hackney Diamonds es el resultado, y para la tranquila satisfacción de la banda, se convirtió en más de lo que se atrevían a esperar. Incluso sin entrar en el manido debate de “el mejor álbum desde…”, hacía mucho tiempo que no sonaban tan enérgicos, cohesionados o relajados con su legado. A Richards no se le escapa la ironía de esta disciplina.
“Es algo raro, ¿verdad?”, reflexiona. “Trabajás toda tu vida para decir ‘¡No hay plazos!’ Para eso he trabajado. Pero no, sí los necesitás, y eso era lo que pasaba con este disco. Yo habría llamado al jodido álbum Deadline”.
Cuando Mick Jagger dijo a sus compañeros de banda que debían intentar terminar su nuevo disco para el 14 de febrero, día de San Valentín, sólo tres semanas después de que empezaran en serio las fechas de grabación en Los Ángeles, hubo murmullos de duda e inquietud. Puede que en los últimos tiempos hayan batido sus propios records de taquilla en una serie de excursiones por todo el mundo, pero el resto de los 18 años transcurridos desde su último álbum de estudio con canciones nuevas, A Bigger Bang, de 2005, se caracterizaron por la deriva y los retrasos.
Richards, radiante y risueño en la conexión por Zoom, está encantado de repartir elogios. “Tengo que quitarme el sombrero ante Mick por este empujón”, me dice. “Me dijo: ‘Vamos, tenemos que hacer algo. No importa lo que hagamos, tenemos que grabar un disco’. Le dije: ‘OK, no nos andemos con rodeos. Tenés lo que querés cantar, vamos’. Y el hombre tenía un montón guardado”.
En este último de mis docenas de encuentros con los Stones a lo largo de 30 años, los encuentro innegablemente renovados por una triunfante entrada tardía en su enjoyado catálogo. Hay en ellos una sensación casi intangible de camaradería renovada y una conciencia de su responsabilidad colectiva para con la marca más famosa de la historia del rock. Sí, tiene que ver con la edad y el fallecimiento de su querido Charlie Watts, pero también nace de una conciencia tácita de lo que significan para el resto del mundo y entre ellos mismos.
Jagger, que acaba de terminar una jornada de filmación, se muestra cariñoso, hablador e increíblemente ágil. Ronnie Wood, unos días antes, parece más sano que en mucho tiempo y saluda con un abrazo mientras su esposa Sally espera pacientemente a que salgan a cenar. Mick es desarmantemente sincero sobre el fracaso de los Stones a la hora de grabar en la última década y media, durante la cual se convirtieron en una fabulosa fonola de discos de gira, pero una fonola al fin y al cabo.
“No es que estábamos sin hacer nada, pero creo que nos conformábamos con hacer giras, para ser sinceros”, dice el cantante. “Nos parecía suficiente, y no queríamos trabajar lo suficiente entre gira y gira. Es decir, yo escribía todo el tiempo, pero no nos reuníamos para terminar las cosas. Grabamos un montón de cosas e hicimos un montón de sesiones, pero no había plazos, no había un ‘Vamos a terminar esto la semana que viene’. Era simplemente: ‘Grabemos dos semanas’, y luego no había planes de volver a juntarnos”.
Hackney Diamonds empezó con dos sesiones de prueba que dieron sus frutos en cuanto se trasladaron a los Henson Recording Studios de Los Ángeles. La salsa secreta fue la audaz elección de un nuevo productor, el neoyorquino Andrew Watt, de 32 años, descrito por Wood como “todo un personaje” y por Richards como un “pequeño prepotente”. El ascenso de Watt hasta el Grammy 2021 como Productor del Año fue observado simultáneamente tanto por Jagger, siempre vigilante de la nueva música, como por Paul McCartney, quien se lo recomendó a Wood. Watt había estado trabajando con Macca y Elton John, ambos con espléndidos cameos en el nuevo álbum de los Stones.
“Andrew nos manda, y es tan alentador y agradable seguir sus órdenes”, dice Wood. “Y yo me divierto cuando Keith le hace caso. Normalmente, Keith diría ‘andate a la mierda’, y lo ha hecho, pero la cosa es que está respaldado por el hecho de que Andrew sabe tocar. Tiene un tacto increíble con la consola en el estudio. Es exactamente lo que necesitábamos”.
Como el bajista Darryl Jones no estaba disponible para las sesiones, Watt desempeñó ese papel durante gran parte del disco, con Richards y Wood también turnándose. También lo hizo Bill Wyman en “Live By the Sword”, en la que Elton invoca sus primeros días de pianista de bar. “Hablé con Elton por Zoom”, dice Wood, “y me dijo: ‘¡Tengo que tocar en algunas canciones, Ron! Le dije: ‘¡Sumate a la fila!”.
