Podemos discutir el modelo de desarrollo que es mejor para el futuro; podemos discutir en torno a qué es mejor para lograr una educación pública de excelencia; podemos y debemos discutir qué lineamientos hay que seguir en materia de salud; y hasta podemos debatir en torno a cómo se brindan ciertos servicios esenciales; pero lo que no podemos poner en discusión es la democracia.
Quizás para quienes nos tocó atravesar nuestros años de adolescencia y juventud en dictadura sea más claro saber de qué estamos hablando.
Por eso tenemos la obligación de intentar transmitirlo a las próximas generaciones.
Cuando no hay democracia, no hay, ni siquiera, seguridad de vivir en paz.
La falta de democracia es lo contrario a la libertad, porque en las dictaduras es el Estado, ilegal e ilegítimo, el que se arroga la posibilidad de decidir sobre la vida de las personas.
Sin democracia no hay libertad individual de ningún tipo.
Para eso se vuelve imprescindible que todos y todas, desde el lugar que estemos, hagamos nuestra la tarea de construir más y mejor democracia.
En cada barrio, en cada escuela a través de los centros de estudiantes, en los ámbitos laborales, los sindicatos, en la cultura, el deporte, la universidad y, desde ya, en la política, necesitamos afianzar la democracia.
Tenemos que darle al disenso, al intercambio de ideas y la construcción de acuerdos el lugar que necesitan.
De nada sirven los discursos únicos; no nos lleva a ningún puerto alguien que se pone por encima de la democracia y se arroga el monopolio de la verdad.
Tengamos cuidado, atesoremos el encuentro y el debate.
Seamos capaces de escuchar, comprender, argumentar y avanzar. Sólo así vamos a poder encaminarnos hacia el futuro.
Ir a votar es un deber cívico, pero también es un derecho.
Argentina sufrió los peores males en los años en los que no se podía votar, ni disentir, ni siquiera expresar la voz públicamente por miedo a sufrir torturas y hasta la desaparición forzosa.
30.000 personas sufrieron en carne propia el terrorismo de Estado que desplegó la dictadura cívico militar.
Aunque también es un crimen contra la sociedad toda, y que se profundiza a medida que pasan los años y no sabemos qué pasó con las personas que aún se encuentran desaparecidas, o en manos de quiénes están esos nietos y nietas a los que les robaron su identidad y que tanto buscan nuestras Abuelas de Plaza de Mayo.
Necesitaron secuestrar, torturar y desaparecer a 30.000 personas, anular el Congreso de la Nación, los partidos políticos, los sindicatos, los centros de estudiantes y hasta la posibilidad de ir a votar en elecciones para poder implementar un programa político como el que llevó adelante la dictadura.
Un programa de libre mercado y especulación financiera que pulverizó nuestra industria, multiplicó la desocupación, nos endeudó con el FMI y nos quitó soberanía.
Un daño del que todavía hoy nos cuesta recuperarnos.
Y para eso tuvieron que arrancarnos la democracia, con la violencia de las armas. Con la violencia, que es la razón de las bestias.
Insisto: debemos defender la democracia como el acuerdo supremo al que nos debemos todas las fuerzas políticas.
El que crea que puede despreciar la democracia, sufrirá el rechazo de nuestro pueblo, como lo vimos en las elecciones generales.
Por eso, hoy más que nunca, unámonos todos y todas no sólo en defensa de la democracia, sino en la construcción de una cultura democrática, participativa, activa, amplia que impregne en todos los ámbitos de nuestra vida en sociedad.
Como nos lo enseñó el ex presidente Raúl Alfonsín, como lo hicieron también las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Construyamos el futuro sobre la base de los derechos, la participación y con la convicción de que tenemos un destino común, y ese destino es la felicidad de nuestro pueblo y la grandeza de la Nación Argentina.
*Por Gustavo Bordet, gobernador de Entre Ríos, electo diputado nacional por Unión por la Patria)