En un encantador homenaje, esa es una de las dos pistas con partes de batería grabadas en 2019 por Charlie Watts. “Estoy emocionado por eso, pero me gusta el hecho de que él esté en ellas, de otra manera”, dice Jagger. “Tenemos algunos temas realmente geniales con Charlie, que grabamos en ese período. Así que quién sabe, puede que saquemos otras canciones con él”.
Posteriormente, Watts dio su bendición para que su compadre Steve Jordan ocupara su puesto si alguna vez no estaba disponible, y Richards alaba el “excelente trabajo” que Jordan realiza con el resto de Hackney Diamonds. Añade Wood: “Es esa palabra tácita de confianza, una vez que has establecido el importantísimo tempo. Digamos que es la canción de Mick, él establecería el tempo, y Steve está justo ahí. Ajustamos las velas, por así decirlo, y seguimos navegando”.
Jagger explica cómo se recreó la formación clásica de los años 60 a los 90 en “Live By the Sword”. “Le pedimos a Bill que viniera. Le dije: ‘¿Querés hacer esto? Es un viejo tema con Charlie, no uno de los que hemos hecho recientemente’, y él dijo ‘Sí, me encantaría hacerlo’. Así que esa canción tiene un ritmo ligeramente diferente, porque tienes a Bill y Charlie, que son la sección rítmica original”.
Nunca he tenido una conversación con Richards en la que no mencionara lo honrado y afortunado que se sentía de tener a Watts detrás de él en el escenario y en el estudio. Ahora muestra su corazón aún más abiertamente. “Tengo una foto suya, al salir de mi habitación todos los días”, dice. “Lo primero que veo es un retrato de Charlie Watts, y me toco el sombrero para saludarlo. Está ahí mismo, por encima del hombro, y lo único que sé es que está muy contento de que la banda siga adelante. Ahora trabajo para Ian Stewart (pianista y road manager original de los Stones, fallecido en 1985) y Charlie Watts. Ambos son mis jefes ahora, y tengo que seguir adelante, hombre”.
La parte de McCartney es un atronador bajo con fuzz en “Bite My Head Off”, que recuerda a la deconstrucción de piezas sueltas de “Respectable” y otros números rockeros post-punk de los Stones de fines de los 70. “Te entiendo, sí”, asiente Keith. “Me recuerda a un tema de Some Girls. Y entonces entró Macca, ¡y nos faltaba un bajista! Adiviná lo que estás haciendo, colega. Mirá, es muy divertido tocar con Paul y estar con él. Es un superviviente”.
Las sesiones también contaron con las visitas personales de Lady Gaga y Stevie Wonder, que contribuyeron de forma brillante y espontánea al gospel soul testimonial que es “Sweet Sounds of Heaven”. Pero en ningún momento se insinuó la posibilidad de contar con megaestrellas porque sí. “No es una aparición como invitado porque sí”, dice Jagger. “Realmente encajan, son los músicos perfectos para esas cosas en particular. Elton encaja muy bien tocando su cosa boogie, es muy sencillo, un poco como nuestro pianista original, Stu (Ian Stewart) solía tocar. Y Stevie… solíamos tener a Billy Preston, que solía tocar mucho con nosotros. Necesitabas el estilo de piano tan efusivo de Stevie para sacar esa canción”.
“Creo que quizá la otra cosa sobre los Stones, la otra gloria que podemos ponernos en la gorra, es que ahora hemos conseguido enganchar a tantas generaciones“, dice Richards. ‘Sweet Sounds of Heaven’ es, en cierto modo, indicativo de ello, con Stevie Wonder de esa generación y Gaga de la siguiente. Hay una calidez y una sensación de que la música es música, y aquí está todo. Se siente bien”.
Tal es el nuevo impulso que las actuaciones en vivo el año que viene parecen claramente posibles, al igual que un segundo álbum en algún momento de estas fértiles sesiones. En esta improbable coyuntura tardía, los ojos vuelven a brillar. “Ojalá lo hubiéramos hecho antes”, admite Jagger. “Llevábamos demasiado tiempo sin hacer nada, sin concentrarnos y sin tener claros nuestros objetivos. No voy a culpar a todo el mundo por ello. Es culpa mía tanto como de los demás. Pero me di cuenta de que no podíamos seguir dejándolo a la deriva, y que teníamos que hacerlo bien, y de forma rápida, con alguien que se concentrara de verdad en ello. Y eso es lo que hicimos”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.